Cantares  3 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 11 versitos |
1

X. Primer nocturno

En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma:
lo buscaba y no lo encontraba.
2 Me levantaré y rondaré por la ciudad
por las calles y las plazas,
buscaré al amor de mi alma.
Lo busqué y no lo encontré.
3 Me encontraron los centinelas
que hacen ronda por la ciudad:
–¿Han visto al amor de mi alma?
4 En cuanto los hube pasado,
encontré al amor de mi alma.
Lo abracé y no lo solté,
hasta meterlo en la casa de mi madre,
en la alcoba de la que concibió.
5 Les conjuro, muchachas de Jerusalén,
por las gacelas y las ciervas del campo,
no despierten ni desvelen al amor
que a él le plazca.
6

XI. Encuentro de los esposos

¿Qué es ésa que sube por el desierto
como columna de humo,
perfumada con mirra e incienso,
con tantos aromas exóticos?
7 ¡Mira, la litera de la Sulamita!
Sesenta soldados la escoltan,
de los más valientes de Israel.
8 Todos ellos empuñan la espada,
son adiestrados guerreros,
cada uno con la espada al flanco
por temor a emboscadas nocturnas.
9 El rey Salomón
se ha hecho un palanquín
con maderas del Líbano,
10 de plata sus columnas,
de oro su respaldo,
de púrpura su asiento;
El Amor ilumina su interior.
11 ¡Muchachas de Jerusalén, salgan,
miren, muchachas de Sión,
al rey Salomón con la corona
que le ciñó su madre
el día de su boda,
día de fiesta de su corazón!

Patrocinio

 
 

Introducción a Cantares 

CANTAR DE LOS CANTARES

Tema del Cantar. Un único tema recorre todo el poema del Cantar de los Cantares (o el «supremo cantar»): el amor de marido y mujer, el misterioso descubrimiento del otro, a quien darse sin perderse, realizando la plenitud de la unión en la fuerza creadora, en el poder fecundo del momento eterno. De esto nos habla este brevísimo libro de canciones para una boda, diálogo de novios recordando y esperando, de amantes que se buscan, cantan su amor, se unen, se vuelven a separar, superan las dificultades para unirse definitivamente.
Durante la semana que sigue a la boda los novios son rey y reina; si él es Salomón, ella es Sulamita, si él es «pastor de azucenas», ella es «princesa de los jardines». Son canciones con dos protagonistas por igual. Él y ella, sin nombre declarado, son todas las parejas del mundo que repiten el milagro del amor.
El amor del Cantar Bíblico cree en el cuerpo, contempla extasiado el cuerpo del amado y de la amada, y lo canta y lo desea. Lo contempla como cifra y suma de bellezas naturales: montañas, árboles, animales. La belleza total y multiforme de la creación reside en el cuerpo cantado: gacelas, gamos, cervatillos, palomas y cuervos, granadas y azucenas, palmeras y cedros, los montes del Líbano; también la belleza que fabrica el ser humano: joyas y copas, columnas y torres. Es un amor que rubrica y proclama que todas las criaturas que salieron de la mano del Creador son buenas, sobre todo el hombre y la mujer.
El amor de este libro todavía tiene resquicios de temor y dolor: raposas que destrozan, sorpresas nocturnas, llamadas en vano, búsquedas sin encuentro, las dos obscuridades del Abismo y de la Muerte...Todavía no es perfecto. Pero precisamente en su límite nos descubre un amor sin límites, sin sombra ni recuerdo de temor, la plenitud de amar a Dios y a todo en él.

Autor y estilo literario. Nada cierto sabemos sobre el autor o autores de las canciones o sobre el recopilador de la colección. La leyenda dice que su autor es Salomón y que lo compuso para su boda con una princesa egipcia, pero no pasa de ser una leyenda. Una ingeniosa y fantástica teoría dice que Salomón compuso el Cantar en su juventud, ya maduro los Proverbios, de viejo el Eclesiastés.
El estilo del Cantar se adapta al tema: es rico en imágenes y comparaciones, se complace en expresiones de doble sentido como corresponde al lenguaje erótico. Cuida mucho la sonoridad, pues los poemas se cantaban o recitaban.
¿Tiene una unidad y una progresión el libro? ¿Dónde comienza una escena y acaba otra? Imposible saberlo. Quien lea detenidamente el texto observará repeticiones de palabras y estribillos, pasará de un escenario a otro: del interior del palacio al campo abierto, por ejemplo. La luz y los colores, los sonidos y los olores, las metáforas y las comparaciones, la naturaleza y la historia, lo cotidiano y lo exótico, todo este arco iris de géneros literarios está al servicio de una intención: cantar al amor.

¿Qué amor canta el Cantar? ¿Cómo este libro, franco y atrevido, sobre el amor humano entró a formar parte de la Biblia como palabra inspirada de Dios? Porque de eso trata, del amor humano pura y simplemente. Esto hizo que el Cantar encontrara dificultades en la tradición judía para ser admitido como libro santo y que tuviera que ser defendido como tal en la famosa «Asamblea de Yamnia» (entre los años noventa y cien de nuestra era). El rabino Aquibá dijo en aquella ocasión: «el mundo entero no es digno del día en que fue dado a Israel el Cantar de los Cantares, ya que los hagiógrafos son santos, pero el Cantar de los Cantares es santísimo» (Yad III,5).
Puesto que el Cantar se prestaba a usos profanos, tuvo que «ser interpretado» para ser recibido en la Biblia. Así es cómo comenzó la interpretación «alegórica», que de la tradición judía pasó a la tradición cristiana: el Cantar habla del amor, sí, pero de Dios (el esposo) a Israel (su esposa). En el cristianismo los interlocutores serían Cristo y la Iglesia, Cristo y el alma, el Espíritu Santo y María. Se llegó incluso a decir que el libro propone un auténtico itinerario místico que finaliza en el matrimonio espiritual del alma con Dios a la manera del eros platónico.
Aunque sin negarla, hoy día no tenemos que recurrir a la alegoría para justificar la inspiración divina de estas canciones de amor. Antes que la lectura alegórica del libro está el sentido literal, y este sentido es ya teológico, y es el que nos llevará a una lectura superior de carácter alegórico ¿No es el amor humano digno de ser Palabra de Dios? El amor que procede de Dios nos lleva a Dios que es Amor. Si el amor del Cantar, sin perder nada de su intensidad, pudiera abarcar y abrazar a todos, ese amor sería la más alta encarnación del amor de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Patrocinio

Notas

Cantares  3,1-11X. Con relación al idilio anterior, éste nos transporta de la luz y de los colores de la primavera a la oscuridad de la noche; pasamos del campo abierto a la alcoba cerrada, donde una mujer sueña noche tras noche. Se pasa la noche buscando en sueños: «Buscaba..., buscaba y no encontraba...buscaré..., lo busqué y no lo encontré...». Esta secuencia verbal crea un efecto de violenta emoción psicológica. El buscado es «el amor de mi alma»: aquél que me ama y a quien amo. Afanosa búsqueda de una mujer enamorada e intrépida, que no se arredra ante los peligros nocturnos, y curioso encuentro. De ronda por la ciudad, como los centinelas, ella busca, éstos la encuentran, pero no saben nada de aquél por quien les pregunta: del «amor de mi alma». Una vez que le halla, se le despoja de la voz y del rostro. Es sencillamente «el amor de mi alma». Éste desaparece al ser introducido en la alcoba materna. No está. Ha sido un sueño. Y la mujer continúa herida de amor, según sabemos por el estribillo, que encontramos cuando esta mujer fue herida en el banquete. Una pregunta semejante a la que formula la mujer de este sueño y un gesto similar al suyo aparecen en la escena evangélica de María Magdalena junto al sepulcro de Jesús (Jua_20:11-18).

XI. Una voz anónima anuncia el movimiento ascensional de un personaje femenino: ésa o ésta. De lejos se ve tan sólo una polvareda, pero los perfumes anticipan la llegada de una mujer. Por exigencias de la pregunta y por coherencia interna de la estrofa, entiendo que quien sube es la Sulamita. Es impresionante el cortejo: los guerreros más escogidos de Israel. Su misión es proteger no tanto a la «reina» cuanto a la «mujer» ante las «emboscadas nocturnas». Ya está ahí la esposa. Sin que nadie le introduzca, aparece también el esposo: Salomón. Al poeta no le interesa tanto el rostro del rey cuanto el palanquín en el que es transportado: las maderas del Líbano, la plata y el oro, la púrpura del asiento, y, sobre todo, el Amor que «ilumina su interior». La esposa y el esposo están ataviados para la boda. El Amor (en hebreo sin artículo) se hace fugazmente presente: es un ornato del palanquín de Salomón; ilumina su interior, sin que los esposos se percaten de ello, sino sólo el poeta.