Cantares  6 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 13 versitos |
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XVI. Recuerdos

¿Adónde fue tu amado, tú, la más hermosa de las mujeres?
¿Adónde se encaminó tu amado,
para buscarlo contigo?
2 Mi amado ha bajado a su jardín,
al plantel de balsameras,
a deleitarse en el jardín,
a recoger sus rosas.
3 Mi amado es mío, y yo suya,
¡se deleita entre las rosas!
4 Eres bella, amada mía, como Tirsá,
fascinante como Jerusalén;
imponente como un batallón.
5 ¡Aparta de mí tus ojos,
que me turban!
[Tus cabellos, como un rebaño
de cabras que desciende
por la sierra de Galaad;
6 Tus dientes, cual rebaño
de ovejas que suben del baño:
todas ellas gemelas
ninguna solitaria.
7 Dos cortes de granada,
tus mejillas tras el velo].
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XVII. La esposa raptada

Si sesenta son las reinas,
ochenta las concubinas,
e innumerables las doncellas,
9 una sola es mi paloma hermosísima;
única para su madre,
predilecta de quien la engendró.
Al verla, la felicitan las muchachas,
la elogian las reinas y concubinas.
10 ¿Quién es ésa que se asoma como el alba,
hermosa como la luna,
radiante como el sol,
imponente como un batallón?
11 Había bajado al nogueral
a contemplar la floración del valle,
a ver si las vides habían brotado,
a ver si despuntaban los granados;
12 ¡Sin saberlo, me raptó
el carro del Príncipe, mi pariente!
13

XVIII. Epitalamio

¡Gira, gira, Sulamita!
¡Gira y gira, que te veamos!
¿Qué contemplan en la Sulamita
que danza entre dos coros?

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Introducción a Cantares 

CANTAR DE LOS CANTARES

Tema del Cantar. Un único tema recorre todo el poema del Cantar de los Cantares (o el «supremo cantar»): el amor de marido y mujer, el misterioso descubrimiento del otro, a quien darse sin perderse, realizando la plenitud de la unión en la fuerza creadora, en el poder fecundo del momento eterno. De esto nos habla este brevísimo libro de canciones para una boda, diálogo de novios recordando y esperando, de amantes que se buscan, cantan su amor, se unen, se vuelven a separar, superan las dificultades para unirse definitivamente.
Durante la semana que sigue a la boda los novios son rey y reina; si él es Salomón, ella es Sulamita, si él es «pastor de azucenas», ella es «princesa de los jardines». Son canciones con dos protagonistas por igual. Él y ella, sin nombre declarado, son todas las parejas del mundo que repiten el milagro del amor.
El amor del Cantar Bíblico cree en el cuerpo, contempla extasiado el cuerpo del amado y de la amada, y lo canta y lo desea. Lo contempla como cifra y suma de bellezas naturales: montañas, árboles, animales. La belleza total y multiforme de la creación reside en el cuerpo cantado: gacelas, gamos, cervatillos, palomas y cuervos, granadas y azucenas, palmeras y cedros, los montes del Líbano; también la belleza que fabrica el ser humano: joyas y copas, columnas y torres. Es un amor que rubrica y proclama que todas las criaturas que salieron de la mano del Creador son buenas, sobre todo el hombre y la mujer.
El amor de este libro todavía tiene resquicios de temor y dolor: raposas que destrozan, sorpresas nocturnas, llamadas en vano, búsquedas sin encuentro, las dos obscuridades del Abismo y de la Muerte...Todavía no es perfecto. Pero precisamente en su límite nos descubre un amor sin límites, sin sombra ni recuerdo de temor, la plenitud de amar a Dios y a todo en él.

Autor y estilo literario. Nada cierto sabemos sobre el autor o autores de las canciones o sobre el recopilador de la colección. La leyenda dice que su autor es Salomón y que lo compuso para su boda con una princesa egipcia, pero no pasa de ser una leyenda. Una ingeniosa y fantástica teoría dice que Salomón compuso el Cantar en su juventud, ya maduro los Proverbios, de viejo el Eclesiastés.
El estilo del Cantar se adapta al tema: es rico en imágenes y comparaciones, se complace en expresiones de doble sentido como corresponde al lenguaje erótico. Cuida mucho la sonoridad, pues los poemas se cantaban o recitaban.
¿Tiene una unidad y una progresión el libro? ¿Dónde comienza una escena y acaba otra? Imposible saberlo. Quien lea detenidamente el texto observará repeticiones de palabras y estribillos, pasará de un escenario a otro: del interior del palacio al campo abierto, por ejemplo. La luz y los colores, los sonidos y los olores, las metáforas y las comparaciones, la naturaleza y la historia, lo cotidiano y lo exótico, todo este arco iris de géneros literarios está al servicio de una intención: cantar al amor.

¿Qué amor canta el Cantar? ¿Cómo este libro, franco y atrevido, sobre el amor humano entró a formar parte de la Biblia como palabra inspirada de Dios? Porque de eso trata, del amor humano pura y simplemente. Esto hizo que el Cantar encontrara dificultades en la tradición judía para ser admitido como libro santo y que tuviera que ser defendido como tal en la famosa «Asamblea de Yamnia» (entre los años noventa y cien de nuestra era). El rabino Aquibá dijo en aquella ocasión: «el mundo entero no es digno del día en que fue dado a Israel el Cantar de los Cantares, ya que los hagiógrafos son santos, pero el Cantar de los Cantares es santísimo» (Yad III,5).
Puesto que el Cantar se prestaba a usos profanos, tuvo que «ser interpretado» para ser recibido en la Biblia. Así es cómo comenzó la interpretación «alegórica», que de la tradición judía pasó a la tradición cristiana: el Cantar habla del amor, sí, pero de Dios (el esposo) a Israel (su esposa). En el cristianismo los interlocutores serían Cristo y la Iglesia, Cristo y el alma, el Espíritu Santo y María. Se llegó incluso a decir que el libro propone un auténtico itinerario místico que finaliza en el matrimonio espiritual del alma con Dios a la manera del eros platónico.
Aunque sin negarla, hoy día no tenemos que recurrir a la alegoría para justificar la inspiración divina de estas canciones de amor. Antes que la lectura alegórica del libro está el sentido literal, y este sentido es ya teológico, y es el que nos llevará a una lectura superior de carácter alegórico ¿No es el amor humano digno de ser Palabra de Dios? El amor que procede de Dios nos lleva a Dios que es Amor. Si el amor del Cantar, sin perder nada de su intensidad, pudiera abarcar y abrazar a todos, ese amor sería la más alta encarnación del amor de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Cantares  6,1-13XVI. 1-3. Aunque la mujer sea llamada la «más hermosa de las mujeres», como la mujer de 1,8 (la prostituta) no han de confundirse ambos personajes. La prostituta no sabe dónde está su amado, sueña, lo busca y no lo encuentra. La mujer de este breve epigrama sabe muy bien dónde está su amado. Los dos jóvenes se encuentran una vez más. Con anterioridad ambos habían fantaseado. El nuevo encuentro, que es más bien un recuerdo del pasado que una realidad presente, lleva a la muchacha a revivir intensamente el pasado. Los deseos comienzan a realizarse.

4-7. Añade este idilio al de 4,1-7 la belleza de Tirsá (capital que fue del reino del Norte) y la fascinación de Jerusalén (la muchacha ya sabía que ella misma era «fascinante»). Es decir la belleza y el hechizo que las dos capitales tienen se encarnan en miniatura en el cuerpo de la muchacha, cuya descripción es la misma que en 4,1-7. Si es una repetición y se añadió después del destierro, se hizo con una convicción: nada de lo antiguo ha perdido su validez. Acaso fue añadido por los rabinos del siglo I, cuando se interpretó el cántico. No lo sabemos.

XVII. Varias voces se suceden en esta canción. La voz de la madre tiene un corte entre lastimero y resignado, e incluso agradecido. Ha sido despojada de su predilecta, que, por añadidura, es bellísima: «paloma hermosísima». Para colmo de desgracias, su hija ha sido conducida al harén del rey, tan nutrido. El dolor maternal se compensa, sin embargo, al constatar que doncellas, reinas y concubinas elogian a la hija raptada. La intervención de este grupo es coral: juntas felicitan y elogian a la mujer raptada; juntas se preguntan también por la identidad de una mujer tan sumamente bella. Esta mujer tiene un algo divino. Es una epifanía luminosa, que, desde lo alto del cielo, pone fin a la oscuridad de la tierra. Despunta como el alba, es decir, se asoma desde el balcón oriental y contempla a la tierra aún en penumbra. Es «cándida» o «hermosa» como la luna; cálida e ígnea como el sol. Todas las estrellas del cielo tintinean en ella: es imponente como un batallón. La voz del rey no se escucha con claridad. Acaso forma dúo con la voz de la madre, y juntos proclaman: es mi paloma hermosísima. La última voz que oímos es la de la mujer raptada. Responde a la pregunta coral, recordando: había bajado a contemplar, cuando, sin saber cómo, alguien la raptó.

XVIII. En este nuevo idilio -por su comienzo parece más bien un epitalamio- también son diversas las voces que se alternan. La Sulamita, cuya litera aparecía en 3,7, es invitada a danzar entre dos coros. Es una danza rítmica, como puede apreciarse aun en la traducción. Mientras gira la bailarina, llamada ahora «hija del Príncipe», alguien (no sabemos si el esposo o el poeta) describe el cuerpo de la mujer desde los pies hasta la cabeza. Quizás sea la escena más sensual de todo el libro. Sexualidad y fecundidad se funden en las imágenes. Algunas ya nos son conocidas: los pechos como mellizas de gacela (4,5). Otras son nuevas: el collar en las caderas, la ánfora, la torre de marfil, las piscinas de Jesbón -ciudad de los trovadores-, la nariz bien perfilada y recta como la torre del Líbano, la cabeza leonada, la melena en el cintero. El vino mezclado y el trigo son un símbolo de la fecundidad. También la arquitectura colabora en la descripción del cuerpo amado: la ojiva que forma las curvas de las caderas; el cuello, que es torre de marfil; los ojos, que son piscinas; la cabeza erguida y leonada... Tanta belleza cautiva irresistiblemente al rey enamorado, que queda prendado de la Sulamita como la melena está apresada en el cintero. Algo divino debe haber en tanta belleza. El rey descubre el toque divino y lo pregona: «¡Cuán bello y dulce es el Amor en las delicias». El Amor (una vez más sin artículo en el texto hebreo) transforma el cuerpo de la mujer y lo hace tan esbelto y fecundo como una palmera. Ha llegado el momento de subir a la palmera y de recoger los dátiles. El esposo tomará posesión de tanta belleza, que le resultará jugosa como las uvas, sabrosa como las manzanas, embriagadora como el vino más exquisito (son claras las relaciones entre 1,2-4 y 5,1). La mujer confiesa que la unión se ha consumado. Las últimas palabras del idilio remiten a Gén_3:16, con la salvedad de que ahora es el varón quien desea a la mujer.