Isaías 10 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 34 versitos |
1

Malaventura
5,8-23

¡Ay de los que decretan
leyes injustas,
de los notarios
que registran vejaciones,
2 que dejan sin defensa
al desamparado
y niegan sus derechos
a los pobres de mi pueblo,
que hacen su presa de las viudas
y saquean a los huérfanos!
3 ¿Qué harán el día de la cuenta,
cuando la tormenta lejana
se eche encima?
¿A quién acudirán buscando auxilio
y dónde depositarán su fortuna,
4 para no ir encorvados
con los prisioneros
y no caer con los asesinados?
Y, con todo, no se aplaca su ira,
sigue extendida su mano.
5

Asiria, instrumento de Dios
Jr 25,1-14; 51,20-24

¡Ay Asiria, vara de mi ira,
bastón de mi furor!
6 Contra una nación impía lo despaché,
lo mandé contra el pueblo
de mi cólera,
para que entrase a saquear
y lo despojase
y lo pisase como barro de la calle.
7 Pero él no pensaba así,
no eran ésos sus cálculos;
su propósito era aniquilar,
exterminar no pocas naciones.
8 Decía:
¿No son todos mis ministros reyes?
9 ¿No fue Calno como Cárquemis?
¿No fue Jamat como Arpad?
¿No fue Samaría como Damasco?
10 Como mi mano se apoderó
de reinos insignificantes
y de sus imágenes...
11 Lo que hice con Samaría
y sus imágenes,
¿no lo voy a hacer con Jerusalén
y sus ídolos?
12 – Cuando termine el Señor
toda su tarea en el monte Sión
y en Jerusalén,
exigirá cuentas de sus conquistas
a su orgullo,
a la arrogancia altanera de sus ojos– .
13 Él decía:
Con la fuerza de mi mano
lo he hecho,
con mi talento,
porque soy inteligente.
Cambié las fronteras de las naciones,
saqueé sus tesoros
y derribé como un héroe
a los jefes de sus sitiales.
14 Mi mano tomó, como un nido,
las riquezas de los pueblos;
como quien recoge
huevos abandonados,
agarré toda la tierra,
y no hubo quien batiese las alas,
quien abriese el pico para piar.
15 –¿Cómo?, ¿se envanece el hacha
contra el leñador?,
¿se gloría la sierra
contra quien la maneja?
Como si el bastón manejase
a quien lo levanta,
como si la vara alzase
a quien no es leño.
16 Por eso, el Señor Todopoderoso
meterá debilidad en su gordura,
y debajo del hígado
le encenderá una fiebre
como un fuego abrasador.
17

El resto de Israel

La Luz de Israel
se convertirá en fuego,
su Santo en una llama
que arderá y devorará
sus zarzas y cardos en un solo día.
18 El esplendor de su bosque
y de su huerto lo consumirá Dios
de médula a corteza,
será como un enfermo que se apaga;
19 y quedarán tan pocos árboles
de su bosque,
que un niño podrá contarlos.
20 Aquel día, el resto de Israel,
los supervivientes de Jacob,
no volverán a apoyarse en su agresor,
sino que se apoyarán sinceramente
en el Señor, el Santo de Israel.
21 Un resto volverá, un resto de Jacob,
al guerrero divino:
22 aunque fuera tu pueblo, Israel,
como arena del mar,
sólo un resto volverá a él;
la destrucción decretada
rebosa justicia.
23 El Señor va a cumplir
en medio de la tierra
la destrucción decretada.
24

Oráculo de liberación

Por eso,
así dice el Señor Todopoderoso:
Pueblo mío, que habitas en Sión,
no temas a Asiria,
aunque te hiera con la vara
y alce su bastón contra ti,
a la manera egipcia;
25 porque dentro de muy poco
la ira se acabará
y mi furor los aniquilará.
26 El Señor Todopoderoso
sacudirá contra ellos su látigo,
como cuando hirió a Madián
en Sur Oreb,
como cuando alzó su bastón
contra el mar, en el camino de Egipto.
27 Aquel día su carga
resbalará de tu hombro,
arrancarán su yugo de tu cuello.
28

Avance asirio y derrota
Miq 1,10-16

Sube del lado de Rimón,
llega hasta Ayat,
atraviesa Migrón,
revisa las armas en Micmás.
29 Desfilan por el desfiladero,
hacen noche en Guibeá;
alarmada está Ramá,
Guibeá de Saúl ha huido.
30 Clama a voces, Villa de Galín;
escúchala, Lais;
contesta, Anatot.
31 Madmená va desbandada,
los vecinos de Guebín buscan refugio.
32 Hoy mismo hace alto en Nob,
y ya agita la mano
contra el monte Sión,
la colina de Jerusalén.
33

Paz mesiánica
9; 30,18-26; 65,16-25; Sal 72

Miren, el Señor Todopoderoso
desgaja con violencia el ramaje,
son talados los árboles más elevados,
los más altos se desploman;
34 es cortada a hachazos
la espesura del bosque
y a manos del Poderoso
el Líbano va cayendo.

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Introducción a Isaías

PROFETAS

Libros proféticos. El apelativo de profeta se ha aplicado en la Biblia a los grandes amigos de Dios que han desarrollado un papel decisivo en la historia del pueblo de Israel, ya sea como líderes carismáticos (Abrahán, Moisés, etc.) o como autores inspirados que escribieron esa historia a la luz de la inspiración divina (de Josué a los libros de los Reyes). La Biblia hebrea los denominó con el término genérico de «profetas anteriores», para distinguirlos de los profetas propiamente dichos, los cuales, a su vez, fueron catalogados como «profetas mayores», Isaías, Jeremías y Ezequiel, y los 12 «profetas menores».
«Elección, vocación y misión» podrían resumir la experiencia excepcional de Dios que lanzaron a estos hombres a enfrentarse con el pueblo en momentos decisivos de su historia, para denunciar el pecado, llamar a la conversión, avivar la fe, abrir un horizonte trascendente de esperanza e interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación divina.

ISAÍAS

La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hizo que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías -que en hebreo significa «El Señor salva»-. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1-39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40-55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56-66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.

Isaías el profeta.
De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).

Su época
. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza Asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo ( 2Re_18:14 ).

Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo -antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas- el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Isaías 10,1-4Malaventura. El peor de los males que puede pasar en una sociedad o grupo es que sus dirigentes desvíen a sus seguidores, lo cual trae como consecuencia inmediata el descuido de lo más elemental de la justicia, que es la protección a los sujetos más débiles de la sociedad que son el pobre, la viuda y los huérfanos. Éste es uno de los motivos más frecuentes de denuncia por parte de los profetas (cfr. Jer_23:1s); el mismo Jesús denuncia algo semejante en su tiempo llamándolos guías ciegos que guían a otros más ciegos (Mat_15:14) y los maldice, (Mat_23:16.17.19.24; Jua_9:41). ¿No será ésta la causa de tantos males sociales de nuestro tiempo?


Isaías 10,5-16Asiria, instrumento de Dios. Aún sin saberlo, el poderoso de turno es instrumento de castigo en manos de Dios (cfr. Isa_13:5; Isa_5:26; Isa_7:18, Isa_7:8, Isa_7:7). Este mismo criterio lo asumirá más tarde Jeremías, para quien Nabucodonosor, rey de Babilonia, no es más que el instrumento con el cual Dios castiga a su pueblo (Jer_51:20; Jer_50:23), y en tal sentido lo llama «servidor del Señor» (Jer_25:9; Jer_27:6; Jer_43:10). Pero también se presenta el caso inverso: un rey extranjero que sirve de azote para quien ha hecho daño al pueblo de Dios. En este caso Ciro, rey persa, incluso llamado «mi mesías», es decir, «mi ungido», «mi enviado» por el Deuteroisaías, Isa_45:1. De esta concepción propia de los profetas, se desprende que aunque los invasores como los reyes asirios, caldeos o persas, hayan sido vistos como instrumentos de castigo, no por eso son liberados de la responsabilidad histórica por los males causados. Para ellos también habrá un castigo el día que Dios mismo señalará (Isa_10:12). Dios mismo pasará revista a todos los reyes y poderosos engreídos. El evangelizador actual debe volver a pasajes como éste, para advertir al pueblo que esta forma de pensar está muy superada, que ciertamente Dios no necesita de ningún pueblo o nación, por potente que sea, para azotar a otras y que por el contrario, es hora de que la historia y la conciencia de los pueblos empiece a juzgar y a hacer desaparecer las ideologías que se resguardan detrás de estas formas de pensar.
Isaías 10,17-23El resto de Israel. De nuevo aparecen los rasgos de la teología de la esperanza que Isaías concreta en el «pequeño resto», a partir del cual Dios continuará adelante con su plan de justicia (cfr. 4,3; 7,3, etc.). Las esperanzas puestas en el «resto» no ocultan las amenazas de castigo, las tiene que anunciar, pero subrayando la promesa para ese «resto» de una conversión, del perdón y de nuevas bendiciones.
Isaías 10,24-32Oráculo de liberación - Avance asirio y derrota. El invasor asirio se acerca hasta las mismas murallas de Jerusalén dejando atrás una estela de destrucción y muerte. Pero contra todo lo previsto, y según el modo de pensar del profeta, el Señor interviene a favor de la capital; el enemigo es derrotado por intervención divina, no por las armas de Judá. No están claros los hechos históricos que obligaron a las tropas asirias a regresar con urgencia a su país. El hecho es que Jerusalén escapó a la destrucción, lo cual fue visto como una respuesta milagrosa de Dios en defensa de su ciudad y sus baluartes; de este acontecimiento quedan recuerdos en Sal 46; 48; 76.