Isaías 21 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 17 versitos |
1

Caída de Babilonia
13s; 47; Jr 50s

Oráculo de la marisma:
Como torbellinos
que azotan al Negueb,
viene del desierto,
de un país temible.
2 Se me ha manifestado
una visión siniestra:
el traidor traicionado,
el devastador devastado.
¡Adelante, elamitas;
al asedio, medos!,
acallen los gemidos.
3 Al verlo, mis entrañas
se agitan con espasmos,
me agarran angustias
como angustias de parturienta;
me agobia el oírlo,
me espanta el mirarlo;
4 se me turba la mente,
el terror me sobrecoge,
la tarde suspirada
se me ha vuelto espanto.
5 –¡Preparen la mesa,
extiendan el mantel,
a comer y a beber!
–¡De pie, capitanes,
a engrasar el escudo!
6 Esto me ha dicho el Señor:
Ve y coloca un vigía,
lo que vea que lo anuncie:
7 Si ve gente montada,
un par de jinetes,
montados en jumentos
o montados en camellos,
que preste atención,
redoblada atención,
8 y que grite: ¡Lo veo!
– Como vigía, Señor,
yo mismo estoy de pie todo el día,
y en mi puesto de guardia
yo sigo erguido toda la noche.
9 ¡Atención! Llega uno montado,
un par de jinetes,
y anuncian: Ha caído,
ha caído Babilonia:
las estatuas de sus dioses
yacen destrozadas por tierra.
10 Pueblo mío, trillado en la era,
lo que he escuchado
al Señor Todopoderoso,
Dios de Israel, te lo anuncio.
11

Contra Duma

Oráculo contra Duma:
Uno me grita de Seír:
Vigía, ¿cuánto queda de la noche?
Vigía, ¿cuánto queda de la noche?
12 Responde el vigía:
Vendrá la mañana y también la noche.
Si quieren preguntar,
pregunten, vengan otra vez.
13

Contra Arabia

Oráculo contra Arabia:
En la maleza del desierto
pasarán la noche,
caravanas de Dedán;
14 al encuentro del sediento
salgan con agua,
habitantes de Tema,
lleven pan a los fugitivos,
15 porque van huyendo de la espada,
de la espada afilada,
de los arcos tensos,
de la lucha encarnizada.
16 Esto me ha dicho el Señor:
Dentro de un año, año de jornalero,
se acabará la nobleza de Cadar,
17 y quedará
de los arqueros de Cadar
bien poca cosa
– lo ha dicho el Señor,
Dios de Israel– .

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Introducción a Isaías

PROFETAS

Libros proféticos. El apelativo de profeta se ha aplicado en la Biblia a los grandes amigos de Dios que han desarrollado un papel decisivo en la historia del pueblo de Israel, ya sea como líderes carismáticos (Abrahán, Moisés, etc.) o como autores inspirados que escribieron esa historia a la luz de la inspiración divina (de Josué a los libros de los Reyes). La Biblia hebrea los denominó con el término genérico de «profetas anteriores», para distinguirlos de los profetas propiamente dichos, los cuales, a su vez, fueron catalogados como «profetas mayores», Isaías, Jeremías y Ezequiel, y los 12 «profetas menores».
«Elección, vocación y misión» podrían resumir la experiencia excepcional de Dios que lanzaron a estos hombres a enfrentarse con el pueblo en momentos decisivos de su historia, para denunciar el pecado, llamar a la conversión, avivar la fe, abrir un horizonte trascendente de esperanza e interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación divina.

ISAÍAS

La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hizo que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías -que en hebreo significa «El Señor salva»-. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1-39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40-55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56-66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.

Isaías el profeta.
De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).

Su época
. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza Asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo ( 2Re_18:14 ).

Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo -antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas- el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Isaías 21,1-17Caída de Babilonia - Contra Duma - Contra Arabia. Es probable que el poema sobre la caída de Babilonia no fuera compuesto contra ella, sino contra Asur; pero después de la caída de Babilonia, fue adaptado y colocado en este lugar. Nótese el acento satírico del canto. Eso infunde fuerza, ánimo y esperanza en quienes esperan la caída de los opresores. Sigue al oráculo contra Babilonia, los oráculos contra Duma (Edom) y contra Arabia. La razón para yuxtaponer estos oráculos puede ser la proximidad geográfica de ambos pueblos.