Isaías 24 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 23 versitos |
1

ESCATOLOGÍA
34s; 65s; Ez 38s; Zac 14

Catástrofe
Miren al Señor
que agrieta la tierra
y la resquebraja,
devasta la superficie
y dispersa a sus habitantes:
2 lo mismo pueblo que sacerdote,
esclavo que señor,
esclava que señora,
comprador que vendedor,
prestatario que prestamista,
acreedor que deudor.
3 Queda la tierra rajada,
queda saqueada
– el Señor ha pronunciado
esta amenaza– .
4 Languidece y se debilita la tierra,
desfallece y se debilita el mundo,
desfallecen el cielo y la tierra,
5 la tierra está profanada
bajo sus habitantes,
que violaron la ley,
trastocaron el decreto,
rompieron el pacto perpetuo.
6 Por eso la maldición
se devora la tierra
y lo pagan sus habitantes,
por eso se consumen
los habitantes de la tierra
y quedan hombres contados.
7

La ciudad desolada
16; Jr 48

Languidece el vino nuevo,
desfallece la vid,
gimen los corazones alegres;
8 cesa el alborozo de los tamboriles,
se acaba el bullicio
de los que se divierten,
cesa el alborozo de las cítaras.
9 Ya no beben vino entre canciones
y el licor es amargo
para el que lo bebe.
10 La ciudad, desolada, se derrumba,
están cerradas
las entradas de las casas;
11 hay lamentos por las calles
porque no hay vino,
se apagaron las fiestas,
se desterró el alborozo del país.
12 En la ciudad
sólo quedan escombros
y la puerta está herida de ruina.
13

El resto

Sucederá en medio de la tierra y entre los pueblos lo que en el apaleo de la aceituna o en la segunda pasada después de la vendimia.
14 Ellos alzarán la voz vitoreando la grandeza del Señor:
Aclamen desde occidente,
15 respondan desde oriente
glorificando al Señor;
desde las islas del mar,
al Nombre del Señor, Dios de Israel.
16 Desde el confín de la tierra
nos llegan cánticos:
¡Gloria al Justo!
17
Destrucción
Pero yo digo:
¡Qué dolor, qué dolor, ay de mí!
Los traidores traicionan,
los traidores traman traiciones. Pánico y zanja y trampa contra ti,
habitante de la tierra:
18 el que escape del grito de pánico
caerá en la zanja,
el que salga del fondo de la zanja
quedará atrapado en trampa.
Se abren las compuertas del cielo
y retiemblan los cimientos
de la tierra:
19 se tambalea y se bambolea la tierra,
tiembla y retiembla la tierra,
se mueve y se remueve la tierra,
20 vacila y oscila la tierra
como un borracho,
cabecea como una choza;
tanto le pesa su pecado,
que se desploma y no se alza más.
21

Juicio y reino del Señor
Dn 7; Sal 82

Aquel día juzgará el Señor
a los ejércitos del cielo en el cielo,
a los reyes de la tierra en la tierra.
22 Se van agrupando
y quedan encerrados,
presos en la prisión;
pasados muchos días
comparecerán a juicio.
23 La luna se sonrojará,
se avergonzará el sol
cuando reine el Señor Todopoderoso
en el Monte Sión, en Jerusalén,
glorioso delante de su senado.

Patrocinio

 
 

Introducción a Isaías

PROFETAS

Libros proféticos. El apelativo de profeta se ha aplicado en la Biblia a los grandes amigos de Dios que han desarrollado un papel decisivo en la historia del pueblo de Israel, ya sea como líderes carismáticos (Abrahán, Moisés, etc.) o como autores inspirados que escribieron esa historia a la luz de la inspiración divina (de Josué a los libros de los Reyes). La Biblia hebrea los denominó con el término genérico de «profetas anteriores», para distinguirlos de los profetas propiamente dichos, los cuales, a su vez, fueron catalogados como «profetas mayores», Isaías, Jeremías y Ezequiel, y los 12 «profetas menores».
«Elección, vocación y misión» podrían resumir la experiencia excepcional de Dios que lanzaron a estos hombres a enfrentarse con el pueblo en momentos decisivos de su historia, para denunciar el pecado, llamar a la conversión, avivar la fe, abrir un horizonte trascendente de esperanza e interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación divina.

ISAÍAS

La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hizo que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías -que en hebreo significa «El Señor salva»-. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1-39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40-55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56-66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.

Isaías el profeta.
De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).

Su época
. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza Asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo ( 2Re_18:14 ).

Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo -antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas- el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Patrocinio

Notas

Isaías 24,1-6Catástrofe. Muchos comentaristas denominan «pequeño apocalipsis de Isaías» a esta sección que comienza aquí y se extiende hasta el capítulo 27. En realidad no se trata de un apocalipsis, pero sí presenta ya varios elementos que serán característicos de ese género literario, y que tendrá su máxima expresión en Daniel y Zac 9-14. Por eso hay imágenes de juicio final y banquete al final de los tiempos, todo ello adornado con salmos de petición y de acción de gracias. Estos capítulos son tal vez los más recientes de Isaías.


Isaías 24,7-12La ciudad desolada. Este poema describe la destrucción y desolación de una ciudad, tal vez pagana, pero que sirve al profeta para compararla con Jerusalén. Es difícil aventurar de qué ciudad se trata. De todos modos, éste era el panorama que iba quedando al paso de los ejércitos asirios por todos los rincones de la región que algunos denominan «media luna fértil».
Isaías 24,13-16El resto. A pesar de la desolación y la muerte, algún pequeño grupo de fieles quedará para reconocer y cantar las grandezas del Dios de Israel.
Isaías 24,17-23Destrucción - Juicio y reino del Señor. Desde la perspectiva apocalíptica, la única salida para un cambio en la realidad que se vive es la intervención directa de Dios. Esta intervención se intuye como una destrucción total, cósmica, en orden a recrear la armonía. El género apocalíptico tiene en cuenta muy poco la responsabilidad humana y sus posibilidades de transformar por sí mismo las estructuras de injusticia mediante un cambio de actitud respecto de la justicia.
Nosotros como cristianos, convencidos de nuestra responsabilidad y vocación de transformar la realidad y las estructuras que nos rodean, no podemos cruzar los brazos esperando una intervención del cielo. Si de verdad queremos transformar la realidad, no nos queda otro camino que empezar a recorrer el mismo camino de Jesús, poniendo en práctica el Evangelio; sólo desde una conciencia nueva, podremos soñar con una realidad nueva y distinta.