Isaías 33 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 24 versitos |
1

Esperanza en el Señor

¡Ay de ti, devastador,
nunca devastado;
saqueador, nunca saqueado!
Cuando acabes de devastar
te devastarán a ti,
cuando termines de saquear
te saquearán a ti.
2 ¡Piedad, Señor, que esperamos en ti!,
sé nuestro brazo por la mañana
y nuestra salvación en el peligro.
3 A tu voz atronadora
se desbandaron los pueblos,
al levantarte tú
se dispersaron las naciones,
4 y se recogía botín
como se recoge la langosta,
se abalanzaban a él
como avalancha de saltamontes.
5 El Señor es sublime,
porque habita en lo alto,
él ha llenado a Sión
de justicia y derecho;
6 la fidelidad será su adorno,
la sabiduría y el conocimiento
serán su provisión salvadora,
el respeto del Señor será su tesoro.
7 Oigan, los enviados gimen en la calle,
los mensajeros de paz
lloran amargamente:
8 están destruidas las calzadas
y ya no transitan caminantes.
Ha roto la alianza,
despreciando a los testigos
y no respetando al hombre.
9 Languidece y se marchita el país,
el Líbano se decolora y queda mustio,
el Sarón está hecho una estepa,
están pelados el Basán y el Carmelo.
10 Ahora me pongo de pie,
dice el Señor;
ahora me yergo, ahora me alzo:
11 Concebirán paja y darán a luz polvo,
y mi aliento como fuego
los consumirá;
12 los pueblos serán calcinados,
como cardos segados arderán.
13 Los lejanos,
escuchen lo que he hecho;
los cercanos, reconozcan mi valor.
14 Temen en Sión los pecadores,
un temblor se apodera
de los perversos:
¿Quién de nosotros habitará
en un fuego devorador,
quién de nosotros habitará
en una hoguera perpetua?
15 – El que procede con justicia,
habla con rectitud
y rehúsa el lucro de la opresión;
el que sacude la mano
rechazando el soborno
y tapa su oído
a propuestas sanguinarias;
el que cierra los ojos
para no complacerse en el mal,
16 ése morará en las alturas:
picachos rocosos
serán su fortificación,
con abundancia de pan
y provisión de agua.
17 Un rey en su esplendor
contemplarán tus ojos,
verán un país dilatado,
18 y te dirás sobrecogido:
¿Dónde está el que contaba,
dónde está el que pesaba,
dónde el que contaba las torres?
19 Ya no verás al pueblo violento,
cuya lengua es oscura
y no se entiende,
que pronuncia de modo extraño
e incomprensible.
20 Contempla a Sión,
ciudad de nuestras fiestas:
tus ojos verán a Jerusalén,
morada tranquila,
tienda permanente,
cuyas estacas no se arrancarán,
cuyas cuerdas no se soltarán.
21 Que allí el Señor
es nuestro capitán,
en un lugar de ríos
y canales anchísimos,
que no surcan barcas de remo
ni la nave capitana los cruza:
22 están flojas sus cuerdas,
no sujetan el mástil
ni despliegan las velas.
23 Porque el Señor es nuestro juez,
el Señor nuestro gobernador,
el Señor nuestro rey; él nos salvará: entonces el ciego
repartirá enorme botín
y hasta los cojos se darán al saqueo;
24 y ningún vecino dirá:
Me siento mal,
porque al pueblo que allí habita
le han perdonado la culpa.

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Introducción a Isaías

PROFETAS

Libros proféticos. El apelativo de profeta se ha aplicado en la Biblia a los grandes amigos de Dios que han desarrollado un papel decisivo en la historia del pueblo de Israel, ya sea como líderes carismáticos (Abrahán, Moisés, etc.) o como autores inspirados que escribieron esa historia a la luz de la inspiración divina (de Josué a los libros de los Reyes). La Biblia hebrea los denominó con el término genérico de «profetas anteriores», para distinguirlos de los profetas propiamente dichos, los cuales, a su vez, fueron catalogados como «profetas mayores», Isaías, Jeremías y Ezequiel, y los 12 «profetas menores».
«Elección, vocación y misión» podrían resumir la experiencia excepcional de Dios que lanzaron a estos hombres a enfrentarse con el pueblo en momentos decisivos de su historia, para denunciar el pecado, llamar a la conversión, avivar la fe, abrir un horizonte trascendente de esperanza e interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación divina.

ISAÍAS

La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hizo que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías -que en hebreo significa «El Señor salva»-. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1-39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40-55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56-66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.

Isaías el profeta.
De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).

Su época
. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza Asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo ( 2Re_18:14 ).

Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo -antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas- el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Isaías 33,1-24Esperanza en el Señor. Según algunos comentaristas, este capítulo no corresponde a la época de Isaías; contiene ideas y temas suyos, pero seguramente se trata de otro autor. En cuanto a su contenido, se trata de una larga oración sálmica propia del culto del templo, que se proclamaba en forma de diálogo. Se pueden distinguir varios motivos: amenazas de desastre (1); oración de súplica (2-4); himno de alabanza (5s); lamentación (7-9); respuesta del Señor (10-13); diálogo sobre quiénes pueden acercarse al Señor (14-16). Los versículos 17-24 son una promesa de retorno, una esperanza de volver a ver a Jerusalén. Recuérdese que Jerusalén fue destruida por los caldeos o babilonios en el 587 a.C., y que por estos mismos años se realizó la deportación selectiva de judíos a Babilonia.
El cambio de suerte para Jerusalén y sus habitantes implica, primero de todo, asumir actitudes de justicia y de rectitud, tal como lo expresan los versículos 15s (cfr. también Sal 15; 24,3-5), pero implica también estar libres del poder opresor (19). En todo caso hay que confiar siempre en el Dios de la salvación, pero nunca hay que perder de vista la responsabilidad de todos en la construcción de una sociedad justa.