Isaías 38 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 22 versitos |
1

Enfermedad y sanación de Ezequías
2 Re 20,1-11

En aquel tiempo, Ezequías cayó enfermo de muerte. El profeta Isaías, hijo de Amós, fue a visitarlo y le dijo:
– Así dice el Señor: Haz testamento, porque vas a morir sin remedio.
2 Entonces, Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor:
3 – Señor, ten presente que he procedido de acuerdo contigo, con corazón sincero e íntegro, y que he hecho lo que te agrada.
Y lloró con largo llanto.
4 El Señor dirigió la palabra a Isaías:
5 – Ve y dile a Ezequías: Así dice el Señor, Dios de tu padre David: He escuchado tu oración, he visto tus lágrimas. Mira, añado a tus días otros quince años.
6 Los libraré de las manos del rey de Asiria, a ti y a esta ciudad, y la protegeré.
7 Isaías ordenó:
– Que traigan un ungüento de higos y lo apliquen a la herida para que se sane.
8 Ezequías dijo:
–¿Cuál es la señal de que subiré a la casa del Señor?
9 Respondió:
–Ésta es la señal del Señor, de que cumplirá el Señor la palabra dada:
10 En el reloj de sol de Ajaz haré que la sombra retroceda los diez grados que ha avanzado.
Y desanduvo el sol en el reloj los diez grados que había avanzado.
11

Cántico de Ezequías
Sal 30; 88

Cántico de Ezequías, rey de Judá, cuando enfermó y sanó de la enfermedad:
12 – Yo pensé: En lo mejor de mis días,
tengo que marchar
hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años.
13 Yo pensé: Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.
14 Levantan y enrollan mi morada
como tienda de pastores.
Como un tejedor enrollaba yo mi vida,
y me cortan la trama.
Día y noche me estabas acabando,
15 sollozo hasta el amanecer.
Me quiebras los huesos como un león,
día y noche me estás acabando.
16 Como una golondrina estoy piando,
gimo como una paloma.
Mis ojos mirando al cielo
se consumen:
¡Señor, que me oprimen,
sal fiador por mí!
17 ¿Qué le diré y qué pensaré
si él es quien lo hace?
Huye de mí el sueño
por la amargura de mi alma.
18 Los que Dios protege, viven,
y entre ellos vivirá mi espíritu:
me has sanado,
me has hecho revivir.
19 La amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi vida
ante la tumba vacía
y volviste la espalda
a todos mis pecados.
20 El abismo no te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.
21 Los vivos, los vivos son
quienes te dan gracias:
como yo ahora.
El padre enseña a sus hijos
tu fidelidad.
22 Sálvame, Señor,
y tocaremos nuestras arpas
todos nuestros días
en la casa del Señor.

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Introducción a Isaías

PROFETAS

Libros proféticos. El apelativo de profeta se ha aplicado en la Biblia a los grandes amigos de Dios que han desarrollado un papel decisivo en la historia del pueblo de Israel, ya sea como líderes carismáticos (Abrahán, Moisés, etc.) o como autores inspirados que escribieron esa historia a la luz de la inspiración divina (de Josué a los libros de los Reyes). La Biblia hebrea los denominó con el término genérico de «profetas anteriores», para distinguirlos de los profetas propiamente dichos, los cuales, a su vez, fueron catalogados como «profetas mayores», Isaías, Jeremías y Ezequiel, y los 12 «profetas menores».
«Elección, vocación y misión» podrían resumir la experiencia excepcional de Dios que lanzaron a estos hombres a enfrentarse con el pueblo en momentos decisivos de su historia, para denunciar el pecado, llamar a la conversión, avivar la fe, abrir un horizonte trascendente de esperanza e interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación divina.

ISAÍAS

La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hizo que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías -que en hebreo significa «El Señor salva»-. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1-39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40-55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56-66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.

Isaías el profeta.
De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).

Su época
. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza Asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo ( 2Re_18:14 ).

Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo -antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas- el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Isaías 38,1-8Enfermedad y sanación de Ezequías. La enfermedad y sanación de Ezequías, narrada también en 2Re_20:1-11 y 2Cr_32:24-26, sirve de marco a la predicación de Isaías que insiste en confiar únicamente en el poder de Dios. Para ello se vale también de una señal (22). Dos cosas quiere subrayar el profeta con estas señales: así como el rey escapa a la muerte, también Jerusalén escapará de la destrucción; y así como Dios puede «detener el sol» o hacerlo retroceder, también puede detener los ejércitos invasores y hacerlos regresar a su tierra.


Isaías 38,9-20Cántico de Ezequías. Esta oración de súplica o lamentación no aparece en el relato paralelo del Segundo libro de los Reyes, y es probable que tampoco sea de Ezequías. Algunos críticos se inclinan a pensar que se trata de un salmo compuesto después del destierro que refleja la situación de alguien que está sufriendo una tremenda enfermedad.
Los versículos 10-15 exponen la razón de la súplica: el ciclo normal de la vida va llegando a su final, y a ello se suma un cierto dolor moral y físico que el salmista describe en forma de persecución y por el cual solicita el auxilio del Señor. Los versículos 16-20 son la acción de gracias al Señor porque ha escuchado la oración del afligido; no ha tenido en cuenta los pecados del salmista y le ha sanado, le ha hecho revivir.