Isaías 48 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 22 versitos |
1

Pleito con el pueblo
43,22-28; 50,1-3

Escuchen esto, casa de Jacob,
que llevan el nombre de Israel,
y brotan de la semilla de Judá,
que juran por el Nombre del Señor,
e invocan al Dios de Israel,
pero sin verdad ni rectitud,
2 aunque toman nombre
de la Ciudad Santa
y se apoyan en el Dios de Israel,
cuyo nombre es
Señor Todopoderoso.
3 El pasado lo predije de antemano:
de mi boca salió y lo anuncié;
de repente lo realicé y sucedió.
4 Porque sé que eres obstinado,
que tu cuello es una barra de hierro
y tu frente es de bronce;
5 por eso te lo anuncié de antemano,
antes de que sucediera te lo predije,
para que no dijeras:
Mi ídolo lo ha hecho,
mi estatua de leño
o metal lo ha ordenado.
6 Lo oíste; míralo todo,
¿por qué no lo anuncias?,
y ahora te predigo algo nuevo,
secretos que no conoces;
7 ahora son creados, y no antes,
ni de antemano los oíste,
para que no digas: Ya lo sabía.
8 Ni lo habías oído ni lo sabías,
aún no estaba abierta tu oreja;
porque yo sabía lo pérfido que eres,
que desde el vientre de tu madre
te llaman rebelde.
9 Por mi Nombre modero mi cólera,
por mi honor me contengo
para no aniquilarte.
10 Mira,
yo te he refinado como plata,
te he probado
en el crisol de la desgracia;
11 por mí, por mí lo hago:
porque mi Nombre
no ha de ser profanado
y mi gloria no la cedo a nadie.
12

Misión de Ciro
41,1-5; 45,1-8

Escúchame, Jacob;
Israel, a quien llamé:
yo soy, yo soy el primero
y yo soy el último.
13 Mi mano cimentó la tierra,
mi diestra desplegó el cielo;
cuando yo los llamo,
se presentan juntos.
14 Reúnanse todos y escuchen:
¿quién de ellos lo ha predicho?
Mi amigo cumplirá mi voluntad
contra Babilonia
y la raza de los caldeos.
15 Yo, yo mismo he hablado
y lo he llamado,
lo he traído
y he dado éxito a su empresa.
16 Acérquense y escuchen esto:
No hago predicciones en secreto,
y cuando sucede, ya estoy yo allí
– y ahora el Señor Dios
me ha enviado con su espíritu– .
17 Así dice el Señor,
tu redentor, el Santo de Israel:
Yo, el Señor, tu Dios,
te enseño para tu provecho,
te guío por el camino que sigues.
18 Si hubieras atendido
a mis mandatos,
sería tu paz como un río,
tu justicia como las olas del mar;
19 tu descendencia
sería como la arena,
como sus granos,
los retoños de tus entrañas;
tu nombre no sería aniquilado
ni destruido ante mí.
20

Salida de Babilonia
52,11-12; 55,12-13

¡Salgan de Babilonia,
huyan de los caldeos!
Con gritos de júbilo
anúncienlo y proclámenlo,
publíquenlo hasta el confín de la tierra.
Digan: el Señor ha redimido
a su siervo Jacob.
21 No pasaron sed
cuando los guió por el desierto,
agua de la roca hizo brotar,
partió la roca y brotó agua.
22

Segundo cántico del siervo:
La misión
42,1-9; 50,4-11; 52,13– 53,12

Escúchenme, islas;
presten atención, pueblos lejanos:
Estaba yo en el vientre,
y el Señor me llamó;
en las entrañas maternas,
y pronunció mi nombre.

Patrocinio

 
 

Introducción a Isaías

PROFETAS

Libros proféticos. El apelativo de profeta se ha aplicado en la Biblia a los grandes amigos de Dios que han desarrollado un papel decisivo en la historia del pueblo de Israel, ya sea como líderes carismáticos (Abrahán, Moisés, etc.) o como autores inspirados que escribieron esa historia a la luz de la inspiración divina (de Josué a los libros de los Reyes). La Biblia hebrea los denominó con el término genérico de «profetas anteriores», para distinguirlos de los profetas propiamente dichos, los cuales, a su vez, fueron catalogados como «profetas mayores», Isaías, Jeremías y Ezequiel, y los 12 «profetas menores».
«Elección, vocación y misión» podrían resumir la experiencia excepcional de Dios que lanzaron a estos hombres a enfrentarse con el pueblo en momentos decisivos de su historia, para denunciar el pecado, llamar a la conversión, avivar la fe, abrir un horizonte trascendente de esperanza e interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación divina.

ISAÍAS

La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hizo que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías -que en hebreo significa «El Señor salva»-. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1-39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40-55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56-66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.

Isaías el profeta.
De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).

Su época
. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza Asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo ( 2Re_18:14 ).

Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo -antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas- el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Patrocinio

Notas

Isaías 48,1-11Pleito con el pueblo. Como en un pleito, el Señor recuerda a su pueblo por medio del profeta cómo todo lo acontecido y lo que está por acontecer estaba ya anunciado. Se van alternando en este capítulo llamadas de atención y reproches muy fuertes de parte de Dios con promesas de perdón y salvación.
Desde muy temprano, cuando Israel se formó como pueblo, demostró ser obstinado, de dura cerviz (Éxo_32:9; Deu_9:13). Ante las propuestas de Dios muchas veces se ha hecho el sordo y el ciego (Isa_6:9s); su obstinación y rechazo al Señor le ha acarreado la servidumbre y sometimiento a otros pueblos (Deu_28:48; cfr. Jer_27:8-11). A pesar de que Dios tiene sobradas razones para abandonar a Israel, no lo rechaza (9-11).


Isaías 48,12-19Misión de Ciro. Si Israel hubiera sido siempre fiel al Señor... Israel mira su historia pasada cargada de bendiciones y promesas, comenzando por aquellas hechas a Abrahán (Gén_13:16; Gén_15:5 etc.); y no sólo promesas y bendiciones sino también acciones a su favor: liberación de Egipto (Éx 13s); compañía en el desierto (Éx 15s, don de la tierra; etc. Israel únicamente tenía que ser fiel al compromiso de tener solo al Señor por Dios, y mantener el firme propósito de no volver a caer en la experiencia de Egipto. Pero ahí estuvo su fracaso: cuando se dejó tentar siguiendo otros dioses, cuando decidió organizarse como monarquía, cuando prefirió aliarse con otras naciones, demostró que el Señor no le interesaba y por ahí entró el fracaso histórico. Pese a todo, el Señor mantiene su firme intención de liberar y de acabar con sus opresores valiéndose de un extranjero a quien llama «mi amigo» (14).
Isaías 48,20-21Salida de Babilonia. Orden de libertad que se convierte en un cántico de liberación. El Señor rescata a su siervo y tendrá cuidado de que no le falte ni siquiera el agua en su travesía hacia la tierra. Con este anuncio del fin del destierro se cierra prácticamente el tono de los discursos de los capítulos 47s.