Isaías 51 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 23 versitos |
1

Palabras de consuelo a Jerusalén

Escúchenme,
los que van tras la justicia,
los que buscan al Señor:
Miren la roca
de la que fueron tallados,
la cantera de donde los extrajeron;
2 miren a Abrahán, su padre;
a Sara, que los dio a luz:
cuando lo llamé, era uno,
pero lo bendije y lo multipliqué.
3 El Señor consuela a Sión,
consuela a sus ruinas:
convertirá su desierto en un edén,
su arenal en paraíso del Señor;
allí habrá gozo y alegría,
con acción de gracias
al son de instrumentos.
4 Hazme caso, pueblo mío;
nación mía, dame oído;
porque de mí sale la ley,
mi mandato es la luz de los pueblos.
5 En un momento
haré llegar mi victoria,
amanecerá
como el día mi salvación,
mi brazo gobernará los pueblos:
me están aguardando las islas,
ponen su esperanza en mi brazo.
6 Levanten los ojos al cielo,
Miren abajo, a la tierra:
el cielo se disipa como humo,
la tierra se gasta como ropa,
sus habitantes mueren
como mosquitos;
pero mi salvación dura por siempre,
mi victoria no tendrá fin.
7 Escúchenme
los entendidos en derecho,
el pueblo que lleva mi ley
en el corazón:
no teman la afrenta de los hombres,
no desmayen por sus ultrajes:
8 Porque la polilla
los roerá como a la ropa,
como los gusanos roen la lana;
pero mi victoria dura por siempre,
mi salvación de edad en edad.
9 ¡Despierta, despierta;
revístete de fuerza, brazo del Señor;
despierta como en los días antiguos,
como en las generaciones pasadas!
¿No eres tú
quien destrozó al monstruo
y traspasó al dragón?
10 ¿No eres tú quien secó el mar
y las aguas del Gran Océano;
el que hizo un camino
por el fondo del mar
para que pasaran los redimidos?
11 Los rescatados del Señor volverán:
vendrán a Sión con cánticos,
en cabeza alegría perpetua,
siguiéndolos gozo y alegría,
pena y aflicción se alejarán.
12 Yo, yo soy tu consolador.
¿Quién eres tú
para temer a un mortal,
a un hombre que será como hierba?
13 Olvidaste al Señor que te hizo,
que desplegó el cielo
y cimentó la tierra.
Y temías sin cesar, todo el día,
la furia del opresor,
cuando se disponía a destruir.
¿Dónde ha quedado
la furia del opresor?
14 Se suelta a toda prisa
el preso encorvado,
no morirá en el calabozo
ni le faltará el pan.
15 Yo, el Señor, tu Dios,
agito el mar, y rugen sus olas:
mi Nombre es Señor Todopoderoso.
16 Puse en tu boca mi Palabra,
te cubrí con la sombra de mi mano;
extiendo el cielo, cimento la tierra,
y digo a Sión: Mi pueblo eres tú.
17 ¡Despiértate, despiértate,
levántate, Jerusalén!,
que bebiste de la mano del Señor
la copa de su ira,
y bebiste hasta el fondo
una copa, un cáliz embriagador.
18 Entre los hijos que engendró,
no hay quien la guíe;
entre los hijos que crió,
no hay quien la lleve de la mano:
19 esos dos males te han sucedido,
¿quién te compadece?;
ruina y destrucción, hambre y espada,
¿quién te consuela?
20 Tus hijos yacen desfallecidos
en las encrucijadas,
como antílope en la red,
repletos de la ira del Señor,
del reproche de tu Dios.
21 Por tanto, escúchalo, desgraciada;
borracha y no de vino.
22 Así dice el Señor, tu Dios,
defensor de su pueblo:
Mira, yo quito de tu mano
la copa del vértigo,
no volverás a beber
del cuenco de mi ira;
23 lo pondré en la mano
de tus verdugos, que te decían:
Dobla el cuello,
que pasemos encima;
y presentaste la espalda como suelo,
como calle para los transeúntes.

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Introducción a Isaías

PROFETAS

Libros proféticos. El apelativo de profeta se ha aplicado en la Biblia a los grandes amigos de Dios que han desarrollado un papel decisivo en la historia del pueblo de Israel, ya sea como líderes carismáticos (Abrahán, Moisés, etc.) o como autores inspirados que escribieron esa historia a la luz de la inspiración divina (de Josué a los libros de los Reyes). La Biblia hebrea los denominó con el término genérico de «profetas anteriores», para distinguirlos de los profetas propiamente dichos, los cuales, a su vez, fueron catalogados como «profetas mayores», Isaías, Jeremías y Ezequiel, y los 12 «profetas menores».
«Elección, vocación y misión» podrían resumir la experiencia excepcional de Dios que lanzaron a estos hombres a enfrentarse con el pueblo en momentos decisivos de su historia, para denunciar el pecado, llamar a la conversión, avivar la fe, abrir un horizonte trascendente de esperanza e interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación divina.

ISAÍAS

La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hizo que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías -que en hebreo significa «El Señor salva»-. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1-39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40-55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56-66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.

Isaías el profeta.
De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).

Su época
. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza Asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo ( 2Re_18:14 ).

Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo -antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas- el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Isaías 51,1-23Palabras de consuelo a Jerusalén. El largo poema que comprende todo este capítulo va alternando la constatación de los males y la humillación padecida, con el anuncio esperanzador de la liberación cercana. Las promesas de liberación del presente están en conexión con la bendición y promesas hechas a los antepasados. Dios no ha cambiado su opción; los opresores no podrán hacer nada contra los hijos de Abrahán y Sara (2), porque el brazo poderoso de su Dios les protege y les salva como pueblo de su propiedad (16). El profeta incita a su Dios para que comience a actuar ahora como lo hizo antiguamente, instaurando la armonía sobre el caos y destruyendo las fuerzas del mal personificadas en los monstruos mitológicos. En la mentalidad de los profetas, lo que ha sucedido a Judá y a su capital Jerusalén es un castigo, es la «copa de la ira» que Dios mismo había puesto en su mano. Pero ha llegado el momento de retirar el castigo y levantarse; ahora la «copa de la ira» será puesta en manos de Babilonia que también tendrá que purgar sus faltas (23; cfr. Jer_13:13; Jer_25:15-18; Jer_48:26; Jer_49:12), y en general a todos los que han atormentado a Israel (Jer_51:7).