Isaías 52 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 15 versitos |
1

Despierta, Sión

¡Despierta, despierta,
vístete de tu fuerza, Sión;
vístete el traje de gala,
Jerusalén, Santa Ciudad!,
porque no volverán a entrar en ti
incircuncisos ni impuros.
2 Sacúdete el polvo,
ponte de pie, Jerusalén cautiva;
desátate las correas del cuello,
3 porque así dice el Señor:
por nada fueron vendidos
y sin pagar los rescataré.
4 Porque así dice el Señor:
Al principio mi pueblo bajó a Egipto,
para residir allí como extranjero;
al final, Asur lo oprimió.
5 Pero ahora, ¿qué hago yo aquí?
– oráculo del Señor– .
A mi pueblo se lo llevan por nada,
sus dominadores lanzan aullidos
– oráculo del Señor–
y todo el día sin cesar
desprecian mi Nombre.
6 Por eso mi pueblo
reconocerá mi Nombre,
comprenderá aquel día
que era yo el que hablaba,
y aquí estoy.
7

El mensajero de paz
40,1-10; Nah 2,1-3

¡Qué hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero
que anuncia la paz,
que trae la buena nueva,
que pregona la victoria,
que dice a Sión: Ya reina tu Dios!
8 Escucha: tus vigías gritan,
cantan a coro,
porque ven cara a cara
al Señor, que vuelve a Sión.
9 Estallen en gritos de alegría,
ruinas de Jerusalén,
que el Señor consuela a su pueblo,
rescata a Jerusalén.
10 El Señor desnuda su santo brazo
a la vista de todas las naciones,
y verán los confines de la tierra
la victoria de nuestro Dios.
11 ¡Fuera, fuera! Salgan de allí,
no toquen nada impuro.
¡Salgan de ella! ¡Purifíquense,
los que llevan los vasos del Señor!
12 No saldrán apresurados
ni se irán huyendo,
porque al frente de ustedes
marcha el Señor,
y en la retaguardia, el Dios de Israel.
13

Cuarto cántico del siervo:
Su pasión y gloria
42,1-9; 49,1-13; 50,4-11; Lam 3; Hch 8,26-40

Miren, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.
14 Como muchos se espantaron de él,
porque desfigurado
no parecía hombre
ni tenía aspecto humano;
15 así asombrará a muchos pueblos;
ante él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo que nunca se había visto
y contemplar algo inaudito.

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Introducción a Isaías

PROFETAS

Libros proféticos. El apelativo de profeta se ha aplicado en la Biblia a los grandes amigos de Dios que han desarrollado un papel decisivo en la historia del pueblo de Israel, ya sea como líderes carismáticos (Abrahán, Moisés, etc.) o como autores inspirados que escribieron esa historia a la luz de la inspiración divina (de Josué a los libros de los Reyes). La Biblia hebrea los denominó con el término genérico de «profetas anteriores», para distinguirlos de los profetas propiamente dichos, los cuales, a su vez, fueron catalogados como «profetas mayores», Isaías, Jeremías y Ezequiel, y los 12 «profetas menores».
«Elección, vocación y misión» podrían resumir la experiencia excepcional de Dios que lanzaron a estos hombres a enfrentarse con el pueblo en momentos decisivos de su historia, para denunciar el pecado, llamar a la conversión, avivar la fe, abrir un horizonte trascendente de esperanza e interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación divina.

ISAÍAS

La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hizo que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías -que en hebreo significa «El Señor salva»-. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1-39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40-55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56-66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.

Isaías el profeta.
De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).

Su época
. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza Asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo ( 2Re_18:14 ).

Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo -antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas- el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Isaías 52,1-6Despierta, Sión. Llamada a la alegría y a la confianza en que nunca más Jerusalén será profanada. Por unos siglos esta promesa se cumplió hasta la aparición de los griegos (cfr. 1 Mac 1). Con la figura del tráfico de esclavos que podían ser vendidos y rescatados, el profeta anuncia que el Señor no vendió a su pueblo y, por lo tanto, el rescate tampoco tendrá costo alguno. Aquí está en germen el sentido de la gratuidad de la salvación otorgada por Dios.


Isaías 52,7-12El mensajero de la paz. Este pasaje sintetiza muy bien todo el llamado «Libro de la Consolación» (40-55): se resaltan las buenas noticias refrendadas con la liberación de los cautivos. En un mundo plagado de violencia y muerte, los trabajadores del reino tienen la gran tarea de ser también anunciadores y promotores de paz, de justicia y de vida.
Isaías 52,13-15Cuarto cántico del siervo: Su pasión y gloria. Éste es el cuarto cántico del siervo, donde se explicita mucho más abiertamente el aspecto del sufrimiento sin causa y su victoria final. El asombro de muchos (52,14), consiste en pensar que sus padecimientos son un castigo divino. Los espectadores tendrán que reconocer que ellos son los verdaderos culpables de dichos padecimientos, y que el siervo era inocente. Así, pues, la pasión del siervo tenía como fin la expiación de los pecados de muchos (53,4.6.8.10-12).
Tampoco en este cántico queda aclarada la cuestión de la identidad del siervo. Para muchos sigue siendo un colectivo, el resto fiel de Israel, mientras que para otros se trata de un individuo que soportará en su propia carne las consecuencias de la injusticia y del rechazo a la voluntad de Dios. En ambas realidades, sea colectividad o individuo, es constatable el sufrimiento injusto inflingido por individuos y estructuras que caminan en contra del querer del Señor. Los padecimientos no podrán ser excusa para dejar de denunciar los proyectos de los fuertes y poderosos, siempre con la convicción de que tras el siervo doliente está el Dios de la vida que lo respalda.
Contrasta el origen humilde y miserable del siervo 11,1.10 donde se anuncia con gran gozo el nacimiento del Mesías davídico. Aquí podría estar el posible origen de por lo menos dos corrientes mesiánicas en el judaísmo: la corriente triunfalista, nacionalista y gloriosa, y otra que ve en el siervo desfigurado, maltratado y rechazado al Mesías, cuya misión, con matices universales, cumple desde el anonadamiento (cfr. Flp_2:6-8). Pero también a lo largo de la historia de la Iglesia hasta nuestros días, estos mismos textos han servido para fundamentar corrientes cristológicas que de alguna manera conectan con las tendencias mesiánicas judías (cfr. el diálogo de los discípulos de Emaús con el tercer peregrino, Luc_24:13-31).
En 53,11 el Señor toma la palabra para explicar la finalidad de los padecimientos del siervo: no son sus propias faltas las que lo han hecho padecer, pues él era justo (9b), sino los crímenes y abominaciones de la multitud. Su sacrificio, entonces, tiene el carácter de intercesión y de rescate, por eso justificará a muchos.