Isaías 59 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1

Liturgia penitencial
El pecado, obstáculo a la salvación
1,10-20; Jr 2

Mira, la mano del Señor
no se queda corta para salvar
ni es duro de oído para oír;
2 son las culpas de ustedes
las que se interponen
entre ustedes y su Dios;
son sus pecados
los que les ocultan su rostro,
e impiden que los oiga;
3 pues las manos de ustedes
están manchadas de sangre,
sus dedos, de crímenes;
sus labios dicen mentiras,
sus lenguas susurran maldades.
4 No hay quien invoque la justicia
ni quien vaya a juicio con sinceridad;
se apoyan en la mentira,
afirman la falsedad,
conciben el crimen
y dan a luz la maldad.
5 Incuban huevos de serpiente
y tejen telarañas:
quien coma esos huevos morirá;
si se rompen, salen víboras.
6 Sus telas no sirven para vestidos;
son tejidos que no pueden cubrir.
Sus obras son obras criminales,
sus manos ejecutan la violencia.
7 Sus pies corren hacia el mal,
tienen prisa por derramar
sangre inocente;
sus planes son planes criminales,
destrozos y ruinas dejan a su paso.
8 No conocen el camino de la paz,
no existe el derecho en sus senderos,
se abren sendas torcidas;
quien las sigue, no conoce la paz.
9 Por eso está lejos de nosotros
el derecho
y no nos alcanza la justicia:
esperamos la luz, y vienen tinieblas;
claridad, y caminamos a oscuras.
10 Como ciegos
vamos palpando la pared,
andamos a tientas
como gente sin vista;
en pleno día tropezamos
como al anochecer,
en pleno vigor
estamos como los muertos.
11 Gruñimos todos igual que osos
y nos quejamos como palomas.
Esperamos en el derecho, pero nada;
en la salvación,
y está lejos de nosotros.
12 Porque nuestros crímenes
contra ti son muchos,
y nuestros pecados nos acusan;
tenemos presentes
nuestros crímenes
y reconocemos nuestras culpas:
13 rebelarnos y negar al Señor,
volver la espalda a nuestro Dios,
hablar de opresión y revuelta,
planear por dentro engaños;
14 y así se tuerce el derecho
y la justicia se queda lejos,
porque en la plaza
tropieza la honradez,
y a la sinceridad no la dejan entrar;
15 la lealtad está ausente,
y despojan a quien evita el mal.

Interviene el Señor

El Señor contempla disgustado
que ya no existe la justicia.
16 Ve que no hay nadie,
se extraña de que nadie intervenga.
Entonces su brazo le dio la victoria,
y su justicia lo mantuvo:
17 por coraza se puso la justicia
y por casco la salvación;
por traje se vistió la venganza
y por manto
se envolvió en la indignación.
18 A cada uno va a pagar
lo que merece:
a su enemigo, furia;
a su adversario, castigo.
19 Los de occidente temerán al Señor,
los de oriente respetarán su gloria;
porque vendrá
como río encajonado,
empujado por el soplo del Señor.
20 Pero a Sión vendrá un Redentor
para alejar los crímenes de Jacob
– oráculo del Señor– .
21

Oráculo de salvación
Jr 31,31-33

Por mi parte, dice el Señor,
ésta es mi alianza con ellos:
el Espíritu mío, que te envié;
las Palabras mías,
que puse en tu boca,
no se caerán de tu boca,
ni de la boca de tus hijos,
ni de la boca de tus nietos,
nunca jamás – lo ha dicho el Señor– .

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Introducción a Isaías

PROFETAS

Libros proféticos. El apelativo de profeta se ha aplicado en la Biblia a los grandes amigos de Dios que han desarrollado un papel decisivo en la historia del pueblo de Israel, ya sea como líderes carismáticos (Abrahán, Moisés, etc.) o como autores inspirados que escribieron esa historia a la luz de la inspiración divina (de Josué a los libros de los Reyes). La Biblia hebrea los denominó con el término genérico de «profetas anteriores», para distinguirlos de los profetas propiamente dichos, los cuales, a su vez, fueron catalogados como «profetas mayores», Isaías, Jeremías y Ezequiel, y los 12 «profetas menores».
«Elección, vocación y misión» podrían resumir la experiencia excepcional de Dios que lanzaron a estos hombres a enfrentarse con el pueblo en momentos decisivos de su historia, para denunciar el pecado, llamar a la conversión, avivar la fe, abrir un horizonte trascendente de esperanza e interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación divina.

ISAÍAS

La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hizo que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías -que en hebreo significa «El Señor salva»-. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1-39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40-55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56-66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.

Isaías el profeta.
De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).

Su época
. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza Asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo ( 2Re_18:14 ).

Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo -antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas- el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Isaías 59,1-15El pecado, obstáculo a la salvación. En continuidad con el capítulo anterior encontramos aquí una especie de liturgia penitencial que se desarrolla en forma de diálogo entre dos coros. La idea central es que la salvación prometida tarda en realizarse, pero eso no es un capricho de Dios, sino consecuencia del pecado humano (1s).
Los versículos 3-8 presentan el motivo del acto penitencial. El pueblo tiene que reconocer humildemente sus culpas (9-15).


Isaías 59,16-20Interviene el Señor. La intervención del Señor, aunque se describe con la imagen de un guerrero, no tiene como finalidad destruir, sino salvar y restituir el orden perdido por la irresponsabilidad humana.
Isaías 59,21Oráculo de salvación. Promesa de la perpetuidad de la Alianza con Israel. Dicha perpetuidad consiste en la presencia siempre viva y actuante del Espíritu que se manifiesta -y se manifestará- a través de la Palabra (cfr. 40,7s; 51,16; 61,1; Jer_1:9).