Jeremías  1 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 19 versitos |
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JEREMÍAS
Introducción

Palabras de Jeremías, hijo de Jelcías, de los sacerdotes residentes en Anatot, territorio de Benjamín.
2 Recibió palabras del Señor durante el reinado de Josías, hijo de Amón, en Judá, el año trece de su reinado,
3 y también en tiempos de Joaquín, hijo de Josías, hasta el final del año once del reinado en Judá de Sedecías, hijo de Josías; hasta la deportación de Jerusalén en el mes quinto.
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Vocación de Jeremías
Éx 3s; 1 Sm 1– 3; Is 6; Ez 2

El Señor me dirigió la palabra:
5 – Antes de formarte en el vientre te elegí, antes de salir del seno materno te consagré y te nombré profeta de los paganos.
6 Yo repuse:
–¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho.
7 El Señor me contestó:
– No digas que eres un muchacho: que a donde yo te envíe, irás; lo que yo te mande, lo dirás.
8 No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte – oráculo del Señor– .
9 El Señor extendió la mano, me tocó la boca y me dijo:
– Mira, yo pongo mis palabras en tu boca,
10 hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar.
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Dos visiones de Jeremías

El Señor me dirigió la palabra:
–¿Qué ves, Jeremías?
Respondí:
– Veo una rama de almendro.
12 Me dijo:
–¡Has visto bien! Porque estoy atento para cumplir mi palabra.
13 De nuevo me dirigió la palabra:
–¿Qué ves?
Respondí:
– Veo una olla hirviendo que se derrama por el lado del norte.
14 Me dijo:
– Desde el norte se derramará la desgracia sobre todos los habitantes del país.
15 Voy a llamar a todas las tribus del norte – oráculo del Señor– :
Vendrá y pondrá
cada uno su asiento
frente a las puertas de Jerusalén,
en torno a sus murallas
y frente a los poblados de Judá.
16 Entablaré juicio contra ellos
por todas sus maldades:
porque me abandonaron,
quemaron incienso
a dioses extranjeros
y se postraron
ante las obras de sus manos.
17 Y tú ármate de valor, levántate,
diles lo que yo te mando.
No les tengas miedo;
que si no,
yo te meteré miedo de ellos.
18 Yo te convierto hoy
en ciudad fortificada,
en columna de hierro,
en muralla de bronce,
frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes
y los terratenientes;
19 lucharán contra ti,
pero no te vencerán,
porque yo estoy contigo para librarte
– oráculo del Señor– .

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  1,1-3Introducción. Estos primeros versículos introductorios ambientan el ministerio de Jeremías en un lugar y una época concretos. «Palabras de Jeremías...» Es el título del libro. Anatot, hoy Anata, era una pequeña población cercana a Jerusalén habitada casi exclusivamente por familias sacerdotales; se la menciona en la lista de las ciudades levíticas (Jos_21:18) y en 1Re_2:26, porque Salomón confinó allí a Abiatar, antiguo sacerdote de David (cfr. 1Sa_22:20-23). La sucesión de reyes mencionada en el versículo 2 nos ubica entre el 640 y el 587 a.C.; si Josías reinó en Judá del 640 al 609 a.C., el «año trece» corresponde al 627 a.C., posible año de la vocación de Jeremías. La deportación o destierro mencionado en el versículo 3 tuvo lugar en el 587 a.C. (cfr. 2Re_25:8-21). Jeremías no fue deportado a Babilonia, permaneció por un tiempo en Jerusalén hasta que fue llevado a Egipto por un grupo de Judíos que se refugiaron en aquel país (cfr. Jr 42-44).


Jeremías  1,4-10Vocación de Jeremías. Los versículos del 4-10 nos narran la vocación de Jeremías. Es interesante comparar este relato con otros también vocacionales: Éxo_3:1-4, 17; 1 Sm 3; 1Re_19:19-21; Is 6; Ez 2s; Luc_1:26-38. En todos podemos constatar un esquema literario similar: Dios irrumpe en la conciencia de la persona; el elegido se asombra, no entiende muy bien de qué se trata; el Señor le confía una misión; el elegido se resiste, se siente demasiado limitado o demasiado pequeño para dicha misión; el Señor pronuncia siempre una última palabra de ánimo y de respaldo, «no temas, yo estoy contigo». Este esquema varía un poco en el caso de la vocación de Isaías, el único que se adelanta a ofrecerse sin ningún temor para la misión.
Conviene destacar que el «espacio» en el que irrumpe la llamada de Dios es muy variable: en el caso de Moisés, Dios lo llama mientras cuida las ovejas de su suegro (Éxo_3:1); Samuel es aún un niño que vive en el santuario de Siló bajo el cuidado de Elí (1Sa_3:1s); Eliseo está trabajando con sus bueyes (1Re_19:19); Isaías se encuentra en el templo participando de una impresionante liturgia (Is 6); Ezequiel se halla entre los deportados de Babilonia, esto es, en tierra extraña, en donde quizás ni se le había ocurrido que pudiera hacerse presente el Señor (Eze_1:1s); finalmente, es de suponer que María, como buena muchacha judía, está en su casa ocupada en los oficios domésticos cuando Dios la llama (Luc_1:26-28). Todo lugar, todo tiempo y toda circunstancia son aptos para «escuchar» la voz de Dios que llama a colaborar con su proyecto.
La experiencia vocacional de Jeremías lo ha impactado tanto, que pone antes de su propio nacimiento la decisión de Dios de llamarlo al ministerio profético. No hay que aprovechar estas palabras para «probar» ninguna teoría de la predestinación, por más que expresiones como éstas parezcan indicarla. Hay que recordar que Dios solamente propone, invita, pero no condiciona ni obliga a nadie a seguirlo; por encima de todo está la libre voluntad de la persona para decir sí o no a la invitación. No es fácil decir sí de manera incondicional al llamado de Dios. La misión inherente a la vocación es superior a las fuerzas de cualquier humano; sin embargo, y aquí está el único aliciente para decir sí, la misión no es del profeta, la misión es de Dios; el elegido es un simple instrumento, un medio por el cual Dios hablará y llevará adelante su obra. No significa esto que la persona del elegido no cuenta o que pasa a ser un títere en manos de Dios; todo lo contrario: si es capaz de decir sí al llamado es porque puede hacer uso de su voluntad y siempre la seguirá ejerciendo, pero siempre tendrá que recordar a quién sirve y en nombre de quién habla; de lo contrario, su ministerio podrá ser cualquier cosa menos ministerio profético.
Jeremías  1,11-19Dos visiones de Jeremías. Un par de visiones de alto contenido simbólico cierran el relato de la vocación de Jeremías y al mismo tiempo insinúan el contenido programático de su misión. La primera visión indica que el profeta tendrá que estar muy atento a la realidad -nacional e internacional- de su pueblo para poder hacer resonar a cada momento la Palabra de Dios (11). La segunda muestra el origen político de las calamidades de Israel, el caldero hirviendo en el norte que comienza a desbordarse hacia el sur (14); se trata de Babilonia, que ha comenzado a surgir en el panorama internacional y pronto hará sentir las pisadas de sus tropas; la presencia de las tropas caldeas en tierra cananea y egipcia será leída por el profeta como una intervención de Dios que castiga a todos por sus pecados e infidelidades (15s). Los versículos 17-19 terminan de enmarcar la vocación-misión de Jeremías; de nuevo se subraya que será una misión difícil en la que se verá enfrentado con todos los estratos del pueblo: rey, sacerdotes, profetas y pueblo de la tierra (18b). Con todo, ahí estará Dios para sostenerlo, para hacerlo invencible (19).