Jeremías  11 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 23 versitos |
1

Los términos de la Alianza
31,31-34; 33,19-22

Palabras que el Señor dirigió a Jeremías:
2 – Escucha los términos de esta alianza y comunícaselos a los judíos y a los vecinos de Jerusalén.
3 Diles: Así dice el Señor, Dios de Israel: Maldito el que no obedezca los términos de esta alianza,
4 que yo impuse a sus padres cuando los saqué de Egipto, de aquel horno de hierro: Obedézcanme y hagan lo que les mando; así serán mi pueblo y yo ser su Dios.
5 Así cumpliré la promesa que hice a sus padres de darles una tierra que mana leche y miel. Hoy es un hecho.
Yo respondí:
– Amén, Señor.
6 Y el Señor me dijo:
– Proclama estas palabras en los pueblos de Judá y en las calles de Jerusalén: Escuchen los términos de esta alianza y cúmplanlos.
7 Yo se lo advertí a sus padres cuando los saqué de Egipto, y hasta hoy he repetido mi advertencia: Obedézcanme.
8 Ellos no escucharon ni prestaron oído, sino que cada uno seguía la maldad de su corazón endurecido. Por eso hice caer sobre ellos las maldiciones de la alianza, porque no hicieron lo que yo les mandaba.
9 El Señor me dijo:
– Judíos y habitantes de Jerusalén se han puesto de acuerdo
10 para volver a los pecados de sus antepasados, que rehusaron obedecer mis mandatos; siguen y sirven a dioses extranjeros. Israel y Judá han quebrantado la alianza que establecí con sus padres.
11 Por eso, así dice el Señor: Yo les enviaré una calamidad de la que no podrán librarse; me gritarán y no les oiré.
12 Entonces los pueblos de Judá y los vecinos de Jerusalén irán a gritar a los dioses a quienes quemaban incienso; pero ellos no podrán salvarlos en la hora de su desgracia.
13

Ni rezos, ni culto, ni elección
7

Tenías tantos dioses
como poblados, Judá;
hiciste tantos altares
como calles, Jerusalén;
altares para ofrecer
sacrificios a Baal.
14 Y tú no intercedas por este pueblo,
no supliques a gritos por él,
que no escucharé
cuando me invoquen
en la hora de su desgracia.
15 ¿Qué busca mi amada
en mi casa?,
¿ejecutar sus intrigas?,
¿podrán los votos y la carne inmolada
apartar de ti la adversidad,
para que lo celebres
con gritos estrepitosos?
16 El Señor te llamó olivo verde
de fruto excelente;
pero si le prende fuego,
se queman sus ramas.
17 El Señor Todopoderoso,
que te plantó,
pronuncia una amenaza contra ti,
por la maldad de Israel y de Judá,
que me irritaron
quemando incienso a Baal.
18

Confesiones de Jeremías:
Inicio de la persecución
15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,7-18

El Señor me enseñó
y me hizo comprender lo que hacían:
19 Tus hermanos y tu familia,
también, te son desleales,
ellos te calumnian a la espalda;
no te fíes aunque te digan
buenas palabras.
20 Yo, como cordero manso
llevado al matadero,
no sabía los planes homicidas
que tramaban contra mí:
Cortemos el árbol
que está en todo su vigor,
arranquémoslo
de la tierra de los vivos,
que su nombre no se pronuncie más.
21 Pero tú, Señor Todopoderoso,
juzgas rectamente,
sondeas las entrañas y el corazón;
a ti he encomendado mi causa,
que logre desquitarme de ellos.
22 Tú, Señor,
me examinas y me conoces;
tú sabes cuál es mi actitud contigo;
apártalos como a ovejas
destinadas al matadero,
resérvalos para el día del sacrificio.
23 Así sentencia el Señor contra los vecinos de Anatot, que intentan matarte, diciéndote: No profetices en Nombre del Señor si no quieres morir en nuestras manos.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  11,1-12Los términos de la Alianza. El profeta recuerda a su pueblo los términos de la Alianza cuyo cumplimiento han descuidado. Dicho incumplimiento motivó a la escuela deuteronomista a proponer una vuelta a los orígenes, visto que Israel se había descarrilado casi por completo del camino propuesto en el Sinaí, al salir de Egipto. Aquella propuesta deuteronomista obtiene en parte el beneplácito del rey Josías al proclamar el 622 a.C. una reforma religiosa (2 Re 23), cuya causa aparente fue el hallazgo en el templo de un rollo que contenía la Ley original de Moisés (cfr. 2Re_22:8). La única cláusula de la Alianza que debía cumplir Israel era la de ser y vivir como pueblo del verdadero Dios, el Señor (4), manifestada en la exigencia de «obedézcanme» (7). Pero Israel no escuchó la voz del Señor, prefirió seguir en pos de otros dioses que nunca fueron garantía de vida. Dios se propuso ser para el pueblo fuente de vida, camino de libertad (4); no exigió nada para sí, porque él es dueño de todo y nada necesita (cfr. Sal_50:10s). Por el contrario, Israel siguió a otros dioses (10.12s.17) que no ofrecen vida, sino que la absorben, llevando al pueblo a encrucijadas de muerte. Tiene sobrada razón el Señor cuando se autodefine como «Dios celoso» (Éxo_20:5; Deu_5:9; Jos_24:19).
La pregunta para nosotros debe girar en torno al tipo de dios que hemos heredado y al que actualmente seguimos; aunque aparentemente hablemos de este mismo Dios liberador y dador de vida, en la práctica servimos a otro muy distinto. Las acciones liberadoras deben comenzar precisamente purificando la imagen que tenemos de Dios.


Jeremías  11,13-17Ni rezos, ni culto, ni elección. Estos versículos amplían los términos de la denuncia de la sección anterior. Israel ha sido infiel a la alianza adorando a otras divinidades, que en lugar de ayudarlo a levantarse lo hunden cada vez más y lo alejan del único Dios que Israel se había comprometido a seguir. Lo que el profeta considera más grave es que, al tiempo que se da culto a otros dioses, también se le ofrezcan sacrificios al Señor y se acuda a Él como si nada. Es el sincretismo, demasiado común en nuestro tiempo y que el evangelizador actual tiene que empeñarse en purificar, no condenándolo a secas, sino acompañando de veras al pueblo en su proceso de discernimiento y crecimiento continuo en la fe.
Jeremías  11,18-23Confesiones de Jeremías: Inicio de la persecución. Las palabras de Jeremías no son bien recibidas ni por el pueblo, ni por sus vecinos, ni por su misma familia, por lo cual su ministerio le pone en riesgo de muerte. Pero el profeta no da marcha atrás, pese a las amenazas contra su vida; su tarea, fijada ya en 1,4-10, tiene que seguir su curso; su convicción más profunda es que ésta es una causa del Señor, y a Él confía la totalidad de su vida y de su ministerio. Una de las características del verdadero profeta es que su mensaje no resulta muy simpático para sus oyentes, sus palabras incomodan; éste es un criterio para establecer hasta dónde el profeta habla de sí mismo o habla Palabra de Dios, es decir, habla de la causa de Dios.