Jeremías  14 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 22 versitos |
1

La sequía

En el tiempo de la sequía, el Señor dirigió la palabra a Jeremías:
2 Se enluta Judá,
desfallecen sus puertas,
se inclinan sombrías,
Jerusalén lanza gritos.
3 Los nobles envían
a sus sirvientes por agua:
van a los pozos,
no encuentran agua,
se vuelven con los cántaros vacíos,
se cubren avergonzados la cabeza,
4 porque los campos se horrorizan
al faltar la lluvia en el país;
los labradores se cubren
la cabeza defraudados;
5 Hasta la cierva pare
y abandona su cría en descampado
porque no hay pastos;
6 los asnos salvajes
se paran en las lomas desoladas,
aspirando el aire como chacales,
con ojos apagados,
porque no hay hierba.
7 Si nuestras culpas nos acusan,
obra, Señor, por tu Nombre,
porque son muchas
nuestras apostasías,
hemos pecado contra ti.
8 Esperanza de Israel,
salvador en el peligro,
¿por qué te portas
como forastero en el país,
como caminante
que se desvía para pasar la noche?
9 ¿Por qué te portas
como un hombre aturdido,
como soldado incapaz de vencer?
Tú estás con nosotros, Señor;
llevamos tu Nombre,
no nos abandones.
10 Así responde el Señor a este pueblo:
Le gusta mover las piernas,
no refrenan sus pasos,
pero el Señor no se complace en ellos;
ahora recuerda sus culpas
y castigará sus pecados.
11 El Señor me dijo:
No intercedas a favor de este pueblo.
12 Si ayunan, no escucharé sus gritos;
si ofrecen holocaustos y ofrendas,
no los aceptaré;
con espada, hambre y peste
yo los consumiré.
13 Yo respondí:
¡Ay, Señor mío!
Mira que los profetas les dicen:
No verán la espada,
no pasarán hambre,
les daré paz duradera en este lugar.
14 El Señor me contestó:
Mentira profetizan
los profetas en mi Nombre;
no los envié, no los mandé,
no les hablé;
visiones engañosas, oráculos vanos,
fantasías de su mente
es lo que profetizan.
15 Por eso, así dice el Señor a los profetas
que profetizan en mi Nombre
sin que yo los haya enviado:
Ellos dicen:
Ni espada ni hambre
llegarán a este país;
pues a espada y de hambre
acabarán esos profetas;
16 y el pueblo a quien profetizan
estará tirado por las calles de Jerusalén
a causa del hambre y la espada;
y no habrá quien los entierre
a ellos y a sus mujeres,
a sus hijos e hijas;
les echaré encima sus maldades.
17 Diles esta palabra:
Mis ojos se deshacen en lágrimas,
día y noche, sin cesar,
por la terrible desgracia
de la capital de mi pueblo,
por su herida insanable.
18 Salgo al campo:
muertos a espada; entro en la ciudad:
desfallecidos de hambre;
profetas y sacerdotes
recorren el país
y no logran comprender.
19 ¿Por qué has rechazado a Judá
y sientes asco de Sión?
¿Es que nos has herido sin remedio?
Se espera mejoría y no hay bienestar,
al tiempo de sanarse
sobreviene el espanto.
20 Señor, reconocemos nuestra culpa
y los delitos paternos;
te hemos ofendido.
21 Por tu Nombre, no nos rechaces,
no desprestigies tu trono glorioso,
recuerda tu alianza con nosotros,
no la rompas.
22 ¿Hay acaso entre los ídolos paganos
uno que haga llover?
¿Sueltan solos los cielos
sus aguaceros?
Tú, Señor, eres nuestro Dios,
en ti esperamos,
porque eres tú quien hace todo eso.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  14,1-22La sequía. Una prolongada y mortal sequía es el motivo de esta especie de diálogo entre el profeta y su Dios. Los versículos 1-6 describen los efectos devastadores del fenómeno que azota a hombres y animales, lo que da pie para que el profeta dirija una oración a su Señor en nombre del pueblo (7-9); en ella se subraya el reconocimiento de la desobediencia y de la infidelidad del pueblo (7) y se insiste a Dios para que intervenga, para que no se quede indiferente ante semejante situación (8s). El Señor responde negativamente, revelando al mismo tiempo su intención de pedir cuentas al pueblo (10).
La respuesta de Dios da oportunidad a Jeremías para entablar la discusión sobre el mensaje de otros profetas que no vaticinan la guerra y la muerte cuando es un hecho que el pueblo las está sufriendo. Tajantemente, Dios califica a esos mensajeros como falsos profetas y anuncia también para ellos los mismos males -castigos- que evitan anunciar (14,11-18). De nuevo, el profeta dirige al Señor una oración en nombre de su pueblo en la que reconoce una vez más la culpa y los pecados y se insiste en que el Dios de Israel es el único que puede rescatar a su pueblo de estos grandes males (14,19-22). Finalmente, el Señor responde (15,1-4) en los mismos términos de 14,10s: no hay intercesión que valga; el pueblo tendrá que padecer el castigo que se merece.