Jeremías  16 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1

Una vida profética
Ez 24,15-27

El Señor me dirigió la palabra:
2 – No te cases, no tengas hijos ni hijas en este lugar.
3 Porque así dice el Señor a los hijos e hijas nacidos en este lugar, a las madres que los parieron, a los padres que los engendraron en esta tierra:
4 Morirán de muerte cruel,
no serán llorados ni sepultados,
serán como estiércol sobre el campo,
acabarán a espada y de hambre,
sus cadáveres serán pasto
de las aves del cielo
y de las bestias de la tierra.
5 Así dice el Señor:
No entres en casa donde haya luto,
no vayas al duelo,
no les des el pésame,
porque retiro de este pueblo
– oráculo del Señor–
mi paz, misericordia y compasión.
6 Morirán en esta tierra
grandes y pequeños,
no serán sepultados ni llorados,
ni por ellos se harán incisiones
o se raparán el pelo;
7 no asistirán al banquete fúnebre
para darle el pésame por el difunto,
ni les darán la copa del consuelo
por su padre o su madre.
8 No entres en la casa
donde se celebra un banquete
para comer y beber
con los comensales;
9 porque así dice
el Señor Todopoderoso,
Dios de Israel:
Yo haré desaparecer de este lugar,
en sus propios días, ante ustedes,
la voz alegre, la voz gozosa,
la voz del novio, la voz de la novia.
10 Cuando anuncies a este pueblo todas estas palabras, te preguntarán: ¿Por qué ha pronunciado el Señor contra nosotros tan terribles amenazas? ¿Qué delitos o pecados hemos cometido contra el Señor, nuestro Dios?,
11 les responderás: Porque sus padres me abandonaron – oráculo del Señor– , siguieron a dioses extranjeros, sirviéndolos y adorándolos. A mí me abandonaron y no guardaron mi ley.
12 Pero ustedes son peores que sus padres, cada cual sigue la maldad de su corazón obstinado, sin escucharme a mí.
13 Los arrojaré de esta tierra a un país desconocido de ustedes y de sus padres: allí servirán a dioses extranjeros, día y noche, porque yo no tendré compasión de ustedes.
14 Pero llegarán días – oráculo del Señor– en que ya no se dirá: Por la vida del Señor, que sacó a los israelitas de Egipto,
15 sino más bien: Por la vida del Señor, que nos sacó del país del norte, de todos los países por donde nos dispersó. Y los haré volver a su tierra, la que di a sus padres.
16 Enviaré muchos pescadores a pescarlos – oráculo del Señor– , detrás enviaré muchos cazadores a cazarlos por montes y valles, por las hendiduras de las peñas.
17 Yo vigilo su conducta, no se me oculta, sus culpas no se esconden de mi vista.
18 Les pagaré el doble por sus culpas y pecados, porque profanaron mi tierra con la carroña de sus ídolos y con sus prácticas idolátricas llenaron mi herencia.
19 El Señor es mi fuerza y fortaleza,
mi refugio en el peligro.
A ti vendrán los paganos,
de los extremos de la tierra, diciendo:
Qué engañoso es
el legado de nuestros padres,
qué vaciedad sin provecho.
20 ¿Podrá un hombre hacer dioses?
Entonces, no serán dioses.
21 Pues esta vez yo les enseñaré
mi mano poderosa,
y sabrán que me llamo El Señor.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  16,1-21Una vida profética. En varios casos utilizan los profetas signos externos para reforzar sus palabras; en otros, es su misma opción de vida la que se convierte en señal que anuncia algo (cfr. Os 1 y 3; Isa_8:18; Eze_24:15-24). En el caso de Jeremías se trata del celibato asumido como anticipo de la desolación que azotará a Judá. El impacto del signo está en que el celibato era muy poco apreciado entre los israelitas (cfr. Sal 128); al verlo en el profeta caerán en la cuenta de que así quedará Judá.
Otra actitud para llamar la atención de la gente es el hecho de no entrar a ninguna casa donde haya duelo (5-8) o donde haya banquete y fiesta (8s), dos acontecimientos centrales de la vida social de Israel y que al ser evitadas por el profeta indicarían la ausencia de Dios de los momentos importantes de la vida del pueblo. Los versículos 19-21 son una invocación del profeta, donde se pone de manifiesto el reconocimiento universal que algún día harán todas las naciones del señorío del Dios de Jeremías.