Jeremías  17 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 27 versitos |
1

Pecados y castigo de Judá

El pecado de Judá está escrito
con punzón de hierro,
con punta de diamante
está grabado
en la tabla del corazón
y en los salientes de los altares,
2 para memoria de sus sucesores:
son sus altares y postes sagrados,
levantados junto a árboles frondosos,
en colinas elevadas,
3 en montículos del campo.
Entregaré al saqueo
tus riquezas y tesoros,
porque pecaste en las alturas
en todo tu territorio;
4 tendrás que renunciar
a la herencia que yo te di,
te haré esclavo de tu enemigo
en país desconocido,
porque se ha encendido
el fuego de mi ira
y arderá perpetuamente.
5 Así dice el Señor:
¡Maldito quien confía en un hombre
y busca apoyo en la carne,
apartando su corazón del Señor!
6 Será matorral en la estepa
que no llegará a ver la lluvia,
habitará un desierto abrasado,
tierra salobre e inhóspita.
7 ¡Bendito quien confía en el Señor
y busca en él su apoyo!
8 Será un árbol plantado junto al agua,
arraigado junto a la corriente;
cuando llegue el calor,
no temerá, su follaje seguirá verde,
en año de sequía no se asusta,
no deja de dar fruto.
9 Nada más falso y perverso
que el corazón: ¿quién lo entenderá?
10 Yo, el Señor, penetro el corazón,
examino las entrañas,
para pagar al hombre su conducta,
lo que merecen sus obras.
11 Perdiz que empolla huevos que no puso
es quien adquiere riquezas injustas:
a la mitad de la vida lo abandonan,
y él termina hecho un necio.
12 Trono glorioso,
exaltado desde el principio
es nuestro lugar santo:
13 tú, Señor, eres la esperanza de Israel,
los que te abandonan fracasan,
los que se apartan
serán escritos en el polvo,
porque abandonaron al Señor,
manantial de agua viva.
14

Confesiones de Jeremías:
Incredulidad
11,18-23; 15,10-21; 18,18-23; 20,7-18

Sáname, Señor y quedaré sano;
sálvame, y quedaré a salvo;
para ti es mi alabanza.
15 Ellos me repiten:
¿Dónde está la Palabra del Señor?
Que se cumpla.
16 Pero yo no he insistido
pidiéndote desgracias
ni deseado calamidades para ellos;
tú sabes lo que pronuncian mis labios,
lo tienen delante.
17 No me hagas temblar,
tú eres mi refugio en la desgracia;
18 fracasen mis perseguidores y no yo,
sientan terror ellos y no yo,
haz que les llegue el día funesto,
quebrántalos con doble quebranto.
19

El sábado
Neh 13,15-22; Is 58,13s

Así me dijo el Señor:
– Ve y colócate en la Puerta de Benjamín, por donde entran y salen los reyes de Judá, y en cada una de las puertas de Jerusalén,
20 y diles: Reyes de Judá, judíos y vecinos de Jerusalén, que entran por estas puertas, escuchen la Palabra del Señor.
21 Así dice el Señor: Cuídense muy bien de llevar cargas en sábado o de introducirlas por las puertas de Jerusalén.
22 No saquen cargas de sus casas en sábado ni hagan trabajo alguno; santifiquen el sábado como mandé a sus padres.
23 Ellos no me escucharon ni prestaron oído; se pusieron tercos, no me escucharon ni escarmentaron.
24 Pero si ustedes me escuchan – oráculo del Señor– y no introducen cargas en sábado por las puertas de esta ciudad, sino que santifican el sábado no trabajando en él,
25 entonces entrarán por las puertas de esta ciudad los reyes sucesores en el trono de David, montados en carros y caballos, acompañados de sus dignatarios, de judíos y vecinos de Jerusalén, y la ciudad estará habitada por siempre.
26 Vendrán de los pueblos de Judá, de la región de Jerusalén, del territorio de Benjamín, de la Sefela, de la Sierra, del Negueb, y entrarán en el templo del Señor con holocaustos, sacrificios, ofrendas e incienso en acción de gracias.
27 Pero si no me escuchan, si no santifican el sábado absteniéndose de introducir cargas en sábado por las puertas de Jerusalén, entonces prenderé fuego a sus puertas, fuego que destruirá los palacios de Jerusalén, sin apagarse.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  17,1-13Pecados y castigo de Judá. La denuncia de los pecados de Judá y el anuncio de su merecido castigo (1-4) dan pie para la mención de una maldición dirigida a quien se aparta del Señor (5s) y de una bendición o bienaventuranza para quien se mantiene firme, esperando siempre confiado en el Señor (7s). Los versículos 9-13 son una especie de meditación sapiencial que llama a mantener la fidelidad y la confianza sólo en Dios.


Jeremías  17,14-18Confesiones de Jeremías: Incredulidad. En esta oración sálmica se subrayan especialmente dos elementos: Por una parte, el pueblo se burla del profeta porque sus palabras no se cumplen (5); por otra, la reacción humana del profeta que pide a Dios venganza y castigo contra todos. Es obvio que actitudes como éstas van a quedar superadas por Jesús cuando enseña que hay que amar a los enemigos y orar por quienes nos persiguen (Mat_5:44); reprende a sus discípulos que piden un castigo contra aquella ciudad que no quiso recibirlos (Luc_9:54s), sin que esto quiera decir que hay que estar sumisamente dispuestos a sufrir la violencia de los otros. Jesús llama a interrumpir la cadena de venganzas y violencia, pero al mismo tiempo busca que la otra parte cese también en sus actitudes violentas.
Jeremías  17,19-27El sábado. Según muchos biblistas, este pasaje podría ser de un período muy posterior a Jeremías, ya que es inusual en el profeta la importancia que le da al sábado. Podría tratarse más bien de un discípulo de la «escuela» de Jeremías que añade aquí esta enseñaza.