Jeremías  18 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 23 versitos |
1

En el taller del alfarero
Is 29,16; Eclo 38,29s; Rom 9,19-21

Palabras que el Señor dirigió a Jeremías:
2 – Baja al taller del alfarero y allí te comunicaré mi palabra.
3 Bajé al taller del alfarero, y lo encontré trabajando en el torno.
4 A veces, trabajando el barro, le salía mal una vasija; entonces hacía otra vasija, como mejor le parecía.
5 Y me dirigió la palabra el Señor:
6 – Y yo, ¿no podré, israelitas, tratarlos como ese alfarero? Como está el barro en manos del alfarero, así están ustedes en mis manos, israelitas.
7 Primero me refiero a un pueblo y a un rey y hablo de arrancar y arrasar;
8 si ese pueblo al que me refiero se convierte de su maldad, yo me arrepentiré del mal que pensaba hacerles.
9 Después me refiero a un pueblo y a un rey y hablo de edificar y plantar:
10 si me desobedecen y hacen lo que yo repruebo, yo me arrepentiré de los beneficios que les había prometido.
11 Y ahora habla a los judíos y a los vecinos de Jerusalén:
Así dice el Señor: Yo, el alfarero,
les preparo un castigo
y medito un plan contra ustedes.
Que se convierta cada cual
de su mala conducta,
corrijan su conducta y sus acciones.
12 Responden: No queremos,
seguiremos nuestros planes,
cada uno seguirá la maldad
de su corazón perverso.
13 Por eso, así dice el Señor:
Pregunten a los paganos
quién oyó tal cosa:
la capital de Israel
ha cometido algo horripilante.
14 ¿Abandona la nieve del Líbano
las rocas escarpadas?
¿Se corta el agua fresca
que fluye caprichosa?
15 Pero mi pueblo me olvida
y sacrifica a dioses vacíos:
tropiezan caminando
por las viejas sendas
y caminan por rutas
y caminos sin aplanar,
16 convirtiendo así su tierra
en desolación y burla perpetua,
los caminantes se espantan
y sacuden la cabeza.
17 Como viento del este
los dispersaré ante el enemigo,
les daré la espalda y no la cara
el día de la derrota.
18

Confesiones de Jeremías:
Persecución
11,18-23; 15,10-21; 17,14-18; 20,7-18

Dijeron: Vamos a tramar
un plan contra Jeremías,
porque no nos faltará
la instrucción de un sacerdote,
el consejo de un sabio,
el oráculo de un profeta;
vamos a herirlo en la lengua,
no hagamos caso de lo que dice.
19 Hazme tú caso, Señor,
escucha a mis rivales,
20 ¿es que se pagan bienes con males?
Me han cavado una fosa.
Recuerda que estuve ante ti
intercediendo por ellos
para apartar de ellos tu enojo.
21 Ahora entrega sus hijos al hambre,
ponlos a merced de la espada,
queden sus mujeres viudas y sin hijos,
mueran sus hombres asesinados
y los jóvenes a filo de espada
en el combate.
22 Que se oigan gritos
salir de sus casas,
cuando de repente
los asalten bandidos,
pues cavaron una fosa
para atraparme,
escondieron trampas para mis pies.
23 Señor, tú conoces
su plan homicida contra mí:
no perdones sus culpas,
no borres de tu vista sus pecados;
caigan derribados ante ti,
ejecútalos en el momento de la ira.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  18,1-17En el taller del alfarero. Una nueva acción simbólica. Se trata de una actividad cotidiana y, por tanto, muy familiar para el pueblo: el alfarero que arma y rearma sus vasijas. Eso es lo que intenta hacer entender Jeremías a sus oyentes: así crea y re-crea Dios a su pueblo. Los versículos 7-10 introducen la idea de que esa acción divina abarca también a las demás naciones. Pese al sentido profundo de la parábola visual del alfarero, el hombre no queda «programado» para hacer siempre la voluntad de su Hacedor; siempre queda intacta su libertad, incluso para decir «no» al proyecto gratuito del Señor.


Jeremías  18,18-23Confesiones de Jeremías: Persecución. Descripción muy realista del impacto que producen las palabras del profeta en sus espectadores; por tratarse de alguien que incomoda y desacomoda se vuelve objeto de persecución y rechazo. La oración que sigue (19-23) manifiesta un movimiento especial en la mentalidad del profeta: al inicio de su ministerio intercedía por su pueblo para que el Señor no lo acabara (20); pero, ahora, la súplica principal es que el Señor acabe con ellos (21-23). Ésa era la mentalidad de la época. En Jesús aprendemos que es necesario perseguir y acabar el mal sin atacar la integridad del malhechor.