Jeremías  20 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 18 versitos |
1 Pasjur, hijo de Imer, sacerdote comisario del templo del Señor, oyó a Jeremías profetizar aquello;
2 Pasjur hizo azotar al profeta Jeremías y lo metió en el calabozo que se encuentra en la puerta superior de Benjamín, en el templo del Señor.
3 A la mañana siguiente, cuando Pasjur lo sacó del calabozo, Jeremías le dijo:
– El Señor ya no te llama Pasjur, sino Cerco de Terror;
4 porque así dice el Señor: Serás el terror tuyo y de tus amigos, que caerán a espada enemiga, ante tu vista; entregaré a todos los judíos en poder del rey de Babilonia, que los desterrará a Babilonia y los matará con la espada.
5 Entregaré todas las riquezas de esta ciudad, sus posesiones, objetos preciosos, los tesoros reales de Judá a los enemigos, que los saquearán, los agarrarán y se los llevarán a Babilonia.
6 Y tú, Pasjur, con todos los de tu casa, irás al destierro, a Babilonia; allí morirás y serás enterrado con todos tus amigos, a quienes profetizabas tus embustes.
7

Confesiones de Jeremías:
Final
11,18-23; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23

Me sedujiste, Señor,
y me dejé seducir;
me forzaste, y me venciste.
Yo era motivo de risa todo el día,
todos se burlaban de mí.
8 Si hablo, es a gritos, clamando
¡violencia, destrucción!,
la Palabra del Señor se me volvió||
insulto y burla constantes,
9 y me dije: No me acordaré de él,
no hablaré más en su Nombre.
Pero la sentía dentro como fuego
ardiente encerrado en los huesos:
hacía esfuerzos por contenerla
y no podía.
10 Oía el cuchicheo de la gente:
Cerco de Terror,
¡a denunciarlo, a denunciarlo!
Mis amigos espiaban mi traspié:
A ver si se deja seducir,
lo venceremos y nos vengaremos de él.
11 Pero el Señor está conmigo
como valiente soldado,
mis perseguidores tropezarán
y no me vencerán;
sentirán la confusión de su fracaso,
un sonrojo eterno e inolvidable.
12 Señor Todopoderoso,
examinador justo
que ves las entrañas y el corazón,
que yo vea cómo tomas
venganza de ellos,
porque a ti encomendé mi causa.
13 Canten al Señor, alaben al Señor,
que libró al pobre del poder de los malvados.
14 ¡Maldito el día en que nací,
el día que mi madre me dio a luz
no sea bendito!
15 ¡Maldito el que dio la noticia a mi padre:
Te ha nacido un hijo,
dándole un alegrón!
16 ¡Ojalá fuera ese hombre
como las ciudades
que el Señor trastornó sin compasión!
¡Ojalá oyese gritos por la mañana
y alaridos al mediodía!
17 ¡Por qué no me mató en el vientre!
Habría sido mi madre mi sepulcro;
su vientre
me habría llevado por siempre.
18 ¿Por qué salí del vientre
para pasar trabajos y penas
y acabar mis días derrotado?

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  20,7-18Confesiones de Jeremías: Final. Un nuevo grito de Jeremías al Dios a quien sirve. Todo lo que Dios le ha ordenado hacer lo ha hecho; lo que le ha ordenado decir lo ha dicho, ¿y cuál es el resultado? Obstinación y odio por parte de sus oyentes. Con todo, Jeremías reconoce que es más fuerte su apego a la Palabra y a su misión. Esto no quita que el profeta se sienta seducido, engañado, pues él no sabía lo que le esperaba y el Señor tampoco se lo había advertido. Pero por encima de todo está el Dios de la gracia y la misericordia, y es por eso que en el fondo de su angustia lanza un grito confiado de esperanza y de fe (11-13).
Hay que decir que el sentimiento del profeta es extremadamente doloroso y contrasta con 1,5, en donde, con cierto acento optimista, habla de su elección desde el vientre materno; aquí en cambio maldice ese día, tal es el sentimiento de fracaso y de inutilidad de su ministerio. Este mismo sentimiento de falta de sentido por la vida lo encontramos en Job 3, y tanto o más en nuestro mundo contemporáneo. ¿Cuál debe ser ahí la posición del creyente? ¿Con qué palabras o con qué hechos puede el hombre de hoy justificar su existencia?