Jeremías  22 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 30 versitos |
1

Al rey

Así dice el Señor: Baja al palacio real de Judá y proclama allí lo siguiente:
2 Escuchen la Palabra del Señor, rey de Judá, que ocupas el trono de David, y también tus ministros y el pueblo, que entra por estas puertas.
3 Así dice el Señor:
Practiquen la justicia y el derecho,
libren al oprimido del opresor,
no exploten al emigrante,
al huérfano y a la viuda,
no derramen sin piedad
sangre inocente en este lugar.
4 Si cumplen estos mandatos, podrán entrar por estas puertas los reyes que ocupan el trono de David, montados en carros de caballos, acompañados de sus ministros y del pueblo.
5 Y si no cumplen estos mandatos, juro por mí mismo – oráculo del Señor– que este palacio se convertirá en ruinas.
6 Porque así dice el Señor al palacio real de Judá:
Aunque fueras para mí
como Galaad o la cumbre del Líbano,
juro que haré de ti un desierto,
una ciudad deshabitada;
7 consagraré a tus devastadores,
cada uno con sus armas,
para que talen tus mejores cedros
y los echen al fuego.
8 Llegarán muchos pueblos
a esta ciudad,
y se preguntarán unos a otros:
¿Por qué trató así el Señor
a esta gran ciudad?
9 Y responderán:
Porque abandonaron
la alianza del Señor, su Dios,
y sirvieron y adoraron
a dioses extranjeros.
10

A Joacaz-Salún

No lloren por el muerto
ni se lamenten por él,
lloren por el que se marcha,
porque no volverá a ver
su tierra natal.
11 Porque así dice el Señor a Salún, hijo de Josías, rey de Judá, sucesor de su padre, Josías:
El que salió de este lugar
no volverá a él,
12 morirá en el país de su destierro
y esta tierra no la volverá a ver.
13

A Joaquín
36,29-31; Hab 2,7-20

¡Ay del que edifica
su casa con injusticia,
piso a piso, quebrantando el derecho!
Hace trabajar de balde a su prójimo
sin pagarle el salario.
14 Piensa:
Me construiré una casa espaciosa
con salones aireados, abriré ventanas,
la revestiré de cedro,
la pintaré de bermellón.
15 ¿Piensas que eres rey
porque compites en cedros?
Si tu padre comió y bebió y le fue bien,
es porque practicó la justicia
y el derecho;
16 hizo justicia a pobres e indigentes,
y eso sí que es conocerme
– oráculo del Señor– .
17 Tú, en cambio,
tienes ojos y corazón
sólo para ganancias mal habidas,
para derramar sangre inocente,
para el abuso y la opresión.
18 Por eso, así dice el Señor a Joaquín,
hijo de Josías, rey de Judá:
No le harán funeral cantando:
¡Ay hermano mío, ay hermana!
No le harán funeral:
¡Ay Señor, ay Majestad!
19 Lo enterrarán como a un asno:
lo arrastrarán y lo tirarán
fuera del recinto de Jerusalén.
20

A Jerusalén

Sube al Líbano y grita,
alza la voz en Basán,
grita desde Abarim,
porque han sido destrozados
tus amantes.
21 Te hablé en tu bienestar y dijiste:
No obedezco;
ésa es tu conducta desde joven,
no me obedeciste;
22 pues el viento
apacentará a tus pastores
y tus amantes irán al destierro;
entonces sentirás
vergüenza y sonrojo
de todas tus maldades.
23 Tú, Señora del Líbano,
que anidas entre cedros,
cómo sollozarás
cuando te lleguen las ansias,
dolores como de parto.
24

A Jeconías

¡Por mi vida!, Jeconías,
hijo de Joaquín, rey de Judá,
aunque fueras el anillo
de mi mano derecha, te arrancaría
25 y te entregaría en poder
de tus mortales enemigos,
de los que más temes:
de Nabucodonosor, rey de Babilonia,
y en poder de los caldeos.
26 Los expulsaré a ti y a tu madre,
que te dio a luz, a un país extraño,
donde no nacieron, y allí morirán.
27 Y no volverán a la tierra
adonde ansían volver.
28 Ese Jeconías,
¿es una vasija rota, despreciable,
un objeto inútil?,
¿por qué lo expulsan
con su descendencia
y lo arrojan a un país desconocido?
29 ¡Tierra, tierra, tierra!,
escucha la Palabra del Señor:
30 Así dice el Señor:
Inscriban a ese hombre como estéril,
como varón fracasado en la vida,
porque de su descendencia
no se logrará ninguno
que se siente en el trono de David
para reinar en Judá.

Patrocinio

 
 

Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Patrocinio

Notas

Jeremías  22,1-9Al rey. De nuevo, como en 21,11s, encontramos un mensaje dirigido al rey para reclamar una mayor práctica de la justicia. Ingenuamente, los antepasados de Jeremías y sus contemporáneos llegaron a creer que un rey y, por ende, la monarquía, sería la salvación en los momentos difíciles, comenzando por la decadencia y corrupción de los jueces (cfr. 1Sa_8:1-5). Aunque la monarquía dio en sus orígenes identidad política al país, consolidó sus fronteras y logró que Israel adquiera peso en el plano internacional, se sabía que la situación interna iría de mal en peor. Ya lo había advertido Samuel (1Sa_8:10-20), cuyas palabras no hay que entender como una predicción del viejo juez, sino como la constatación histórica de los abusos y las injusticias que promovió la monarquía. El profeta conecta estas sentencias puestas en boca del último representante del período tribal o de los jueces con el descuido de la población más vulnerable: el emigrante, la viuda, los huérfanos y, en general, los débiles, a quienes denomina «inocentes».


Jeremías  22,10-12A Joacaz,Salún. A Josías, muerto a manos de los egipcios (609 a.C.), le sucedió su hijo Salún (1Cr_3:15), llamado también Joacaz, quien a su vez fue depuesto por el faraón Necó y llevado prisionero a Egipto, tras sólo tres meses en el poder. El profeta llama al pueblo a que no lloren por el muerto -Josías-, sino por el cautivo -Salún-, quien tendrá que morir en el destierro.
Jeremías  22,13-19A Joaquín. Jeremías lanza un durísimo juicio contra Joaquín, hijo de Josías. Según el profeta, este rey se comportaba de un modo absolutamente contrario a su padre. Para el profeta, como para otras corrientes de pensamiento teológico del Antiguo Testamento, «conocer a Dios» es lo mismo que comprometerse efectivamente con la causa del pobre y del oprimido (cfr. Isa_58:1-12; Ose_6:6; Miq_6:8), y eso le falta a este rey. Los versículos 18s que auguran el final despreciable del rey no son confirmados por ninguna otra fuente bíblica (2Re_24:5s; 2Cr_36:8); de todos modos, aunque no haya sido así, se trata de la manera como el profeta concibe el final de un hombre que durante su vida sólo practicó la injusticia y despreció la causa de los más débiles.
Jeremías  22,20-23A Jerusalén. Con los amantes de Jerusalén se está refiriendo posiblemente a las alianzas que realizaron algunos reyes de Judá con otras naciones; según el modo de pensar del profeta, con ello la ciudad era infiel al único Señor con el que debía estar perpetuamente unida. Esos pueblos, cuyos dioses también fueron entronizados en Jerusalén, son los primeros en caer en manos de Babilonia, pero luego Jerusalén, sola y despreciada, también caerá.
Jeremías  22,24-30A Jeconías. Un nuevo y duro juicio contra otro rey de Jerusalén. Esta vez se trata de Jeconías, también llamado Joaquín, quien tras rendirse a Nabucodonosor fue tomado prisionero y llevado a Babilonia junto con otros miembros importantes de su corte y de Jerusalén; al mismo tiempo fue saqueado el palacio real y el templo, y sus tesoros trasladados también a Babilonia (cfr. 2Re_24:8-17). Estas palabras se cumplieron cabalmente: ningún descendiente de Joaquín tuvo el honor de sentarse en el trono de David; sólo Zorobabel, su nieto, ocupó un cargo de alto dignatario al regreso de Babilonia después del 534 a.C.