Jeremías  35 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 19 versitos |
1

Los recabitas

Palabras que el Señor dirigió a Jeremías en tiempo de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá:
2 – Vete a la familia de los recabitas, habla con ellos, tráelos al templo, a una de las salas, y dales a beber vino.
3 Yo tomé a Yazanías, hijo de Jeremías, hijo de Habasinías, con sus hermanos e hijos y con toda la familia de los recabitas.
4 Los llevé al templo, a la sala de Ben-Hanán, hijo de Yigdalías, el hombre de Dios, que está junto a la sala de los dignatarios y encima de la habitación de Maasías, hijo de Salún, el portero.
5 Ofrecí jarras y copas de vino a los miembros de la familia recabita, y les dije:
– Beban.
6 Ellos respondieron:
– No bebemos vino. Porque Jonadab, hijo de Recab, nuestro antepasado, nos dio la orden: No beberán jamás vino, ni ustedes ni sus hijos;
7 no construirán casas, no sembrarán semillas, no plantarán ni poseerán viñas, sino que habitarán en tiendas de campaña toda la vida para que vivan largos años en la superficie de la tierra en la que residen.
8 Nosotros obedecemos a Jonadab, hijo de Recab, nuestro antepasado, en todo lo que nos mandó: no bebemos vino en toda la vida, ni nosotros ni nuestras esposas, ni nuestros hijos ni nuestras hijas;
9 no construimos casas para habitarlas, ni tenemos viñas ni campos de sembradío,
10 sino que vivimos en tiendas de campaña, y acatamos y cumplimos todo lo que nos mandó nuestro padre Jonadab.
11 Pero cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, invadió el país, dijimos: Vamos a Jerusalén, huyendo del ejército caldeo y del ejército arameo. Por eso habitamos en Jerusalén.
12 El Señor dirigió la palabra a Jeremías:
13 – Así dice el Señor Todopoderoso, Dios de Israel: Vete a decir a los judíos y a los habitantes de Jerusalén: ¿Por qué no aprenden también ustedes esta lección y obedecen mis palabras? – oráculo del Señor– .
14 Se cumple la palabra de Jonadab, hijo de Recab, que prohibió a sus hijos beber vino, y no beben vino hasta hoy, porque obedecen los mandatos de su padre. En cambio, yo les hablo sin cesar, y ustedes no me hacen caso.
15 Sin cesar les envié a mis siervos los profetas para decirles: Que se convierta cada cual de su mala conducta y que corrija sus acciones; no sigan a dioses extraños, dándoles culto; así habitarán en la tierra que les di a ustedes y a sus padres. Pero no me obedecieron ni me hicieron caso.
16 Realmente, los hijos de Jonadab, hijo de Recab, observan los mandatos que les mandó su padre, pero este pueblo no me hace caso.
17 Por eso, así dice el Señor Todopoderoso, Dios de Israel: Yo haré caer sobre Judá y sobre los habitantes de Jerusalén todas las amenazas que he pronunciado contra ellos, porque les hablé, y no me escucharon; los llamé, y no me respondieron.
18 A la familia de los recabitas les dijo Jeremías:
– Así dice el Señor Todopoderoso, Dios de Israel: Porque obedecen los preceptos de Jonadab, su padre, y observan sus mandatos y cumplen todo lo que les mandó,
19 por eso así dice el Señor Todopoderoso, Dios de Israel: Nunca faltarán descendientes de Jonadab, hijo de Recab, que estén a mi servicio todos los días.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  35,1-19Los recabitas. Algunos investigadores ubican este episodio un poco antes de la primera incursión de los babilonios en tierra de Judá. Los ataques devastadores los recibían primero los campesinos y pastores que vivían fuera de los recintos amurallados; es el caso de los recabitas, que tienen que abandonar el campo para refugiarse en la ciudad (11) en contra sus convicciones (6-10). Esta comunidad descendiente de Recab mantenía su fidelidad al estilo de vida nómada, pues consideraban prácticas paganas la agricultura y el asentamiento en ciudades, algo contrario a la religión original de Israel, más ligada a la vida en el desierto. El versículo 19 es la aprobación implícita de Dios al modo de vida de los recabitas.
Lo importante no es si se vive en el campo o en la ciudad; lo que cuenta es el esfuerzo y la lucha constantes por concretar en ambos lugares el proyecto de la justicia mediante la abolición de sistemas opresores y el empeño por que el espacio que se ocupa sea para todos, y no para unos cuantos privilegiados.