Jeremías  36 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 32 versitos |
1

El rollo de Jeremías
2 Re 22,11-13

El año cuarto de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, el Señor dirigió la palabra a Jeremías:
2 – Toma el rollo y escribe en él todas las palabras que te he dicho sobre Judá y Jerusalén y sobre todas las naciones, desde el día en que comencé a hablarte, siendo rey Josías, hasta hoy.
3 A ver si escuchan los judíos las amenazas que pienso ejecutar contra ellos y se convierte cada cual de su mala conducta y puedo perdonar sus crímenes y pecados.
4 Entonces Jeremías llamó a Baruc, hijo de Nerías, para que escribiese en el rollo, al dictado de Jeremías, todas las palabras que el Señor le había dicho.
5 Después Jeremías le ordenó a Baruc:
– Yo estoy detenido y no puedo entrar en el templo.
6 Entra tú en el templo un día de ayuno y lee las palabras del Señor que yo te he dictado y que has escrito en el rollo, de modo que las oiga el pueblo y todos los judíos que vienen de sus poblaciones al templo del Señor.
7 A ver si presentan sus súplicas al Señor y se convierte cada cual de su mala conducta, porque es grande la ira y la cólera con que el Señor amenaza a este pueblo.
8 Baruc, hijo de Nerías, cumplió todo lo que le mandó el profeta Jeremías, leyendo en el rollo las palabras del Señor en el templo.
9 El año quinto de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, el mes noveno, se proclamó un ayuno en honor del Señor para toda la población de Jerusalén y para los que venían de los poblados judíos a Jerusalén.
10 En presencia de todo el pueblo leyó Baruc en el rollo las palabras de Jeremías en el templo, lo hizo desde la habitación de Gamarías, hijo de Safán, el escribano, en el atrio superior, a la entrada de la Puerta Nueva del templo.
11 Cuando Miqueas, hijo de Gamarías, hijo de Safán, oyó las palabras del Señor leídas del rollo,
12 bajó al palacio real, a la habitación del secretario, donde encontró en sesión a los dignatarios: al secretario, Elisamá; a Pelayas, hijo de Samayas; a Elnatán, hijo de Acbor; a Gamarías, hijo de Safán; a Sedecías, hijo de Ananías, y a los demás dignatarios.
13 Y Miqueas les contó todo lo que había oído leer a Baruc del rollo, en presencia del pueblo.
14 Entonces los dignatarios enviaron a Yehudí, hijo de Natanías, y a Selamías, hijo de Cusí, para que le dijeran a Baruc: Toma el rollo que has leído en presencia del pueblo y ven. Baruc, hijo de Nerías, tomó en la mano el rollo y fue a donde estaban.
15 Ellos le dijeron:
– Siéntate y léelo ante nosotros.
Baruc lo leyó ante ellos.
16 Cuando oyeron el contenido, se asustaron, y se decían unos a otros:
– Tenemos que comunicar todo esto al rey.
17 Y a Baruc le preguntaron:
– Dinos cómo escribiste todo eso.
18 Baruc les respondió:
– Jeremías iba pronunciando estas palabras y yo las iba escribiendo con tinta en el rollo.
19 Los dignatarios le dijeron a Baruc:
– Vete y escóndete con Jeremías, y que nadie sepa dónde están.
20 Entonces se dirigieron al atrio real, después de guardar el rollo en la habitación de Elisamá, el secretario, y comunicaron al rey de palabra todo el asunto.
21 Entonces el rey envió a Yehudí a traer el rollo de la habitación de Elisamá, el secretario. Éste lo leyó ante el rey y ante los dignatarios que estaban al servicio del rey.
22 El rey estaba sentado en las habitaciones de invierno – era el mes noveno– , y tenía delante un brasero encendido.
23 Cada vez que Yehudí terminaba de leer tres o cuatro columnas, el rey las cortaba con un cortaplumas y las arrojaba al fuego del brasero. Hasta que todo el rollo se consumió en el fuego del brasero.
24 Pero ni el rey ni sus ministros se asustaron al oír las palabras del libro ni rasgaron sus vestiduras.
25 Y aunque Elnatán, Pelayas y Gamarías instaban al rey a que no quemase el rollo, él no les hizo caso.
26 Entonces el rey mandó a Yerajmeel, príncipe real; a Serayas, hijo de Azriel, y a Salamías, hijo de Abdeel, a arrestar a Baruc, el escribano, y a Jeremías, el profeta. Pero el Señor los escondió.
27 Después que el rey quemó el rollo con las palabras que Jeremías había dictado a Baruc, el Señor dirigió la palabra a Jeremías:
28 – Toma otro rollo y escribe en él todas las palabras que había en el primer rollo, quemado por Joaquín, rey de Judá.
29 Y a Joaquín, rey de Judá, le dirás: Así dice el Señor: Tú has quemado este rollo diciendo: ¿Por qué has escrito en él que el rey de Babilonia vendrá ciertamente a destruir este país y aniquilar en él a hombres y ganado?
30 Por eso, así dice el Señor a Joaquín, rey de Judá: No tendrá descendiente en el trono de David; su cadáver quedará expuesto al calor del día y al frío de la noche.
31 Castigaré sus crímenes en él, en su descendencia y en sus siervos, y haré venir sobre ellos y sobre los habitantes de Jerusalén y sobre los judíos todas las amenazas con que los he amenazado, sin que ellos me escuchasen.
32 Jeremías tomó otro rollo y se lo entregó a Baruc, hijo de Nerías, el escribano, para que escribiese en él, a su dictado, todas las palabras del libro quemado por Joaquín, rey de Judá. Y se añadieron otras muchas palabras semejantes.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  36,1-32El rollo de Jeremías. Al parecer, el rey Joaquín acababa de someterse al rey de Babilonia, por lo que se sentía seguro; no así el pueblo ni los funcionarios reales, que de algún modo se sintieron tocados por el contenido del rollo escrito al dictado y leído por Baruc, secretario de Jeremías. Las palabras contenidas en el rollo no agradan al rey, quien prefiere quemarlo (23). Es la manera como muchas veces los poderosos eluden sus responsabilidades en la historia: destruyendo, persiguiendo y aniquilando las señales que Dios va poniendo en el camino. ¿Lo quema por desprecio a la Palabra de Dios? ¿No necesita del Señor ahora que ha pactado con Babilonia? ¿Quiere demostrar quién es el que manda?