Jeremías  37 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1

El profeta y el rey
21,1-7

Sedecías, hijo de Josías, sucedió en el trono a Jeconías, hijo de Joaquín, a quien había nombrado rey de Judá Nabucodonosor, rey de Babilonia.
2 Ni él ni sus ministros ni los terratenientes escucharon las palabras que dijo el Señor por medio de Jeremías, profeta.
3 El rey Sedecías envió a Yehucal, hijo de Selamías, y a Sofonías, hijo de Maasías, sacerdote, para que dijeran al profeta Jeremías: Reza por nosotros al Señor, nuestro Dios.
4 Por entonces Jeremías podía moverse libremente entre el pueblo: aún no lo habían metido en la cárcel.
5 El ejército del faraón había salido de Egipto, y cuando los caldeos que sitiaban Jerusalén oyeron la noticia, levantaron el cerco de la ciudad.
6 Entonces el Señor dirigió la palabra a Jeremías:
7 – Así dice el Señor, Dios de Israel: Esto dirás al rey de Judá, que te ha enviado a consultarme. Mira, el ejército del faraón, que ha salido en auxilio de ustedes, se volverá a su tierra de Egipto.
8 Y los caldeos volverán a atacar esta ciudad, la conquistarán y la incendiarán.
9 Así dice el Señor: No se hagan ilusiones pensando que los caldeos levantarán el cerco, porque no se marcharán.
10 Aunque derrotaran al ejército caldeo que los ataca, de manera que no quedasen más que soldados heridos, se levantaría cada uno en su tienda y prenderían fuego a esta ciudad.
11 Cuando el ejército caldeo levantó el cerco de Jerusalén, por miedo al ejército egipcio,
12 intentó Jeremías salir de Jerusalén hacia el territorio de Benjamín, para repartirse una herencia con los suyos.
13 Al llegar a la Puerta de Benjamín estaba allí el capitán de la guardia, Yirayas, hijo de Selamías, hijo de Ananías, quien detuvo al profeta Jeremías, diciendo:
–¿Conque te pasas a los caldeos?
14 Respondió Jeremías:
– Mentira. No me paso a los caldeos. Pero Yirayas no le creyó, sino que lo detuvo y lo llevó a los dignatarios.
15 Los dignatarios se irritaron contra Jeremías, lo hicieron azotar y lo encarcelaron en casa de Jonatán, el escribano – que habían convertido en cárcel– .
16 Así entró Jeremías en el calabozo del sótano, y allí pasó mucho tiempo.
17 El rey Sedecías lo hizo traer y le preguntó en secreto en su palacio:
–¿Tienes algún oráculo del Señor?
Respondió Jeremías:
– Sí. Serás entregado en manos del rey de Babilonia.
18 Y añadió Jeremías al rey Sedecías:
–¿Qué delito he cometido contra ti o tus ministros o contra este pueblo para que me encierren en la cárcel?
19 ¿Dónde están ahora sus profetas esos que les profetizaban: No vendrá contra ustedes el rey de Babilonia ni invadirá el territorio?
20 Ahora escúchame, majestad. Acepta mi súplica, no me conduzcas a casa de Jonatán, el escribano, no sea que muera allí.
21 Entonces el rey Sedecías ordenó que custodiasen a Jeremías en el patio de la guardia y que le diesen un pan al día – de la Calle de Panaderos– , mientras hubiese pan en la ciudad. Y Jeremías se quedó en el patio de la guardia.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  37,1-21El profeta y el rey. Egipto, previendo una invasión por parte de Babilonia, moviliza sus ejércitos para detener la marcha de los enemigos que se encuentran sitiando a Jerusalén. Esta movilización egipcia (588 a.C.) se convierte indirectamente en apoyo para Judá, pues los ejércitos caldeos se retiran momentáneamente de Jerusalén. En este lapso de tiempo, el rey envía mensajeros a Jeremías para que consulte a Yahvé (7); la respuesta del profeta no es nada reconfortante. Finalmente, el profeta obtiene un favor del rey, pero no a cambio de augurios halagüeños como hacen otros profetas, que no están al servicio de Dios y de su causa, sino al servicio del poderoso de turno (cfr. el rey que se enoja porque el profeta no le endulza el oído).