Jeremías  38 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 28 versitos |
1

Condenado a muerte y liberado

Safatías Ben Matán; Godolías, hijo de Pasjur; Yucal, hijo de Selamías, y Pasjur, hijo de Malquías, oyeron las palabras que dijo al pueblo Jeremías:
2 Así dice el Señor: El que se quede en esta ciudad morirá a espada, de hambre o de peste; el que se pase a los caldeos será tomado como botín, pero salvará la vida.
3 Y así dice el Señor: Esta ciudad será entregada al ejército del rey de Babilonia para que la conquiste.
4 Y los dignatarios dijeron al rey:
– Muera ese hombre, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia.
5 Respondió el rey Sedecías:
– Ahí lo tienen, está en su poder: el rey no puede nada contra ustedes.
6 Ellos se apoderaron de Jeremías y lo arrojaron en el pozo de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el pozo no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo.
7 Ebed-Mélec, un criado del rey, eunuco nubio que también vivía en palacio, se enteró de que habían metido a Jeremías en el pozo. Mientras el rey estaba sentado junto a la Puerta de Benjamín,
8 Ebed-Mélec salió de palacio y habló al rey:
9 – Majestad, esos hombres han tratado injustamente al profeta Jeremías, arrojándolo al pozo, donde morirá de hambre – porque no quedaba pan en la ciudad– .
10 Entonces el rey ordenó a Ebed-Mélec, el nubio:
– Toma tres hombres a tu mando y saquen al profeta Jeremías del pozo antes de que muera.
11 Ebed-Mélec tomó a su mando los hombres, entró en el ropero de palacio y allí tomó tiras y trapos, y los descolgó con la soga hasta el pozo.
12 Y Ebed-Mélec, el nubio, dijo a Jeremías:
– Colócate los trapos en bajo tus prazos, por debajo de la soga.
Y Jeremías lo hizo.
13 Entonces tiraron de Jeremías con las sogas y lo sacaron del pozo. Y Jeremías se quedó en el patio de la guardia.
14

Último encuentro

El rey Sedecías mandó que le trajeran al profeta Jeremías, a la tercera entrada del templo; y el rey dijo a Jeremías:
– Quiero preguntarte una cosa: no me calles nada.
15 Respondió Jeremías a Sedecías:
– Si te lo digo, seguro que me matarás, y si te doy un consejo, no me escucharás.
16 El rey Sedecías juró en secreto a Jeremías:
–¡Por la vida del Señor, que nos dio la vida!, que no te mataré ni te entregaré en poder de estos hombres que te persiguen a muerte.
17 Respondió Jeremías a Sedecías:
– Así dice el Señor Todopoderoso, Dios de Israel: Si te rindes a los generales del rey de Babilonia, salvarás la vida y no incendiarán la ciudad; vivirás tú y tu familia.
18 Pero si no te rindes a los generales del rey de Babilonia, esta ciudad caerá en manos de los caldeos, que la incendiarán, y tú no escaparás.
19 El rey Sedecías dijo a Jeremías:
– Tengo miedo de que me entreguen en manos de los judíos que se han pasado a los caldeos y que me maltraten.
20 Respondió Jeremías:
– No te entregarán. Obedece al Señor en lo que te comunico y te irá bien, y salvarás la vida.
21 Pero si te niegas a rendirte, éste es el oráculo que me ha comunicado el Señor:
22 Escucha: todas las mujeres que han quedado en el palacio real de Judá serán entregadas a los generales del rey de Babilonia, y cantarán:
Te han engañado y te han vencido
tus buenos amigos:
han hundido sus pies en el barro
y se han marchado.
23 Todas tus mujeres y tus hijos se los entregarán a los caldeos, y tú no te librarás de ellos, sino que caerás en poder del rey de Babilonia, que incendiará la ciudad.
24 Sedecías dijo a Jeremías:
– Que nadie sepa de esta conversación y no morirás.
25 Si los jefes se enteran de que he hablado contigo y vienen a preguntarte: Cuéntanos lo que has dicho al rey y lo que él te ha dicho; no nos lo ocultes, que no te mataremos,
26 tú les responderás: Estaba presentando mi súplica al rey para que no me llevasen de nuevo a casa de Jonatán, a morir allí.
27 Vinieron los dignatarios y le preguntaron, y él respondió según las instrucciones del rey. Así, se fueron sin decir más, porque la cosa no se supo.
28 Y así se quedó Jeremías en el patio de la guardia, hasta el día de la conquista de Jerusalén.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  38,1-13Condenado a muerte y liberado. La predicación de Jeremías lo presenta como enemigo de su propio pueblo, alguien que no procura el bien, sino el daño y la desmoralización del ejército nacional (4a), motivo por el cual los ministros del rey piden la cabeza del profeta. Aunque finalmente no es asesinado por sus enemigos, su vida estuvo en peligro. Hay que recordar que Jeremías predicaba el sometimiento a Babilonia para salvar la vida, las instituciones y la tierra.


Jeremías  38,14-28Último encuentro. El rey Sedecías busca ansiosamente una palabra del profeta que le ayude a aclarar la decisión que debe tomar; por su parte, el profeta no cambia el discurso: la salvación de la casa real y de la ciudad está en la sumisión a Babilonia, si resiste habrá destrucción y muerte.