Jeremías  39 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 18 versitos |
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Sobre la conquista de Jerusalén
2 Re 25,1-21; Jr 52,3-30

El año noveno de Sedecías, rey de Judá, el mes décimo, vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, con todo su ejército a Jerusalén, y le puso cerco.
2 El año undécimo de Sedecías, el mes cuarto, el día noveno, abrieron una brecha en la ciudad,
3 y entraron los generales del rey de Babilonia y se sentaron en la puerta central: Nergalsaréser, príncipe de Sin-Maguir, jefe de empleados, y Nabusasbán, jefe de eunucos, y los demás generales del rey de Babilonia.
4 Cuando lo vieron Sedecías, rey de Judá, y sus soldados, salieron de noche huyendo de la ciudad, por el camino de los jardines reales, por una puerta entre las dos murallas, y se dirigieron hacia el desierto.
5 Pero el ejército caldeo los persiguió, y alcanzó a Sedecías en la estepa de Jericó. Lo apresaron y lo llevaron ante Nabucodonosor, rey de Babilonia, que estaba en Ribla, provincia de Jamat. Allí lo juzgó.
6 El rey de Babilonia hizo ajusticiar en Ribla a los hijos de Sedecías, ante su vista, y a todos los notables de Judá también los hizo ajusticiar el rey de Babilonia.
7 A Sedecías lo cegó y le echó cadenas de bronce, para llevarlo a Babilonia.
8 Los caldeos incendiaron el palacio real y las casas del pueblo, y destruyeron las murallas.
9 Al resto del pueblo que había quedado en Jerusalén y a los que se habían pasado a ellos Nabusardán, jefe de la guardia, los llevó a Babilonia desterrados.
10 A la gente pobre que no tenía nada, Nabusardán, jefe de la guardia, los dejó en el territorio de Judá, y les entregó aquel día viñedos y campos.
11 En cuanto a Jeremías, Nabucodonosor, rey de Babilonia, había dado órdenes a Nabusardán, jefe de la guardia, diciendo:
12 – Tómalo bajo tu protección, no le hagas ningún daño, sino trátalo como él te diga.
13 Nabusardán, jefe de la guardia; Nabusasbán, jefe de eunucos, y Nergalsaréser, jefe de empleados, y todos los generales del rey de Babilonia
14 enviaron a sacar del patio de la guardia a Jeremías, y se lo entregaron a Godolías, hijo de Ajicán, hijo de Safán, para que lo mandase a su casa y habitase en medio del pueblo.
15 El Señor había dirigido la palabra a Jeremías mientras estaba preso en el patio de la guardia:
16 – Vete y di a Ebed-Mélec, el nubio:
Así dice el Señor Todopoderoso, Dios de Israel:
Yo cumpliré mis palabras
contra esta ciudad,
para mal y no para bien:
tenlas presentes aquel día.
17 Aquel día te libraré
– oráculo del Señor–
y no caerás en poder
de los hombres que tú temes;
18 seguro que te libraré
y no caerás a espada:
salvarás tu vida como recompensa,
porque confiaste en mí
– oráculo del Señor– .

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  39,1-18Sobre la conquista de Jerusalén. Este capítulo es prácticamente la repetición de 2Re_25:1-12 y volveremos a encontrarlo en Jer_52:4-16. Los redactores finales del libro de Jeremías ubican aquí la noticia de la conquista de Jerusalén, quizá con la intención de demostrar el cumplimiento de las palabras del profeta. El rey -o los reyes-, los funcionarios y el mismo pueblo que reiteradamente escucharon sus palabras habían sido advertidos de la necesidad de convertirse y aceptar el yugo de Babilonia como único medio de salvarse y salvar la ciudad; sin embargo, las profecías y el propio profeta fueron rechazados y perseguidos. Pues bien, este relato reivindica a Jeremías como un verdadero profeta y sus palabras como Palabra de Dios.