Jeremías  4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 31 versitos |
1

Nueva exhortación al arrepentimiento

Si quieres volver, Israel,
vuelve a mí – oráculo del Señor– ;
si apartas de mí
tus ídolos detestables,
no irás errante;
2 si juras por el Señor con verdad,
justicia y derecho,
las naciones desearán
tu dicha y tu fama.
3 Así dice el Señor
a los habitantes de Judá y Jerusalén:
Preparen los campos
y no siembren cardos.
4 Circuncídense para el Señor
quiten el prepucio de sus corazones,
habitantes de Judá y Jerusalén,
no sea que por sus malas acciones,
estalle como fuego mi cólera
y arda
sin que nadie pueda apagarla.

El enemigo del norte
Is 5,26-30

Mírenle subir
5 Anúncienlo en Judá,
proclámenlo en Jerusalén,
toquen la trompeta en el país,
griten a pleno pulmón:
júntense para marchar
a la ciudad fortificada,
6 levanten la bandera hacia Sión;
escapen sin detenerse;
que yo traigo del norte la desgracia,
una gran calamidad:
7 sale el león de la maleza,
sale de su guarida,
está en marcha
un asesino de pueblos,
para arrasar tu país
e incendiar tus ciudades
dejándolas despobladas.
8 Por eso vístanse de sayal,
hagan duelo y laméntense,
porque no cede el incendio
de la ira del Señor.
9 Aquel día – oráculo del Señor–
se acobardarán el rey y los príncipes,
se espantarán los sacerdotes,
se turbarán los profetas.
10 Yo dije: ¡Ay Señor mío!
Realmente has engañado
a este pueblo y a Jerusalén,
prometiéndole paz,
cuando tenemos al cuello la espada.
11 En aquel tiempo dirán
a este pueblo y a Jerusalén:
Un viento sopla
de las dunas del desierto
hacia la capital de mi pueblo:
no viento de aventar
ni de limpiar el trigo,
12 sino viento huracanado
a mis órdenes:
ahora me toca a mí
pronunciar su sentencia.
13 Mírenle avanzar como una nube,
sus carrozas como un huracán,
sus caballos más rápidos que águilas:
¡ay de nosotros!
Estamos perdidos.
14 Jerusalén, lava tu corazón
de maldades, para salvarte,
¿hasta cuándo anidarán en tu pecho
planes criminales?
15 Escucha al mensajero de Dan,
al que anuncia desgracias
desde la sierra de Efraín:
16 Díganselo a los paganos,
anúncienlo en Jerusalén:
de tierra lejana llega el enemigo
lanzando gritos
contra los poblados de Judá;
17 como los guardianes
de un campo te cercan,
porque te rebelaste contra mí
– oráculo del Señor– ;
18 tu conducta y tus acciones
te lo han traído,
ése es tu castigo,
el dolor que te hiere el corazón.
19

El alarido de guerra

¡Ay mis entrañas, mis entrañas!
Me tiemblan las paredes del pecho,
tengo el corazón turbado
y no puedo callar;
porque yo mismo escucho
el toque de trompeta,
el alarido de guerra,
20 un golpe llama a otro golpe,
el país está deshecho;
de repente quedan
destrozadas las tiendas de campaña
y en un momento los pabellones.
21 ¿Hasta cuándo tendré
que ver la bandera
y escuchar el toque de la trompeta?
22 Mi pueblo es insensato,
no me reconoce,
son hijos necios que no recapacitan:
son hábiles para el mal,
ignorantes para el bien.
23 Miro a la tierra: ¡caos informe!;
al cielo: está sin luz;
24 miro a los montes: tiemblan;
a las colinas: danzan;
25 miro: no hay hombres,
las aves del cielo han volado;
26 miro: el vergel es un desierto,
los poblados están arrasados:
por el Señor, por el incendio de su ira.
27

El grito de Sión

Así dice el Señor:
El país quedará desolado,
pero no lo aniquilaré;
28 la tierra guardará luto,
el cielo arriba se ennegrecerá;
lo dije y no me arrepiento,
lo pensé y no me vuelvo atrás.
29 Al oír a los jinetes y arqueros,
huyen los vecinos,
se meten en cuevas,
se esconden en la maleza,
trepan a los peñascos,
y la ciudad queda abandonada,
sin un habitante.
30 Y tú, ¿qué haces
que te vistes de púrpura,
te enjoyas de oro,
te maquillas los ojos con negro?
En vano te embelleces,
tus amantes te rechazan,
sólo buscan tu vida.
31 Oigo un grito como de parturienta,
sollozos como en el primer parto:
el grito angustiado de Sión,
estirando los brazos:
¡Ay de mí, que desfallezco,
que me quitan la vida!

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  4,1-4Nueva exhortación al arrepentimiento. El profeta manifiesta la voluntad divina de volver a acoger a su pueblo sólo a condición de que su comportamiento esté más de acuerdo con el querer de su Dios. Los israelitas ponen en Abrahán el origen de la circuncisión como signo externo de la Alianza con el Señor (Gén_17:10-14). En la época de Jeremías, este signo mantenía su fuerza, pero no superaba el aspecto externo, de ahí que el profeta llame la atención sobre la necesidad de mostrar una disposición interior que respalde la adhesión a Dios. De nada vale estar circuncidado si en la vida ordinaria se desprecian los mandatos del Señor.


Jeremías  4,5-18Mírenle subir. No está claro cuál es el enemigo que viene del norte. En todo caso, el profeta previene a los habitantes de Judá para que se pongan a salvo. Estas palabras cobrarían vida o serían confirmadas hacia el 605 a.C., cuando los ejércitos de Babilonia comienzan a invadir territorio judío. Los movimientos en la política externa que afectan positiva o negativamente a Israel son vistos por los profetas como acciones del mismo Dios, bien sea como bendición o como castigo para el pueblo. Se insiste en la conversión como camino para alcanzar la salvación de todo el mal que se avecina.
Jeremías  4,19-26El alarido de guerra. Panorama de muerte y desolación que describe el profeta; no se atribuye propiamente a un invasor extranjero, el cual debía ser el rey de Babilonia, sino al mismo Señor que ha decido castigar a su pueblo. El incendio de su ira arrasa todo a su paso, pues Israel es un insensato, diestro para el mal e ignorante para el bien (22).
Jeremías  4,27-31El grito de Sión. Una vez más se manifiesta la intención de Dios de no acabar con todos, pese a que tiene sobradas razones para hacerlo (27). Pero se constata la cruel realidad: las alianzas de los pueblos débiles y pequeños con los grandes nunca son garantía de supervivencia, todo lo contrario: son una continua amenaza; en el momento definitivo, los primeros en quedarse solos y caer son los más pequeños. Ante esta situación no queda otro recurso que clamar y gemir (31), y este grito de desesperanza sólo es atendido por Dios (cfr. Éxo_3:7).