Jeremías  5 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 31 versitos |
1

¿No he de vengarme yo mismo?
Is 9,7-21; Jr 9,1-10

Recorran las calles de Jerusalén,
miren, comprueben,
busquen en sus plazas
a ver si hay alguien
que respete el derecho
y practique la sinceridad;
y le perdonaré.
2 Cuando dicen: ¡Por la vida del Señor!,
juran en falso,
3 y tus ojos, Señor,
buscan la sinceridad.
Los heriste y no les dolió,
los exterminaste y no escarmentaban;
endurecían la cara como roca
y se negaban a convertirse.
4 Me dije: éstos son
gente sencilla e ignorantes,
no conocen el camino del Señor,
el precepto de su Dios;
5 me dirigiré a los jefes para hablarles,
porque ellos sí conocen
el camino del Señor,
el precepto de su Dios.
Pero todos juntos rompieron el yugo,
hicieron saltar las correas;
6 por eso los herirá un león de la selva,
un lobo del desierto
los despedazará,
una pantera acecha sus ciudades
y arrebata al que sale,
porque son muchas sus culpas
y graves sus apostasías.
7 Después de todo, ¿podré perdonarte?,
tus hijos me abandonaron,
juraron por dioses falsos;
yo los colmé de bienes,
ellos fueron adúlteros,
se iban en tropel a los prostíbulos;
8 son caballos cebados y fogosos
que relinchan
cada cual por la mujer del prójimo.
9 Y por todo esto, ¿no los castigaré?
– oráculo del Señor– .
De un pueblo semejante,
¿no me voy a vengar?
10 Suban a sus terrazas,
destruyan sin aniquilar;
arranquen sus sarmientos,
ya que no son del Señor;
11 porque me han sido infieles
Israel y Judá
– oráculo del Señor– ;
12 renegaron del Señor diciendo:
No es él,
no nos pasará nada,
no veremos espada ni hambre.
13 Sus profetas son viento,
no tienen palabras del Señor,
14 por eso así dice el Señor,
Dios Todopoderoso:
Por haber hablado así,
así les sucederá:
haré que mi palabra
sea fuego en tu boca
que consumirá a ese pueblo
como leña.
15 Israel, yo voy a conducir
contra ustedes un pueblo remoto
– oráculo del Señor– :
un pueblo invencible,
un pueblo antiquísimo,
un pueblo de lengua
incomprensible,
no entenderás lo que diga:
16 su boca es una tumba abierta
y todos son guerreros:
17 comerá tus cosechas y tu pan,
comerá a tus hijos e hijas,
comerá tus vacas y ovejas,
comerá tu viña y tu higuera,
conquistará a espada
las fortalezas en que confías.
18 Pero en aquellos días
– oráculo del Señor–
no los aniquilaré.
19 Cuando te pregunten: ¿Por qué nos ha hecho todo esto el Señor, nuestro Dios?, contestarás: Así como ustedes me abandonaron para servir en su propio país a dioses extranjeros, así servirán a dioses extranjeros en tierra extraña.
20 Anuncien esto a Jacob,
publíquenlo en Judá:
21 Escúchalo, pueblo necio y sin juicio,
que tiene ojos y no ve,
tiene oídos y no oye:
22 ¿A mí no me respetan,
no tiemblan en mi presencia?
– oráculo del Señor– .
Yo puse la arena
como frontera del mar,
límite perpetuo que no traspasa;
hierve impotente, braman sus olas,
23 pero no lo traspasan;
en cambio, este pueblo
es duro y rebelde de corazón,
y se marcha lejos;
24 no piensan:
Debemos respetar
al Señor, nuestro Dios,
que envía a su debido tiempo
las lluvias tempranas y tardías
y observa las semanas justas
para nuestra cosecha.
25 Sus culpas
han trastornado el orden,
sus pecados los dejan sin lluvia,
26 porque hay en mi pueblo criminales
que ponen trampas como cazadores
y cavan fosas para cazar hombres:
27 sus casas están llenas de engaño
como una jaula está llena de pájaros,
así es como
se hacen poderosos y ricos,
28 engordan y prosperan;
rebosan de malas palabras,
no juzgan según derecho,
no defienden la causa del huérfano
ni sentencian a favor de los pobres.
29 Y por todo esto, ¿no los castigaré?
– oráculo del Señor– ;
de un pueblo semejante,
¿no me voy a vengar?
30 Espantos y prácticas idolátricas
suceden en el país:
31 los profetas profetizan embustes,
los sacerdotes dominan por la fuerza,
y mi pueblo tan contento.
¿Qué harán ustedes
cuando llegue el fin?

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  5,1-31¿No he de vengarme yo mismo? El análisis de la realidad que hace el profeta y que pone en boca de Dios da como resultado que, a simple vista, los signos de comportamiento del pueblo son propios de gente ignorante, sin instrucción, fruto de puras inclinaciones naturales. Al examinar el modo de actuar de los instruidos y conocedores de la ley de Dios, su conducta es todavía peor: todos han renegado de Dios (6.12); adoran ídolos y juran por ellos (7), se han prostituido (7); además, descuidan la justicia y el derecho (26-28). La decisión divina es castigar haciendo que sobrevenga la invasión con todas sus consecuencias: servidumbre, saqueo y tributo al pueblo dominante (15-17); sin embargo, y a pesar de todo, el mensaje aún conserva el tono esperanzador cuando anuncia que el Señor no aniquilará del todo a su pueblo.
No hay que dar a estos mensajes un valor literal, como si en realidad Dios se comportara así con sus hijos; no olvidemos que los profetas se valen de imágenes, de símbolos y de las mismas situaciones que vive el pueblo en determinado momento, ya sean positivas o negativas, para transmitir sus mensajes. La intención es siempre llamar la atención sobre las irregularidades presentes y sobre las consecuencias que sobrevendrán. Muchas veces, los momentos difíciles, como la guerra, la persecución, el hambre, las sequías, etc., son eventos por los que ya ha pasado el pueblo, pero el profeta los pone en futuro y siempre como anuncios de castigo divino asociado con situaciones de infidelidad a su Dios.