Jeremías  52 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 34 versitos |
1

Epílogo histórico
2 Re 24,18– 25,30

Cuando Sedecías subió al trono tenía veintiún años y reinó once años en Jerusalén. Su madre se llamaba Jamutal, hija de Jeremías, natural de Alba.
2 Hizo lo que el Señor reprueba, igual que había hecho Joaquín.
3 Esto les sucedió a Jerusalén y a Judá por la cólera del Señor, hasta que las arrojó de su presencia. Sedecías se rebeló contra el rey de Babilonia.
4 El año noveno de su reinado, el diez del mes décimo, Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino a Jerusalén con todo su ejército, acampó frente a ella y construyó torres de asalto alrededor.
5 La ciudad quedó sitiada hasta el año once del reinado de Sedecías,
6 el nueve del mes cuarto. El hambre se hizo insoportable en la ciudad y no había pan para la población.
7 Se abrió una brecha en la ciudad, y los soldados huyeron de noche por la puerta entre las dos murallas, junto a los jardines reales, y se marcharon por el camino del desierto a pesar de que los caldeos rodeaban la ciudad.
8 El ejército caldeo persiguió al rey; alcanzaron a Sedecías en la llanura de Jericó, mientras sus tropas se dispersaban abandonándolo.
9 Apresaron al rey y se lo llevaron al rey de Babilonia, que estaba en Ribla, provincia de Jamat, y lo procesó.
10 El rey de Babilonia hizo ajusticiar en Ribla a los hijos de Sedecías, ante su vista, y a todos los nobles de Judá también los hizo ajusticiar en Ribla.
11 A Sedecías lo cegó, le echó cadenas de bronce, lo llevó a Babilonia y lo encerró en prisión de por vida.
12 El día diez del mes quinto – que corresponde al año diecinueve del reinado de Nabucodonosor en Babilonia– llegó a Jerusalén Nabusardán, jefe de la guardia, funcionario del rey de Babilonia.
13 Incendió el templo, el palacio real y las casas de Jerusalén y puso fuego a todos los palacios.
14 El ejército caldeo, a las órdenes del jefe de la guardia, derribó las murallas que rodeaban a Jerusalén.
15 Nabusardán, jefe de la guardia, se llevó cautivo al resto del pueblo que había quedado en Jerusalén, a los desertores que se habían pasado al rey de Babilonia y al resto de los artesanos.
16 De la clase baja dejó algunos para que cultivaran las viñas y los campos.
17 Los caldeos rompieron las columnas de bronce, los pedestales y el depósito de bronce que había en el templo para llevarse el bronce a Babilonia.
18 También tomaron las ollas, palas, cuchillos, aspersorios, bandejas y todos los utensilios de bronce empleados en el culto.
19 Nabusardán, jefe de la guardia, tomó las palanganas, los braseros, aspersorios, ollas, candelabros, bandejas, fuentes, en dos lotes, de oro y de plata.
20 También las dos columnas, el depósito y los doce toros que sostenían el pedestal – que había encargado el rey Salomón para el templo– ; imposible calcular lo que pesaba el bronce de aquellos objetos.
21 Cada columna medía nueve metros de altura, ocho centímetros de espesor y eran huecas; tenía un anillo de veinticinco centímetros de circunferencia.
22 Estaba rematada por un capitel de bronce de dos metros y medio de altura, adornado con trenzados y granadas alrededor, todo de bronce.
23 Sobresalían noventa y seis granadas, y el total de las granadas sobre la circunferencia era cien.
24 El jefe de la guardia apresó también al sumo sacerdote, Serayas; al vicario, Sofonías, y a los tres porteros.
25 En la ciudad apresó a un cortesano jefe de la tropa y a siete hombres del servicio personal del rey que se encontraban en la ciudad; al secretario del general en jefe, encargado del reclutamiento entre los terratenientes, y a sesenta terratenientes que se encontraban en la ciudad.
26 Nabusardán, jefe de la guardia, los apresó y los llevó al rey de Babilonia, a Ribla.
27 El rey de Babilonia los hizo ejecutar en Ribla, provincia de Jamat. Así marchó Judá al destierro.
28 Éste es el número de los deportados por Nabucodonosor: el año séptimo, tres mil veintitrés judíos;
29 el año decimoctavo de Nabucodonosor, ochocientos treinta y dos vecinos de Jerusalén;
30 el año vigésimo tercero de Nabucodonosor, deportó Nabusardán, jefe de la guardia, setecientos cuarenta y cinco judíos. Total, cuatro mil seiscientos.
31 El año trigésimo séptimo del destierro de Jeconías, rey de Judá, el día veinticinco del duodécimo mes, Evil Merodac, rey de Babilonia, el año de su ascensión al trono, concedió gracia a Jeconías, rey de Judá, y lo sacó de la cárcel.
32 Le prometió su favor, y colocó su trono más alto que los de los otros reyes que había con él en Babilonia.
33 Le cambió el traje de preso y lo hizo comer a su mesa mientras vivió.
34 De parte del rey se le pasaba una pensión diaria, toda la vida, hasta que murió.

Patrocinio

 
 

Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Patrocinio

Notas

Jeremías  52,1-34Epílogo histórico. Los redactores finales de Jeremías colocaron en este lugar casi todo el contenido de 2Re_24:18-25, 30. Con ello tal vez querían demostrar la certeza y validez de las palabras del profeta, tanto la predicción sobre la destrucción de Judá y Jerusalén y del destierro, como la caída de Babilonia y el retorno o fin del exilio.