Jeremías  7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 34 versitos |
1

Sermón sobre el templo
25,1-14; 26,1-19

Palabras que el Señor dirigió a Jeremías:
2 Párate junto a la puerta del templo y proclama allí: Escuchen, judíos, la Palabra del Señor, los que entran por estas puertas a adorar al Señor,
3 así dice el Señor Todopoderoso, Dios de Israel:
Enmienden su conducta
y sus acciones,
y habitaré con ustedes en este lugar;
4 no se hagan ilusiones
con razones falsas, repitiendo:
el templo del Señor,
el templo del Señor,
el templo del Señor.
5 Si enmiendan sus conducta
y sus acciones,
si juzgan rectamente los pleitos,
6 si no oprimen al emigrante,
al huérfano y a la viuda,
si no derraman sangre inocente
en este lugar,
si no siguen a dioses extranjeros,
para desgracia de ustedes mismos,
7 entonces habitaré con ustedes
en este lugar,
en la tierra que di a sus padres,
desde antiguo y para siempre.
8 Se hacen ilusiones
con razones falsas, que no sirven:
9 ¿de modo que roban, matan,
cometen adulterio, juran en falso,
queman incienso a Baal,
siguen a dioses
extranjeros y desconocidos,
10 y después entran
a presentarse ante mí
en este templo que lleva mi Nombre,
y dicen: Estamos salvados,
para seguir cometiendo
las mismas maldades?
11 ¿Creen que este templo
que lleva mi Nombre
es una cueva de bandidos?
Atención, que yo lo he visto
– oráculo del Señor– .
12 Vayan a mi templo de Siló,
al que di mi Nombre en otro tiempo,
y miren lo que hice con él,
por la maldad de Israel, mi pueblo.
13 Y ahora,
por haber cometido tales acciones
– oráculo del Señor– ,
porque les hablé sin cesar
y no me escucharon,
porque los llamé
y no me respondieron,
14 por eso trataré al templo
que lleva mi Nombre,
y en el que ustedes confían,
y al lugar que di
a sus padres y a ustedes,
de la misma manera que traté a Siló;
15 a ustedes los arrojaré de mi presencia,
como arrojé a sus hermanos,
a toda la descendencia de Efraín.
16

No valen intercesiones

Y tú no intercedas por este pueblo,
no supliques a gritos por ellos,
no me reces, que no te escucharé.
17 ¿No ves lo que hacen
en los pueblos de Judá
y en las calles de Jerusalén?
18 Los hijos recogen leña,
los padres encienden el fuego,
las mujeres preparan
la masa para hacer tortas
en honor de la reina del cielo,
y para irritarme
hacen libaciones a dioses extranjeros.
19 ¿Es a mí a quien irritan
– oráculo del Señor–
o más bien a sí mismos,
para su confusión?
20 Por eso así dice el Señor:
Miren, mi ira y mi enojo
se derraman sobre este lugar,
sobre hombres y ganados,
sobre el árbol silvestre,
sobre el fruto del suelo,
y arden sin apagarse.
21

No vale el culto
11,15; Am 5,18-27

Así dice el Señor Todopoderoso,
Dios de Israel:
Añadan sus holocaustos
a sus sacrificios
y cómanse la carne;
22 porque cuando saqué
a sus padres de Egipto
no les ordené ni hablé
de holocaustos y sacrificios;
23 ésta fue la orden que les di:
Obedézcanme, y yo seré su Dios
y ustedes serán mi pueblo;
caminen por el camino
que les señalo, y les irá bien.
24 Pero no escucharon
ni prestaron oído,
seguían sus planes,
la maldad de su corazón endurecido,
dándome la espalda y no la cara.
25 Desde que sus padres salieron
de Egipto hasta hoy
les envié a mis siervos los profetas
un día y otro día;
26 pero no me escucharon
ni prestaron oído,
se pusieron tercos
y fueron peores que sus padres.
27 Ya puedes repetirles este sermón,
que no te escucharán;
ya puedes gritarles,
que no te responderán.
28 Les dirás: Ésta es la gente
que no obedeció al Señor, su Dios,
y no quiso escarmentar;
la sinceridad se ha perdido,
arrancada de su boca.
29

Duelo por el valle de Ben-Hinón
19,3-9

Córtate la cabellera y tírala,
entona en los montes desolados
un lamento:
El Señor ha rechazado y expulsado
a la generación que provocó su ira;
30 porque los judíos hicieron
lo que yo repruebo
– oráculo del Señor– ,
pusieron sus ídolos
en el templo que lleva mi Nombre,
contaminándolo.
31 Levantaron altares al Horno,
en el valle de Ben-Hinón
para quemar a hijos e hijas,
cosa que yo no mandé
ni se me pasó por la cabeza;
32 por eso, miren que llegan días
– oráculo del Señor–
en que ya no se llamará El Horno
ni valle de Ben-Hinón,
sino valle de las Ánimas,
porque tendrán
que enterrar en El Horno
por falta de sitio;
33 y los cadáveres de este pueblo
serán pasto de las aves del cielo
y de las bestias de la tierra,
sin que nadie los espante.
34 Haré desaparecer
en los pueblos de Judá
y en las calles de Jerusalén
la voz alegre y la voz gozosa,
la voz del novio y la voz de la novia,
porque el país será una ruina.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  7,1-15Sermón sobre el templo. El profeta no hace mención de los cultos locales, sino exclusivamente del culto realizado en Jerusalén; esto nos podría indicar que se trata de una época posterior a la reforma de Josías llevada a cabo en el 622 a.C., incluso posterior al reinado del mismo monarca. Se podría estar hablando de la época de Yoyaquim; para estos tiempos hay una clara conciencia de la presencia de Dios exclusivamente en su templo de Jerusalén y de su decisión de defender su casa y su ciudad.
En la memoria está el recuerdo de cuando las tropas asirias desistieron de destruir Jerusalén, lo cual fue para sus habitantes un claro signo del poderío del Señor (cfr. 2Re_19:32-34; Isa_37:33-35). Israel se confió demasiado y se creó una falsa seguridad absolutizando el templo y el culto con la intención de manipular a Dios a su antojo. El profeta hace ver que ni ciudad, ni templo ni culto le interesan a Dios más que la práctica de la justicia, la atención al indigente y a la viuda, el rechazo de la idolatría y el respeto por la vida; eso es lo único que puede hacer permanecer a Dios en un lugar. Estas palabras de Jeremías cobran cada vez mayor actualidad, ya que con mucha frecuencia las religiones se ocupan demasiado en construir templos y lugares de culto a expensas, inclusive del mismo pobre, induciendo a un cierto tipo de trueque o canje de favores: cuanto más aportes para la construcción del templo, mayores y más abundantes serán las bendiciones que recibirás de Dios, olvidando que son otras las condiciones que hacen posible hablar de la presencia de Dios o, mejor aún, que la hacen palpable.


Jeremías  7,16-20No valen intercesiones. Tal como están las cosas, hasta Dios mismo se resiste a escuchar la oración del profeta a favor del pueblo. Ni el mismo pueblo parece muy interesado en la intercesión de Jeremías, pues están muy empeñados en rendir culto a otras divinidades; aquí se menciona, en concreto, a la «reina del cielo». Al parecer, se trataba de una divinidad muy popular conocida también como «Diosa madre»; en Mesopotamia la llamaban Istar, y en Canaán Astarte; su culto y rituales estaban orientados a la fertilidad.

Jeremías  7,21-28No vale el culto. A propósito del culto y los sacrificios ofrecidos a la «reina del cielo» mencionados anteriormente, Dios recuerda por medio del profeta que en ningún momento ha exigido Él sacrificios ni holocaustos; en cambio, sí ha exigido obediencia y fidelidad. En el versículo 23 se cita precisamente el núcleo de la Alianza, el compromiso de adhesión que adquirió Israel en el momento de su fundación en el Sinaí: ser el pueblo de Dios, del Dios que los había liberado del poder egipcio; no tenían por qué poner los ojos en ninguna otra divinidad. Hay que recordar que la teología de Jeremías gira en torno a la obediencia y fidelidad que debe el pueblo a su Dios por la alianza que hay entre ellos; desde esta óptica, el comportamiento de su pueblo es visto como terquedad y resistencia contra el único Dios que les garantiza la vida.
Jeremías  7,29-34Duelo por el valle de Ben