Jeremías  8 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 22 versitos |
1 Entonces – oráculo del Señor–
sacarán de sus tumbas
los huesos de los reyes de Judá,
2 los huesos de sus príncipes,
los huesos de los sacerdotes,
los huesos de los profetas,
los huesos de los vecinos
de Jerusalén:
quedarán expuestos al sol, a la luna,
a los astros del cielo
a quienes amaron,
a quienes sirvieron,
a quienes siguieron,
a quienes consultaron,
a quienes adoraron;
no serán recogidos ni sepultados,
yacerán como estiércol en el campo.
3 La muerte será preferible a la vida
para todo el resto,
para los supervivientes
de esa raza perversa,
en todos los lugares
por donde los dispersé
– oráculo del Señor Todopoderoso– .
4

No quieren convertirse
17,1

Diles: Así dice el Señor:
¿No se levanta el que cayó?,
¿no vuelve el que se fue?
5 Entonces,
¿por qué este pueblo de Jerusalén
ha apostatado irrevocablemente?
Se afianza en la rebelión,
se niega a convertirse.
6 He escuchado atentamente:
no dicen la verdad,
nadie se arrepiente de su maldad
diciendo: ¿Qué he hecho?
Todos vuelven a sus extravíos
como caballo
que se lanza a la batalla.
7 Aun la cigüeña en el cielo
conoce su tiempo,
la tórtola, la golondrina, la grulla
saben cuando deben emigrar;
pero mi pueblo no comprende
el mandato del Señor.
8 ¿Por qué dicen: Somos sabios,
tenemos la ley del Señor?
Si la ha falsificado
la pluma falsa de los escribanos.
9 Pues quedarán confundidos los sabios,
se espantarán y caerán prisioneros:
rechazaron la Palabra del Señor,
¿de qué les servirá su sabiduría?
10 Por eso entregaré
sus mujeres a extraños
y sus campos a los conquistadores;
porque del primero al último
sólo buscan enriquecerse,
profetas y sacerdotes
se dedican al fraude.
11 Pretenden sanar superficialmente
la fractura de mi pueblo
diciendo: Marcha bien, muy bien;
y no marcha bien.
12 ¿Se avergüenzan
cuando cometen horribles actos?
Ni se avergüenzan
ni saben lo que es sonrojarse;
pues caerán con los demás caídos,
tropezarán el día
que tengan que rendir cuenta
– oráculo del Señor– .
13 – Si intento cosecharlos
– oráculo del Señor–
no hay racimos en la vid
ni higos en la higuera,
la hoja está seca;
los entregaré a la esclavitud.
14 –¿Qué hacemos aquí sentados?
Reunámonos,
entremos en las ciudades fortificadas
para morir allí;
porque el Señor, nuestro Dios,
nos deja morir,
nos da a beber agua envenenada,
porque pecamos contra el Señor.
15 Se espera mejoría
y no hay bienestar,
a la hora de sanarse
sobreviene el espanto.
16 Desde Dan se escucha
el resoplar de los caballos,
cuando relinchan los corceles,
retiembla la tierra;
llegan y devoran el país
con sus habitantes,
la ciudad con sus vecinos.
17 – Yo envío contra ustedes
serpientes venenosas,
contra las que no valen
encantamientos,
los picarán mortalmente
– oráculo del Señor– .
18

Llanto del profeta
16,5-7

– Mi dolor no tiene remedio,
mi corazón desfallece,
19 al oír desde lejos
el grito de auxilio de la capital:
¿No está el Señor en Sión,
no está allí su Rey?
–¿No me irritaron con sus ídolos,
dioses inútiles y extraños?
20 – Pasó la cosecha, se acabó el verano,
y no hemos recibido auxilio.
21 – Por el sufrimiento de la capital ando afligido,
atenazado de espanto:
22 ¿No queda medicina en Galaad,
no quedan médicos?
¿Por qué no se cierra la herida
de la capital de mi pueblo?

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  8,4-17No quieren convertirse. En este nuevo mensaje contra los habitantes de Jerusalén y de Judá, el Señor reprocha al pueblo su resistencia a convertirse. Pero la conversión no es posible sin el reconocimiento humilde y sincero de las culpas; ahí está justamente el problema del pueblo y de sus dirigentes: no se convierten porque no ven de qué convertirse. Para ellos era suficiente con «tener la Ley del Señor» y pensaban que eso bastaba para creerse sabios y buenos; pero el profeta hace ver una realidad distinta y el castigo que se acerca cada vez más.
Desafortunadamente, en muchos de nuestros ambientes cristianos constatamos a veces esta misma realidad. Con frecuencia nos creemos «sabios» y «buenos» porque ostentamos el título de cristianos, llevamos la Biblia debajo del brazo o la tenemos entronizada en nuestras casas; pero cuán lejos nos encontramos del ideal de vida que nos propone esa Palabra, no caemos en la cuenta de nuestra responsabilidad respecto de los males sociales, no porque seamos nosotros los directos causantes, sino porque hacemos muy poco por evitarlos.


Jeremías  8,18-23Llanto del profeta. Jeremías es el hombre compenetrado y comprometido con su pueblo; pero como hombre de Dios que es, también está fuertemente ligado y comprometido con la causa del Señor. El profeta sueña con una realidad diferente, con un pueblo que obedece y vive el proyecto de su Dios; por eso, al confrontar el ideal con la realidad, el profeta sufre y se lamenta por su pueblo.