Ezequiel  11 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 25 versitos |
1

El resto
Jr 24

Me arrebató el espíritu y me llevó por los aires a la puerta oriental de la casa del Señor la que mira al este; allí, junto a la puerta, había veinticinco hombres, entre los que distinguí a Jazanías, hijo de Azur, y a Palatías, hijo de Banías, jefes del pueblo.
2 El Señor me dijo:
– Hijo de hombre, ésos son los que en esta ciudad maquinan maldades y planean crímenes.
3 Andan diciendo: Pronto reconstruiremos las casas: la ciudad es la olla y nosotros la carne.
4 Por tanto, profetiza contra ellos, profetiza, Hijo de hombre.
5 Bajó sobre mí el Espíritu del Señor y me dijo:
– Di: Esto dice el Señor: Eso piensan ustedes, casa de Israel; yo conozco sus pensamientos.
6 Han multiplicado sus víctimas en esta ciudad, han llenado de víctimas sus calles.
7 Por tanto, esto dice el Señor: La ciudad es la olla, de la que los sacaré a ustedes, y sus víctimas son la carne.
8 Temen la espada:
Pues mandaré la espada
contra ustedes
– oráculo del Señor– .
9 Los sacaré de la ciudad,
los entregaré en poder de bárbaros
y haré justicia en ustedes.
10 Los juzgaré en la frontera de Israel,
caerán a espada
y sabrán que yo soy el Señor.
11 No será ya su olla ni ustedes la carne:
los juzgaré en la frontera de Israel.
12 Y sabrán que yo soy el Señor,
cuyas leyes no han seguido,
cuyos mandatos no han cumplido,
sino que han imitado las costumbres de los pueblos vecinos.
13 Mientras yo profetizaba, cayó muerto Palatías, hijo de Banías; entonces caí rostro en tierra y rompí a gritar, diciendo:
–¡Ay, Señor, vas a aniquilar al resto de Israel!
14 Me vino esta Palabra del Señor:
15 – Hijo de hombre, los habitantes de Jerusalén dicen de tus hermanos, compañeros tuyos de exilio, y de la casa de Israel toda entera: Ellos se han alejado del Señor, a nosotros nos toca poseer la tierra.
16 Por tanto, di: Esto dice el Señor:
Cierto, los llevé a pueblos lejanos, los dispersé por los países y fui para ellos un santuario pasajero en los países adonde fueron.
17 Por tanto, di: Esto dice el Señor:
Los reuniré de entre los pueblos,
los recogeré de los países
en los que están dispersos
y les daré la tierra de Israel.
18 Entrarán y quitarán de ella
todos sus ídolos
y prácticas idolátricas.
19 Les daré un corazón íntegro
e infundiré en ellos
un espíritu nuevo:
les arrancaré el corazón de piedra
y les daré un corazón de carne,
20 para que sigan mis leyes
y pongan por obra mis mandatos;
serán mi pueblo y yo seré su Dios.
21 Pero si el corazón se les va
tras sus ídolos
y prácticas idolátricas,
les daré su merecido
– oráculo del Señor– .
22 Los querubines levantaron las alas sin separarse de las ruedas; mientras tanto, la gloria del Dios de Israel sobresalía por encima de ellos.
23 La gloria del Señor se elevó sobre la ciudad y se detuvo en el monte, al oriente de la ciudad.
24 Entonces el espíritu me arrebató y me llevó por los aires al destierro de Babilonia, en éxtasis; la visión desapareció.
25 Y yo les conté a los desterrados lo que el Señor me había revelado.

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Introducción a Ezequiel 

EZEQUIEL

Su vida. No sabemos cuándo nació. Probablemente en su infancia y juventud conoció algo de la reforma de Josías, de su muerte trágica, de la caída de Nínive y del ascenso del nuevo imperio babilónico. Siendo de familia sacerdotal, recibiría su formación en el templo, donde debió oficiar hasta el momento del destierro. Es en el destierro donde recibe la vocación profética.
Su actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera dura unos siete años, hasta la caída de Jerusalén; su tarea en ella es destruir sistemáticamente toda esperanza falsa; denunciando y anunciando hace comprender que es vano confiar en Egipto y en Sedecías, que la primera deportación es sólo el primer acto, preparatorio de la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén sella la validez de su profecía.
Viene un entreacto de silencio forzado, casi más trágico que la palabra precedente. Unos siete meses de intermedio fúnebre sin ritos ni palabras, sin consuelo ni compasión.
El profeta comienza la segunda etapa pronunciando sus oráculos contra las naciones: a la vez que socava toda esperanza humana en otros poderes, afirma el juicio de Dios en la historia. Después comienza a rehacer una nueva esperanza, fundada solamente en la gracia y la fidelidad de Dios. Sus oráculos precedentes reciben una nueva luz, los completa, les añade nuevos finales y otros oráculos de pura esperanza.

Autor del libro.
Lo que hoy conocemos como libro de Ezequiel no es enteramente obra del profeta, sino también, de su escuela. Por una parte, se le incorporan bastantes adiciones: especulaciones teológicas, fragmentos legislativos al final, aclaraciones exigidas por acontecimientos posteriores; por otra, con todo ese material se realiza una tarea de composición unitaria de un libro.
Su estructura es clara en las grandes líneas y responde a las etapas de su actividad: hasta la caída de Jerusalén (1-24); oráculos contra las naciones (25-32); después de la caída de Jerusalén (33-48). Esta construcción ofrece el esquema ideal de amenaza-promesa, tragedia-restauración. Sucede que este esquema se aplica también a capítulos individuales, por medio de adiciones o trasponiendo material de la segunda etapa a los primeros capítulos; también se traspone material posterior a los capítulos iniciales para presentar desde el principio una imagen sintética de la actividad del profeta.
El libro se puede leer como una unidad amplia, dentro de la cual se cobijan piezas no bien armonizadas: algo así como una catedral de tres naves góticas en la que se han abierto capillas barrocas con monumentos funerarios y estatuas de devociones limitadas.

Mensaje religioso. La lectura del libro nos hace descubrir el dinamismo admirable de una palabra que interpreta la historia para re-crearla, el dinamismo de una acción divina que, a través de la cruz merecida de su pueblo, va a sacar un puro don de resurrección. Este mensaje es el que hace a Ezequiel el profeta de la ruina y de la reconstrucción cuya absoluta novedad él solo acierta a barruntar en el llamado «Apocalipsis de Ezequiel» (38s), donde contempla el nuevo reino del Señor y al pueblo renovado reconociendo con gozo al Señor en Jerusalén, la ciudad del templo.
El punto central de la predicación de Ezequiel es la responsabilidad personal (18) que llevará a cada uno a responder de sus propias acciones ante Dios. Y estas obras que salvarán o condenarán a la persona están basadas en la justicia hacia el pobre y el oprimido. En una sociedad donde la explotación del débil era rampante, Ezequiel se alza como el defensor del hambriento y del desnudo, del oprimido por la injusticia y por los intereses de los usureros. Truena contra los atropellos y los maltratos y llama constantemente a la conversión. Sin derecho y sin justicia no puede haber conversión.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Ezequiel  11,1-25El resto. Este capítulo refleja con 33,3-29 la problemática que surge una vez realizados los destierros selectivos por parte de los babilonios. El problema tiene dos puntos de vista: 1. El de los que no fueron al destierro: la tierra pertenece a los que se quedaron. El Señor está con ellos y los defiende, como la olla evita que el fuego devore la carne (1-3). La respuesta del profeta, puesta bajo la autoridad del Señor, es: No, no será así (cfr. 33,23-29). 2. El punto de vista de los que fueron desterrados: ellos están cumpliendo un castigo purificador; ese castigo será temporal. Con ellos está el Señor, Él se ha convertido para ellos en un «santuario pasajero en los países adonde fueron» (16), pero con ellos reconstruirá su pueblo Ésta es la posición del profeta «aprobada» por el Señor (17-21). Así, para refrendar los dos oráculos anteriores, Ezequiel cierra su visión con la partida de la Gloria del Señor del país del Israel (22-25).