Ezequiel  28 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 26 versitos |
1

Contra el rey de Tiro

Me dirigió la palabra el Señor:
2 – Hijo de hombre,
di al príncipe de Tiro:
Esto dice el Señor:
Se llenó de soberbia tu corazón
y te dijiste:
Soy Dios,
estoy sentado en un trono de dioses
en el corazón del mar;
tú que eres hombre y no dios
te creías sabio como los dioses.
3 ¡Si eres más sabio que Daniel!,
ningún enigma se te resiste.
4 Con tu talento, con tu habilidad,
te hiciste una fortuna;
acumulaste oro y plata
en tus tesoros.
5 Con agudo talento de mercader
ibas acrecentando tu fortuna,
y tu fortuna te llenó de soberbia.
6 Por eso, así dice el Señor:
Por haberte creído sabio
como los dioses,
7 por eso traigo contra ti
bárbaros pueblos feroces;
desnudarán la espada
contra tu belleza y tu sabiduría,
profanando tu esplendor.
8 Te hundirán en la fosa,
morirás con muerte vergonzosa
en el corazón del mar.
9 Tú que eres hombre y no dios,
¿te atreverás a decir: Soy Dios,
delante de tus asesinos,
en poder de los que te apuñalen?
10 Morirás con muerte de incircunciso,
a manos de bárbaros.
Yo lo he dicho
– oráculo del Señor– .
11 Me dirigió la palabra el Señor:
12 – Hijo de hombre, entona una lamentación al rey de Tiro.
Así dice el Señor:
Eras modelo de perfección,
lleno de sabiduría,
de acabada belleza;
13 estabas en un jardín de dioses,
revestido de piedras preciosas:
coralina, topacio y aguamarina,
crisólito, malaquita y jaspe,
zafiro, rubí y esmeralda;
de oro labrado
tus aretes y colgantes,
preparados el día de tu creación.
14 Te puse junto a un querubín
protector de alas extendidas.
Estabas en la montaña sagrada
de los dioses,
entre piedras de fuego te paseabas.
15 Era intachable tu conducta
desde el día de tu creación
hasta que se descubrió tu culpa.
16 A fuerza de hacer tratos,
te ibas llenando de violencia,
y pecabas.
Te desterré entonces
de la montaña de los dioses
y te expulsó el querubín protector
de entre las piedras de fuego.
17 Te llenó de soberbia tu belleza
y tu esplendor
te trastornó el sentido;
te arrojé por tierra,
te hice espectáculo para los reyes.
18 Con tus muchas culpas,
con tus sucios negocios,
profanaste tu santuario;
hice brotar de tus entrañas
fuego que te devoró;
te convertí en ceniza sobre el suelo,
a la vista de todos.
19 Tus conocidos de todos los pueblos
se espantaron de ti;
¡siniestro desenlace!,
para siempre dejaste de existir.
20

Contra Sidón

Me dirigió la palabra el Señor:
21 – Hijo de hombre, ponte de cara a
Sidón y profetiza contra ella.
22 Esto dice el Señor:
Aquí estoy contra ti, Sidón,
en ti me cubriré de gloria.
Sabrán que yo soy el Señor
cuando haga justicia contra ella
y brille en ella mi santidad.
23 Mandaré contra ella peste
y sangre por sus calles;
caerán acuchillados sus habitantes
por la espada hostil que la rodea,
y sabrán que yo soy el Señor.
24 Y no tendrá ya la casa de Israel
espino punzante ni zarzal desgarrador
en los vecinos que la hostigan,
y sabrán que yo soy el Señor.
25 Esto dice el Señor: Cuando recoja la casa de Israel de entre los pueblos donde está dispersa y brille en ella mi santidad, a la vista de las naciones, volverán a habitar su tierra, la que di a mi siervo Jacob;
26 habitarán en ella seguros, edificarán casas y plantarán viñas; habitarán seguros, cuando haga justicia en los vecinos que la desprecian, y sabrán que yo soy el Señor, su Dios.

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Introducción a Ezequiel 

EZEQUIEL

Su vida. No sabemos cuándo nació. Probablemente en su infancia y juventud conoció algo de la reforma de Josías, de su muerte trágica, de la caída de Nínive y del ascenso del nuevo imperio babilónico. Siendo de familia sacerdotal, recibiría su formación en el templo, donde debió oficiar hasta el momento del destierro. Es en el destierro donde recibe la vocación profética.
Su actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera dura unos siete años, hasta la caída de Jerusalén; su tarea en ella es destruir sistemáticamente toda esperanza falsa; denunciando y anunciando hace comprender que es vano confiar en Egipto y en Sedecías, que la primera deportación es sólo el primer acto, preparatorio de la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén sella la validez de su profecía.
Viene un entreacto de silencio forzado, casi más trágico que la palabra precedente. Unos siete meses de intermedio fúnebre sin ritos ni palabras, sin consuelo ni compasión.
El profeta comienza la segunda etapa pronunciando sus oráculos contra las naciones: a la vez que socava toda esperanza humana en otros poderes, afirma el juicio de Dios en la historia. Después comienza a rehacer una nueva esperanza, fundada solamente en la gracia y la fidelidad de Dios. Sus oráculos precedentes reciben una nueva luz, los completa, les añade nuevos finales y otros oráculos de pura esperanza.

Autor del libro.
Lo que hoy conocemos como libro de Ezequiel no es enteramente obra del profeta, sino también, de su escuela. Por una parte, se le incorporan bastantes adiciones: especulaciones teológicas, fragmentos legislativos al final, aclaraciones exigidas por acontecimientos posteriores; por otra, con todo ese material se realiza una tarea de composición unitaria de un libro.
Su estructura es clara en las grandes líneas y responde a las etapas de su actividad: hasta la caída de Jerusalén (1-24); oráculos contra las naciones (25-32); después de la caída de Jerusalén (33-48). Esta construcción ofrece el esquema ideal de amenaza-promesa, tragedia-restauración. Sucede que este esquema se aplica también a capítulos individuales, por medio de adiciones o trasponiendo material de la segunda etapa a los primeros capítulos; también se traspone material posterior a los capítulos iniciales para presentar desde el principio una imagen sintética de la actividad del profeta.
El libro se puede leer como una unidad amplia, dentro de la cual se cobijan piezas no bien armonizadas: algo así como una catedral de tres naves góticas en la que se han abierto capillas barrocas con monumentos funerarios y estatuas de devociones limitadas.

Mensaje religioso. La lectura del libro nos hace descubrir el dinamismo admirable de una palabra que interpreta la historia para re-crearla, el dinamismo de una acción divina que, a través de la cruz merecida de su pueblo, va a sacar un puro don de resurrección. Este mensaje es el que hace a Ezequiel el profeta de la ruina y de la reconstrucción cuya absoluta novedad él solo acierta a barruntar en el llamado «Apocalipsis de Ezequiel» (38s), donde contempla el nuevo reino del Señor y al pueblo renovado reconociendo con gozo al Señor en Jerusalén, la ciudad del templo.
El punto central de la predicación de Ezequiel es la responsabilidad personal (18) que llevará a cada uno a responder de sus propias acciones ante Dios. Y estas obras que salvarán o condenarán a la persona están basadas en la justicia hacia el pobre y el oprimido. En una sociedad donde la explotación del débil era rampante, Ezequiel se alza como el defensor del hambriento y del desnudo, del oprimido por la injusticia y por los intereses de los usureros. Truena contra los atropellos y los maltratos y llama constantemente a la conversión. Sin derecho y sin justicia no puede haber conversión.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas