Ezequiel  3 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 27 versitos |
1

Misión del profeta
Jr 1; Is 50,4-9

Y me dijo:
– Hijo de hombre come lo que tienes ahí; cómete este rollo y vete a hablar a la casa de Israel.
2 Abrí la boca y me dio a comer el rollo,
3 diciéndome:
– Hijo de hombre, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este rollo que te doy.
Lo comí y su sabor en la boca era dulce como la miel.
4 Y me dijo:
– Hijo de hombre, anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras,
5 porque no se te envía a un pueblo de idioma extraño y de lenguas extranjeras que no comprendes.
6 Por cierto, que si a éstos te enviara te harían caso;
7 en cambio, la casa de Israel no querrá hacerte caso, porque no quieren hacerme caso a mí. Pues toda la casa de Israel son tercos de cabeza y duros de corazón.
8 Mira, hago tu rostro tan duro como el de ellos y tu cabeza terca como la de ellos;
9 como el diamante, más dura que el pedernal hago tu cabeza.
No les tengas miedo ni te acobardes ante ellos, aunque sean un pueblo rebelde.
10 Y me dijo:
– Hijo de hombre, todas las palabras que yo te diga escúchalas atentamente y apréndelas de memoria.
11 Ahora vete a los deportados, a tus compatriotas, y diles: Esto dice el Señor; te escuchen o no te escuchen.
12 Entonces me arrebató el espíritu y oí a mis espaldas el estruendo de un gran terremoto al elevarse de su sitio la gloria del Señor.
13 Era el revuelo de las alas de los seres vivientes al rozar una con otra, junto con el fragor de las ruedas: el estruendo de un gran terremoto.
14 El espíritu me tomó y me arrebató y marché decidido y enardecido, mientras la mano del Señor me empujaba.
15 Llegué a los deportados de Tel-Abib que vivían a orillas del río Quebar, que es donde ellos vivían, y me quedé allí siete días aturdido en medio de ellos.
16

PRIMERA ACTIVIDAD DEL PROFETA I
El profeta como centinela
Is 21,6-12; Ez 33,1-7; Am 3,7-8

Al cumplirse los siete días me dirigió la palabra el Señor:
17 – Hijo de hombre, te he puesto de centinela en la casa de Israel. Cuando escuches una palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte.
18 Si yo digo al malvado que es reo de muerte y tú no le das la alarma – es decir, no hablas poniendo en guardia al malvado para que cambie su mala conducta y conserve la vida– , entonces el malvado morirá por su culpa y a ti te pediré cuenta de su sangre.
19 Pero si tú pones en guardia al malvado, y no se convierte de su maldad y de su mala conducta, entonces él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado la vida.
20 Y si el justo se aparta de su justicia y comete maldades, pondré una trampa delante de él y morirá; por no haberlo puesto en guardia, él morirá por su pecado y no se tendrán en cuenta las obras justas que hizo; pero a ti te pediré cuenta de su sangre.
21 Si tú, por el contrario, pones en guardia al justo para que no peque, y en efecto no peca, ciertamente conservará la vida por haber estado alerta, y tú habrás salvado la vida.
22 Entonces se apoyó sobre mí la mano del Señor, quien me dijo:
– Levántate, sal a la llanura y allí te hablaré.
23 Me levanté y salí a la llanura: allí estaba la gloria del Señor, la gloria que yo había contemplado a orillas del río Quebar, y caí rostro en tierra.
24 Penetró en mí el espíritu y me levantó poniéndome de pie; entonces el Señor me habló así:
– Vete y enciérrate dentro de tu casa.
25 Y tú, Hijo de hombre, mira que te pondrán sogas, te amarrarán con ellas y no podrás soltarte.
26 Te pegaré la lengua al paladar, te quedarás mudo y no podrás ser el acusador, porque son un pueblo rebelde.
27 Pero cuando yo te hable, te abriré la boca para que les digas: Esto dice el Señor. El que quiera, que te escuche, y el que no, que lo deje; porque son un pueblo rebelde.

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Introducción a Ezequiel 

EZEQUIEL

Su vida. No sabemos cuándo nació. Probablemente en su infancia y juventud conoció algo de la reforma de Josías, de su muerte trágica, de la caída de Nínive y del ascenso del nuevo imperio babilónico. Siendo de familia sacerdotal, recibiría su formación en el templo, donde debió oficiar hasta el momento del destierro. Es en el destierro donde recibe la vocación profética.
Su actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera dura unos siete años, hasta la caída de Jerusalén; su tarea en ella es destruir sistemáticamente toda esperanza falsa; denunciando y anunciando hace comprender que es vano confiar en Egipto y en Sedecías, que la primera deportación es sólo el primer acto, preparatorio de la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén sella la validez de su profecía.
Viene un entreacto de silencio forzado, casi más trágico que la palabra precedente. Unos siete meses de intermedio fúnebre sin ritos ni palabras, sin consuelo ni compasión.
El profeta comienza la segunda etapa pronunciando sus oráculos contra las naciones: a la vez que socava toda esperanza humana en otros poderes, afirma el juicio de Dios en la historia. Después comienza a rehacer una nueva esperanza, fundada solamente en la gracia y la fidelidad de Dios. Sus oráculos precedentes reciben una nueva luz, los completa, les añade nuevos finales y otros oráculos de pura esperanza.

Autor del libro.
Lo que hoy conocemos como libro de Ezequiel no es enteramente obra del profeta, sino también, de su escuela. Por una parte, se le incorporan bastantes adiciones: especulaciones teológicas, fragmentos legislativos al final, aclaraciones exigidas por acontecimientos posteriores; por otra, con todo ese material se realiza una tarea de composición unitaria de un libro.
Su estructura es clara en las grandes líneas y responde a las etapas de su actividad: hasta la caída de Jerusalén (1-24); oráculos contra las naciones (25-32); después de la caída de Jerusalén (33-48). Esta construcción ofrece el esquema ideal de amenaza-promesa, tragedia-restauración. Sucede que este esquema se aplica también a capítulos individuales, por medio de adiciones o trasponiendo material de la segunda etapa a los primeros capítulos; también se traspone material posterior a los capítulos iniciales para presentar desde el principio una imagen sintética de la actividad del profeta.
El libro se puede leer como una unidad amplia, dentro de la cual se cobijan piezas no bien armonizadas: algo así como una catedral de tres naves góticas en la que se han abierto capillas barrocas con monumentos funerarios y estatuas de devociones limitadas.

Mensaje religioso. La lectura del libro nos hace descubrir el dinamismo admirable de una palabra que interpreta la historia para re-crearla, el dinamismo de una acción divina que, a través de la cruz merecida de su pueblo, va a sacar un puro don de resurrección. Este mensaje es el que hace a Ezequiel el profeta de la ruina y de la reconstrucción cuya absoluta novedad él solo acierta a barruntar en el llamado «Apocalipsis de Ezequiel» (38s), donde contempla el nuevo reino del Señor y al pueblo renovado reconociendo con gozo al Señor en Jerusalén, la ciudad del templo.
El punto central de la predicación de Ezequiel es la responsabilidad personal (18) que llevará a cada uno a responder de sus propias acciones ante Dios. Y estas obras que salvarán o condenarán a la persona están basadas en la justicia hacia el pobre y el oprimido. En una sociedad donde la explotación del débil era rampante, Ezequiel se alza como el defensor del hambriento y del desnudo, del oprimido por la injusticia y por los intereses de los usureros. Truena contra los atropellos y los maltratos y llama constantemente a la conversión. Sin derecho y sin justicia no puede haber conversión.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Ezequiel  3,1-15Misión del profeta. En la vocación está implícita la misión; vocación y misión son dos momentos inseparables de una misma realidad. En el camino es donde el elegido va aprendiendo que su misión no es fácil, que no siempre será escuchado (cfr. Éxo_3:11s; Éxo_4:1-13), que a nadie interesarán sus palabras. Pero el éxito o el fracaso no deberían preocupar al enviado; basta que asuma su tarea, el resto será la obra que el Espíritu realizará en cada uno, de acuerdo a su propia disposición. Cuántas veces hemos dedicado tiempo, amor, esfuerzo y empeño a tareas evangelizadoras en lugares y circunstancias que uno cree que serán todo un éxito; sin embargo, al final queda la sensación de haber perdido el tiempo. Pues no. El problema es que, a veces, pretendemos desempeñar todas las funciones como si fuéramos omnipotentes, como si quisiéramos reemplazar a Dios en el mundo; con frecuencia se nos olvida que uno es el que siembra, otro el que riega, pero uno solo es el que da el crecimiento (cfr. 1Co_3:6-9).
El enviado no puede perder de vista lo que acabamos de decir; de lo contrario, se pierde en el camino y cuando menos piensa se está predicando a sí mismo, dedicado a reclamar para sí los éxitos de la misión y a cargar sobre otros los fracasos. Ezequiel nos revela esta conciencia: «vete a la casa de Israel y diles mis palabra» (4). Con ello, Dios no viola ni desconoce la voluntad del enviado: ha sido su propia decisión. Alinearse con la voluntad del Padre, asumir como nuestra la voluntad de Dios, es precisamente lo que lleva a Dios a manifestar su complacencia (Mar_1:11). Yo, tú, mi comunidad, mi Iglesia, ¿estaremos en esa onda de la complacencia del Padre?


Ezequiel  3,16-27El profeta como centinela. La primera responsabilidad que va a recibir el profeta es la de ser centinela, guardián de Israel. Es una misión muy delicada, ya que no siempre su mensaje será comprendido y, sobre todo, compartido por los oyentes. Esa incomprensión ya se puede comenzar a presentir en la imagen de las cuerdas con que atan al profeta (25) y en su mudez (26).
El mensaje que Ezequiel transmitirá a sus compañeros de exilio no encaja con las expectativas e ilusiones que todos poseen, y ello hará que muchas veces el profeta aparezca como un «enemigo» del grupo. La palabra de Dios no siempre es consoladora para todo el mundo; por eso, los profetas se convierten en personajes poco deseables, ¡paradójicamente entre los que dicen tener más fe! ¿Cuál podrá ser, entonces, la calidad de esa fe? Jesús mismo vivió esta realidad en carne propia. ¿Por qué la Palabra de Dios ha perdido hoy prácticamente esa particularidad de incomodar? ¿No será que hoy falta más sabor de profecía a nuestro modo de anunciar la Palabra?