Ezequiel  5 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 17 versitos |
1 Y tú, Hijo de hombre, agarra una cuchilla afilada, agarra una navaja barbera y pásatela por la cabeza y la barba. Después agarra una balanza y haz tres porciones.
2 Un tercio lo quemarás en el fuego en medio de la ciudad cuando termine el asedio, un tercio lo cortarás con la espada en torno a la ciudad, un tercio lo esparcirás al viento y yo los perseguiré con la espada desnuda.
3 Recogerás unos cuantos pelos y los meterás en el dobladillo del manto;
4 de éstos apartarás algunos y los echarás al fuego, y dejarás que se quemen.
Dirás a la casa de Israel:
5 Esto dice el Señor:
Se trata de Jerusalén:
la puse en el centro de los pueblos,
rodeada de países,
6 y se rebeló
contra mis leyes y mandatos
pecando más que otros pueblos,
más que los países vecinos.
Porque rechazaron mis mandatos
y no siguieron mis leyes,
7 por eso así dice el Señor:
Porque fueron más rebeldes
que los pueblos vecinos,
porque no siguieron mis leyes
ni cumplieron mis mandatos,
ni obraron como es costumbre
de los pueblos vecinos;
8 por eso así dice el Señor:
Aquí estoy contra ti
para hacer justicia en ti
a la vista de los pueblos.
9 Por tus prácticas idolátricas,
haré en ti cosas que jamás hice
ni volveré a hacer.
10 Por eso los padres se comerán
a sus hijos en medio de ti,
y los hijos
se comerán a sus padres;
haré justicia en ti,
y a tus supervivientes
los esparciré a todos los vientos.
11 Por eso, ¡por mi vida!
– oráculo del Señor– ,
por haber profanado mi santuario
con tus ídolos
y prácticas idolátricas,
juro que te rechazaré,
no me apiadaré de ti
ni te perdonaré.
12 Un tercio de los tuyos
morirá de peste
y el hambre los consumirá
dentro de ti,
un tercio caerá a espada
alrededor de ti
y un tercio lo esparciré
a todos los vientos.
Y los perseguiré
con la espada desnuda.
13 Agotaré mi ira contra ellos
y saciaré mi cólera
hasta quedarme a gusto;
y sabrán que yo, el Señor,
hablé con pasión
cuando agote mi cólera contra ellos.
14 Te haré asombro y objeto de burla
para los pueblos vecinos,
a la vista de los que pasen.
15 Serás objeto de burla e insultos,
escarmiento y espanto
para los pueblos vecinos,
cuando haga en ti justicia
con ira y cólera,
con castigos despiadados.
Yo, el Señor, lo he dicho:
16 Dispararé contra ustedes
las flechas malignas del hambre,
que acabarán con ustedes
para acabar con ustedes
las dispararé.
Les haré pasar hambre
y les cortaré el sustento del pan.
17 Mandaré contra ustedes
hambre y fieras salvajes
que los dejarán sin hijos;
pasarán por ti peste y matanza
y mandaré contra ti la espada.
Yo, el Señor, lo he dicho.

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Introducción a Ezequiel 

EZEQUIEL

Su vida. No sabemos cuándo nació. Probablemente en su infancia y juventud conoció algo de la reforma de Josías, de su muerte trágica, de la caída de Nínive y del ascenso del nuevo imperio babilónico. Siendo de familia sacerdotal, recibiría su formación en el templo, donde debió oficiar hasta el momento del destierro. Es en el destierro donde recibe la vocación profética.
Su actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera dura unos siete años, hasta la caída de Jerusalén; su tarea en ella es destruir sistemáticamente toda esperanza falsa; denunciando y anunciando hace comprender que es vano confiar en Egipto y en Sedecías, que la primera deportación es sólo el primer acto, preparatorio de la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén sella la validez de su profecía.
Viene un entreacto de silencio forzado, casi más trágico que la palabra precedente. Unos siete meses de intermedio fúnebre sin ritos ni palabras, sin consuelo ni compasión.
El profeta comienza la segunda etapa pronunciando sus oráculos contra las naciones: a la vez que socava toda esperanza humana en otros poderes, afirma el juicio de Dios en la historia. Después comienza a rehacer una nueva esperanza, fundada solamente en la gracia y la fidelidad de Dios. Sus oráculos precedentes reciben una nueva luz, los completa, les añade nuevos finales y otros oráculos de pura esperanza.

Autor del libro.
Lo que hoy conocemos como libro de Ezequiel no es enteramente obra del profeta, sino también, de su escuela. Por una parte, se le incorporan bastantes adiciones: especulaciones teológicas, fragmentos legislativos al final, aclaraciones exigidas por acontecimientos posteriores; por otra, con todo ese material se realiza una tarea de composición unitaria de un libro.
Su estructura es clara en las grandes líneas y responde a las etapas de su actividad: hasta la caída de Jerusalén (1-24); oráculos contra las naciones (25-32); después de la caída de Jerusalén (33-48). Esta construcción ofrece el esquema ideal de amenaza-promesa, tragedia-restauración. Sucede que este esquema se aplica también a capítulos individuales, por medio de adiciones o trasponiendo material de la segunda etapa a los primeros capítulos; también se traspone material posterior a los capítulos iniciales para presentar desde el principio una imagen sintética de la actividad del profeta.
El libro se puede leer como una unidad amplia, dentro de la cual se cobijan piezas no bien armonizadas: algo así como una catedral de tres naves góticas en la que se han abierto capillas barrocas con monumentos funerarios y estatuas de devociones limitadas.

Mensaje religioso. La lectura del libro nos hace descubrir el dinamismo admirable de una palabra que interpreta la historia para re-crearla, el dinamismo de una acción divina que, a través de la cruz merecida de su pueblo, va a sacar un puro don de resurrección. Este mensaje es el que hace a Ezequiel el profeta de la ruina y de la reconstrucción cuya absoluta novedad él solo acierta a barruntar en el llamado «Apocalipsis de Ezequiel» (38s), donde contempla el nuevo reino del Señor y al pueblo renovado reconociendo con gozo al Señor en Jerusalén, la ciudad del templo.
El punto central de la predicación de Ezequiel es la responsabilidad personal (18) que llevará a cada uno a responder de sus propias acciones ante Dios. Y estas obras que salvarán o condenarán a la persona están basadas en la justicia hacia el pobre y el oprimido. En una sociedad donde la explotación del débil era rampante, Ezequiel se alza como el defensor del hambriento y del desnudo, del oprimido por la injusticia y por los intereses de los usureros. Truena contra los atropellos y los maltratos y llama constantemente a la conversión. Sin derecho y sin justicia no puede haber conversión.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Ezequiel  5,1-17Acciones simbólicas. La primera actividad profética de Ezequiel va dirigida tanto a los que comparten su situación de desterrado como a los que aún permanecen en tierra de Judá, especialmente en su capital Jerusalén. Todavía no se ha llevado a cabo la destrucción de la ciudad y su templo y algunos albergan la creencia de que no sucederá. Los capítulos 424 están orientados a demostrar y desenmascarar los grandes pecados y las infidelidades de Israel, por los cuales será juzgado y castigado. Encontraremos vocabulario bélico: asalto, asedio, amenazas propias de la época -espada, hambre y peste-. Todo ello está orientado a destruir, literalmente, en cada israelita cualquier falsa esperanza. Ezequiel, como Jeremías, tiene la desafortunada misión de arrancar y derribar (Jer_1:10), de dejar el corazón completamente vacío en orden a comenzar una nueva posibilidad de relación con Dios. Por eso no será siempre comprendido ni aceptado su mensaje. Mediante palabras, gestos y relatos de visiones, el profeta busca hacer entrar en razón a sus contemporáneos. La destrucción de la ciudad y del templo son los ejes propios de la predicación de Ezequiel; sólo una cosa prevalecerá: las promesas de Dios.
A las varias acciones simbólicas que realiza el profeta siguen diversos oráculos de condena: 1. El primero tiene como causa la rebeldía de la casa de Israel (Jer_5:5-11); la amenaza consiste en la destrucción de todo el país y la dispersión de los sobrevivientes. 2. El segundo se debe a la profanación del santuario mediante ídolos y abominaciones; el castigo (Jer_5:12-15) ya estaba ilustrado con los cabellos arrancados de Ezequiel (Jer_5:1-4). El profeta no duda en poner en labios del Señor expresiones tan fuertes como: «juro que te rechazaré, no me apiadaré de ti, ni te perdonaré» (11b; véase también 8,18; 9,10, etc.). Tal vez busca con ello tocar las conciencias de sus oyentes y espectadores, haciéndoles caer en la cuenta de la magnitud de sus culpas y las consecuencias venideras.