Ezequiel  7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 27 versitos |
1

Llega el día
Sof 1,7-18

Me dirigió la palabra el Señor:
2 – Tú, Hijo de hombre, anuncia:
Esto dice el Señor
a la tierra de Israel:
¡El fin, llega el fin:
a los cuatro extremos del país!
3 Ya te llega el fin:
Lanzaré mi ira contra ti,
te juzgaré como mereces
y pagarás tus prácticas idolátricas.
4 No me apiadaré ni te perdonaré:
te daré la paga que mereces,
te quedarás
con tus prácticas idolátricas,
y sabrán que yo soy el Señor.
5 Esto dice el Señor:
Se avecina desgracia tras desgracia:
6 el fin llega, llega el fin,
te acecha, está llegando.
7 Te toca el turno,
habitante de la tierra:
llega el momento,
el día se aproxima
sin retraso y sin tardanza.
8 Pronto derramaré mi cólera sobre ti
y en ti agotaré mi ira;
te juzgaré como mereces
y pagarás tus prácticas idolátricas.
9 No me apiadaré ni te perdonaré,
te daré la paga que mereces,
te quedarás
con tus prácticas idolátricas,
y sabrán que yo soy
el Señor que castiga.
10 Ahí está el día,
está llegando, te toca el turno.
Florece la injusticia,
madura la insolencia,
11 triunfa la violencia,
el cetro del malvado.
Sin retraso y sin tardanza,
12 llega el momento, el día se avecina;
el comprador, que no se alegre;
el vendedor, que no esté triste
– porque a todos
los alcanza el incendio– .
13 Porque el vendedor
no recobrará lo vendido
ni el comprador
retendrá lo comprado
– porque a todos
los alcanza el incendio– .
14 Tocan la trompeta, preparan las armas,
pero nadie acude a la batalla
porque a todos
los alcanza mi incendio.
15 La espada en la calle,
en casa la peste y el hambre:
el que está en descampado
muere a espada,
al que está en la ciudad
lo devoran el hambre y la peste.
16 Los que escapan
huyendo a las montañas,
gimiendo como palomas,
morirán todos ellos,
cada cual por su culpa.
17 Todos los brazos desfallecen
y todas las rodillas se aflojan;
18 se visten sayal,
se cubren de espanto;
todos los rostros, consternados;
todas las cabezas, rapadas.
19 Tirarán a la calle la plata,
tendrán el oro por inmundicia;
ni su oro ni su plata
podrán salvarlos
el día de la ira del Señor,
porque fueron su tropiezo y pecado.
No les quitarán el hambre
ni les llenarán el vientre.
20 Estaban orgullosos
de sus espléndidas alhajas:
con ellas fabricaron estatuas
de sus ídolos abominables,
pero yo se los convertiré
en inmundicia.
21 Se lo daré como botín a bárbaros,
como presa
a los criminales de la tierra,
y lo profanarán.
22 Apartaré de ellos mi rostro
y profanarán mi tesoro:
invadirán la ciudad bandoleros
que la profanarán.
23 Prepara cadenas,
que el país está lleno de crímenes,
la ciudad está llena de violencias.
24 Traeré a los pueblos más feroces
para que se adueñen de sus casas;
pondré fin a su terca soberbia
y serán profanados sus santuarios.
25 Cuando llegue el pánico,
buscarán paz, y no la habrá.
26 Vendrá desastre tras desastre,
y alarma tras alarma;
pedirán visiones al profeta,
fracasarán las instrucciones
del sacerdote
y las propuestas de los ancianos.
27 El rey hará duelo,
los nobles se vestirán de espanto,
a los terratenientes
les temblarán las manos;
los trataré como merecen,
los juzgaré con su misma justicia,
y sabrán que yo soy el Señor.

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Introducción a Ezequiel 

EZEQUIEL

Su vida. No sabemos cuándo nació. Probablemente en su infancia y juventud conoció algo de la reforma de Josías, de su muerte trágica, de la caída de Nínive y del ascenso del nuevo imperio babilónico. Siendo de familia sacerdotal, recibiría su formación en el templo, donde debió oficiar hasta el momento del destierro. Es en el destierro donde recibe la vocación profética.
Su actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera dura unos siete años, hasta la caída de Jerusalén; su tarea en ella es destruir sistemáticamente toda esperanza falsa; denunciando y anunciando hace comprender que es vano confiar en Egipto y en Sedecías, que la primera deportación es sólo el primer acto, preparatorio de la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén sella la validez de su profecía.
Viene un entreacto de silencio forzado, casi más trágico que la palabra precedente. Unos siete meses de intermedio fúnebre sin ritos ni palabras, sin consuelo ni compasión.
El profeta comienza la segunda etapa pronunciando sus oráculos contra las naciones: a la vez que socava toda esperanza humana en otros poderes, afirma el juicio de Dios en la historia. Después comienza a rehacer una nueva esperanza, fundada solamente en la gracia y la fidelidad de Dios. Sus oráculos precedentes reciben una nueva luz, los completa, les añade nuevos finales y otros oráculos de pura esperanza.

Autor del libro.
Lo que hoy conocemos como libro de Ezequiel no es enteramente obra del profeta, sino también, de su escuela. Por una parte, se le incorporan bastantes adiciones: especulaciones teológicas, fragmentos legislativos al final, aclaraciones exigidas por acontecimientos posteriores; por otra, con todo ese material se realiza una tarea de composición unitaria de un libro.
Su estructura es clara en las grandes líneas y responde a las etapas de su actividad: hasta la caída de Jerusalén (1-24); oráculos contra las naciones (25-32); después de la caída de Jerusalén (33-48). Esta construcción ofrece el esquema ideal de amenaza-promesa, tragedia-restauración. Sucede que este esquema se aplica también a capítulos individuales, por medio de adiciones o trasponiendo material de la segunda etapa a los primeros capítulos; también se traspone material posterior a los capítulos iniciales para presentar desde el principio una imagen sintética de la actividad del profeta.
El libro se puede leer como una unidad amplia, dentro de la cual se cobijan piezas no bien armonizadas: algo así como una catedral de tres naves góticas en la que se han abierto capillas barrocas con monumentos funerarios y estatuas de devociones limitadas.

Mensaje religioso. La lectura del libro nos hace descubrir el dinamismo admirable de una palabra que interpreta la historia para re-crearla, el dinamismo de una acción divina que, a través de la cruz merecida de su pueblo, va a sacar un puro don de resurrección. Este mensaje es el que hace a Ezequiel el profeta de la ruina y de la reconstrucción cuya absoluta novedad él solo acierta a barruntar en el llamado «Apocalipsis de Ezequiel» (38s), donde contempla el nuevo reino del Señor y al pueblo renovado reconociendo con gozo al Señor en Jerusalén, la ciudad del templo.
El punto central de la predicación de Ezequiel es la responsabilidad personal (18) que llevará a cada uno a responder de sus propias acciones ante Dios. Y estas obras que salvarán o condenarán a la persona están basadas en la justicia hacia el pobre y el oprimido. En una sociedad donde la explotación del débil era rampante, Ezequiel se alza como el defensor del hambriento y del desnudo, del oprimido por la injusticia y por los intereses de los usureros. Truena contra los atropellos y los maltratos y llama constantemente a la conversión. Sin derecho y sin justicia no puede haber conversión.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Ezequiel  7,1-27Llega el día. Descripción del día de la ira del Señor. En la mentalidad de mucha gente pervive aún la expresión «la ira de Dios» o «la ira santa», expresiones o imágenes simbólicas que no tienen otra función que intentar describir lo que no es fácil describir, sin corresponder en realidad a la imagen de Padre misericordioso y bueno que nos ha revelado Jesús. Es necesario corregir esas imágenes de Dios en la catequesis y en la pastoral en general.