Levítico 10 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 20 versitos |
1

Muerte de Nadab y Abihú

Nadab y Abihú, hijos de Aarón, agarrando cada uno un incensario y poniendo en ellos brasas e incienso, presentaron al Señor un fuego profano que él no les había mandado.
2 De la presencia del Señor salió un fuego que los devoró, y murieron en presencia del Señor.
3 Moisés dijo a Aarón:
– A esto se refería el Señor cuando dijo: Mostraré mi santidad en mis ministros y mi Gloria ante todo el pueblo.
Aarón no respondió.
4 Moisés llamó después a Misael y Elsafán, hijos de Uziel, tío de Aarón, y les dijo:
– Retiren a sus hermanos de la presencia del santuario y sáquenlos fuera del campamento.
5 Se acercaron y, con sus túnicas, los sacaron fuera del campamento, como Moisés había ordenado.
6 Moisés dijo a Aarón y a sus hijos Eleazar e Itamar:
– No se despeinen ni se desgarren la ropa, así no morirán ni se encenderá la ira del Señor contra la comunidad. Que sus hermanos y los demás israelitas, lloren más bien por el incendio que envió el Señor.
7 No salgan por la puerta de la tienda del encuentro, no sea que mueran, porque ustedes están ungidos con aceite del Señor.
Ellos hicieron lo que Moisés había dicho.
8

Avisos a los sacerdotes

El Señor dijo a Aarón:
9 – Cuando tengan que entrar en la tienda del encuentro, tú o tus hijos, no beban vino ni licor, y así no morirán. Ésta es una ley perpetua para todas las generaciones.
10 Separen lo sagrado de lo profano, lo puro de lo impuro.
11 Enseñen a los israelitas todos los preceptos que les comunicó el Señor por medio de Moisés.
12 Moisés dijo a Aarón y a los hijos que le quedaban, Eleazar e Itamar:
– Tomen la ofrenda, lo que sobra de la ofrenda al Señor, y cómanlo sin levadura junto al altar, porque es porción sagrada.
13 La comerán en lugar sagrado: es tu porción y la de tus hijos de la ofrenda al Señor. Así se me ha ordenado.
14 El pecho agitado ritualmente y la pierna del tributo los comerán en lugar puro tú, tus hijos e hijas; es tu porción y la de tus hijos de los sacrificios de comunión de los israelitas.
15 La pierna del tributo y el pecho agitado ritualmente, que se ofrecen con la ofrenda de la grasa, agitándolos ritualmente ante el Señor, te pertenecen a ti y a tus hijos como porción perpetua. Así lo ha ordenado el Señor.
16

Caso de conciencia

Moisés preguntó por el chivo del sacrificio expiatorio, y ya estaba quemado. Se enojó contra Eleazar e Itamar, únicos hijos vivientes de Aarón, y les dijo:
17 –¿Por qué no comieron la víctima expiatoria en lugar sagrado? Es porción sagrada, y el Señor se la ha dado, para que carguen con la culpa de la comunidad y así realicen la expiación por ellos ante el Señor.
18 Si no se llevó su sangre al interior del santuario, la tenían que haber comido en lugar sagrado, como se me ha ordenado.
19 Aarón replicó a Moisés:
– Si el día que mis hijos han ofrecido ante el Señor sus sacrificios expiatorios y sus holocaustos tuve la desgracia de perderlos, ¿cómo le podía agradar al Señor que yo comiese hoy la víctima expiatoria?
20 Moisés quedó satisfecho con la respuesta.

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Introducción a Levítico

LEVITICO

De todos los libros del Antiguo Testamento, el Levítico es el más extraño, el más erizado e impenetrable. Tabúes de alimentos, normas primitivas de higiene, insignificantes prescripciones rituales acobardan o aburren al lector de mejor voluntad. Hay creyentes que comienzan con los mejores deseos a leer la Biblia, y al llegar al Levítico desisten.
Es verdad que este libro puede interesar al etnólogo, porque encuentra en él, cuidadosamente formulados y relativamente organizados, múltiples usos parecidos a los de otros pueblos, menos explícitos y articulados. Sólo que no buscamos satisfacer la curiosidad etnológica. El Levítico es un libro sagrado, recogido entero por la Iglesia y ofrecido a los cristianos para su alimento espiritual como Palabra de Dios.
El Levítico, libro cristiano, ¿no sería mejor decir que es un libro abolido por Cristo? Todos los sacrificios reducidos a uno, y éste renovado en la sencillez de un convite fraterno; todas las distinciones de animales puros e impuros arrolladas por el dinamismo de Cristo, que todo lo asume y santifica. Desde la plenitud y sencillez liberadora de Cristo, el Levítico se nos antoja como un catálogo de prescripciones jurídicas abolidas, como país de prisión que recordamos sin nostalgia. Este sentido dialéctico del libro es interesante, desde luego, y llegará hasta ser necesario para denunciar la presencia reptante del pasado entre nosotros, para sanarmos de la tentación de recaída.
Entonces, ¿aquellas leyes eran malas? ¿Cómo las atribuye la Escritura a Dios? Tenemos que seguir buscando un acceso vivo a estas páginas, y no es poco que desafíen nuestro conformismo y curiosidad. El Levítico nos obliga a buscar, y esto es algo.

Contexto histórico en el que surgió el Levítico. En el s. V a.C. los judíos formaban una provincia bajo el dominio de Persia. No tenían independencia política ni soberanía nacional y dependían económicamente del gobierno imperial. No tenían rey ni tampoco, quizás, profetas, pues la época de las grandes personalidades proféticas había ya pasado. Pero eran libres para practicar su religión, seguir su derecho tradicional y resolver sus pleitos. Muchos judíos vivían y crecían en la diáspora.
En estas circunstancias el Templo y el culto de Jerusalén son la gran fuerza de cohesión, y los sacerdotes sus administradores. La otra fuerza es la Torá, conservada celosamente, interpretada y aplicada con razonable uniformidad en las diversas comunidades. Es así como surgió el enorme cuerpo legislativo conocido posteriormente con el nombre de Levítico -perteneciente al mundo sacerdotal o clerical- con todas las normas referentes al culto, aunque contiene algunas de ámbito civil o laico.
Con cierta lógica, el recopilador insertó este código legal en la narrativa del Éxodo, en el tiempo transcurrido -casi dos años- desde la llegada de los israelitas al Sinaí (Éx 19) y su salida (Nm 10). Es así como el libro del Levítico llegó a formar parte del Pentateuco.

Mensaje religioso. Procuremos trasladarnos al contexto vital del libro, no por curiosidad distante, sino buscando el testimonio humano. Pues bien, en estas páginas se expresa un sentido religioso profundo: el ser humano se enfrenta con Dios en el filo de la vida y la muerte, en la conciencia de pecado e indignidad, en el ansia de liberación y reconciliación. Busca a Dios en el banquete compartido; se preocupa del prójimo tanteando diagnósticos, adivinando y previniendo contagios, ordenando las relaciones sexuales para la defensa de la familia.
El Levítico es en gran parte un libro de ceremonias, sin la interpretación viva y sin los textos recitados. En este sentido, resulta un libro de consulta más que de lectura. Pero, si superando la maraña de pequeñas prescripciones, llegamos a auscultar un latido de vida religiosa, habremos descubierto una realidad humana válida y permanente.
Traslademos el libro al contexto cristiano, y desplegará su energía dialéctica. Ante todo nos hará ver cómo lo complejo se resuelve en la simplicidad de Cristo. Pero al mismo tiempo debemos recordar que la simplicidad de Cristo es concentración, y que esa concentración exige un despliegue para ser comprendida en su pluralidad de aspectos y riqueza de contenido. Cristo concentra en su persona y obra lo sustancial y permanente de las viejas ceremonias; éstas, a su vez, despliegan y explicitan diversos aspectos de la obra de Cristo. Así lo entendió el autor de la carta a los Hebreos, sin perderse en demasiados particulares, pero dándonos un ejemplo de reflexión cristiana.
Contemplando el Levítico como un arco entre las prácticas religiosas de otros pueblos y la obra de Cristo, veremos en él la pedagogía de Dios. Pedagogía paterna y comprensiva y paciente: comprende lo bueno que hay en tantas expresiones humanas del paganismo, lo aprueba y lo recoge, lo traslada a un nuevo contexto para depurarlo y desarrollarlo. Con esos elementos encauza la religiosidad de su pueblo, satisface la necesidad de expresión y práctica religiosa. Pero al mismo tiempo envía la palabra profética para criticar el formalismo, la rutina, el ritualismo, que son peligros inherentes a toda práctica religiosa.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Levítico 10,1-7Muerte de Nadab y Abihú. En medio de todo este compendio de leyes, la corriente sacerdotal (P) inserta este breve relato. En el libro sólo aparecen dos pequeñas secciones narrativas: ésta y 24,10-16, que también ilustra las graves consecuencias que acarrea la trasgresión de la ley divina. La intención es, ante todo, pedagógica, una manera de advertir a los recién ordenados sacerdotes y a todos los sacerdotes futuros del gran cuidado que deberán tener en la ejecución de cada ritual, puesto que Dios no transige ni siquiera en un asunto tan simple como tomar las brasas para el incensario de otro lugar que no sea el sagrado.
A nuestros ojos, este caso compromete demasiado la imagen de Dios, que ahora podemos intuir diferente; pero para el israelita, o mejor dicho para la corriente sacerdotal (P), era algo lógico. Recordemos que su intuición de Dios es su absoluta santidad, así como su gran misericordia y bondad al acercarse al ser humano, ya fuera por medio de la nube o del fuego. Esa cercanía exigía una disposición perfecta por parte del pueblo y aún más por parte de los responsables de la mediación de dicha presencia, el culto. Por tanto, no debemos tomar este relato al pie de la letra; basta con que entendamos su intencionalidad pedagógica, intencionalidad que también necesitamos discernir a la luz del gran criterio de justicia y amor divinos que debemos aplicar a cada pasaje de la Escritura.


Levítico 10,8-20Avisos a los sacerdotes - Caso de conciencia. Estos versículos tratan de completar las rúbricas de los sacrificios y la disposición personal de los encargados del culto. Seguramente obedecen a ciertas dudas sobre algunas formas externas del culto que en algún momento habrían atormentado la conciencia de los sacerdotes.