Levítico 26 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 46 versitos |
1

Bendiciones
Dt 27s

– No se harán ídolos, ni levantarán en su país piedras sagradas, ni colocarán relieves en piedra para postrarse ante ellos. Porque yo soy el Señor, su Dios.
2 Respeten mis sábados y tengan reverencia por mi santuario. Yo soy el Señor.
3 Si siguen mis leyes y cumplen mis mandamientos,
4 yo les mandaré la lluvia a su tiempo: la tierra dará sus cosechas y los árboles sus frutos.
5 Entonces el tiempo de la trilla se prolongará hasta la vendimia y la vendimia hasta la siembra. Comerán pan hasta saciarse y habitarán tranquilos en su tierra.
6 Pondré paz en el país y dormirán sin alarmas. Alejaré del país a las fieras y la espada no cruzará su tierra.
7 Perseguirán a sus enemigos, que caerán ante ustedes a filo de espada.
8 Cinco de ustedes pondrán en fuga a cien, y cien de ustedes, a diez mil. Sus enemigos caerán ante ustedes a filo de espada.
9 Me volveré hacia ustedes y los haré crecer y multiplicarse, manteniendo mi pacto con ustedes.
10 Comerán de cosechas almacenadas y sacarán lo almacenado para hacer sitio a lo nuevo.
11 Pondré mi morada entre ustedes y no los detestaré.
12 Caminaré entre ustedes y seré su Dios y ustedes serán mi pueblo.
13 Yo soy el Señor, su Dios, que los saqué de Egipto, de la esclavitud, rompí las ataduras de su yugo, y los hice caminar con la frente en alto.
14

Maldiciones

Pero si no me obedecen y no ponen por obra todos estos preceptos,
15 si rechazan mis leyes y no cumplen mis mandatos, no poniendo por obra todos mis preceptos y rompiendo mi pacto,
16 entonces yo los trataré así: despacharé contra ustedes el espanto, la debilidad y la fiebre, que nublan los ojos y consumen la vida; de nada les servirá sembrar porque sus enemigos se comerán la cosecha;
17 me enfrentaré con ustedes y sucumbirán ante sus enemigos; sus contrarios los someterán y huirán aunque nadie los persiga.
18 Y si con todo esto aún no me obedecen, multiplicaré por siete mis escarmientos por sus pecados.
19 Quebrantaré esa enorme soberbia. Convertiré el cielo en hierro y en bronce la tierra.
20 Entonces agotarán sus fuerzas en vano. Sus campos no darán su cosecha ni los árboles sus frutos.
21 Y si siguen oponiéndose a mí, negándose a obedecerme, multiplicaré por siete mis golpes, por sus pecados.
22 Soltaré contra ustedes fieras salvajes que los dejarán sin hijos, destrozarán sus ganados, y reducirán el número de ustedes hasta que no haya quién transite por sus caminos.
23 Y si aún así no escarmientan, sino que me siguen contrariando,
24 también yo me opondré a ustedes, multiplicando por siete mis golpes, por sus pecados.
25 Levantaré contra ustedes la espada vengadora de mi pacto y se refugiarán en sus ciudades. Les mandaré entonces la peste, y caerán en poder de sus enemigos.
26 Cuando los prive del sustento de pan, diez mujeres cocerán el pan en un horno, y lo racionarán tanto que ustedes comerán pero no quedarán satisfechos.
27 Y si aún así no me obedecen, sino que me siguen contrariando,
28 también yo me opondré a ustedes y con mi enojo los castigaré, multiplicando por siete mis escarmientos por sus pecados.
29 Entonces se comerán ustedes la carne de sus hijos y de sus hijas.
30 Destruiré sus santuarios paganos, y partiré en dos sus altares de incienso, amontonaré sus cadáveres sobre los de sus ídolos, y les mostraré mi desprecio.
31 Convertiré sus ciudades en ruinas, asolaré sus santuarios, ya no me aplacarán los aromas de sus sacrificios.
32 Yo destruiré el país, y sus enemigos, que ocuparán la tierra, se horrorizarán de él.
33 Los dispersaré entre los pueblos y los perseguiré con la espada desenvainada. Sus campos serán un desierto y sus ciudades ruinas.
34 Entonces, todo el tiempo que dure la desolación y ustedes estén en país enemigo, la tierra disfrutará de sus sábados; sólo entonces descansará la tierra y disfrutará de sus sábados.
35 Descansará todo el tiempo que dure la desolación; descanso de sábado que ustedes no le dieron mientras la habitaban.
36 A los sobrevivientes, los haré acobardarse en país enemigo; alarmados por el rumor de hojas que vuelan, huirán como si fuera la espada, y caerán sin que nadie los persiga.
37 Tropezarán unos con otros, como si tuvieran delante una espada, pero no habrá nadie que los persiga. No podrán oponer resistencia a sus enemigos.
38 Perecerán en medio de los pueblos. El país enemigo los devorará.
39

Reconciliación

Los que de ustedes sobrevivan, se pudrirán en el país enemigo por su culpa y la de sus padres.
40 Confesarán su culpa y la de sus padres: de haberme sido infieles y haber procedido obstinadamente contra mí,
41 por lo que también yo procedí obstinadamente contra ellos y los llevé a país enemigo, para ver si se doblegaba su corazón incircunciso y pagaban su culpa.
42 Entonces yo recordaré mi pacto con Jacob, mi pacto con Isaac, mi pacto con Abrahán: me acordaré de la tierra.
43 Pero ellos tendrán que abandonar la tierra, y así ella disfrutará de sus sábados, mientras queda desolada en su ausencia. Pagarán la culpa de haber rechazado mis mandatos y haber detestado mis leyes.
44 Pero aún con todo esto, cuando estén en país enemigo, no los rechazaré ni los detestaré hasta el punto de exterminarlos y de romper mi pacto con ellos. Porque yo soy el Señor, su Dios.
45 Recordaré en favor de ellos el pacto con los antepasados, a quienes saqué de Egipto, a la vista de los pueblos para ser su Dios. Yo soy el Señor.
46 Éstos son los preceptos, mandatos y leyes que el Señor por medio de Moisés estableció en el monte Sinaí entre él y los israelitas.

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Introducción a Levítico

LEVITICO

De todos los libros del Antiguo Testamento, el Levítico es el más extraño, el más erizado e impenetrable. Tabúes de alimentos, normas primitivas de higiene, insignificantes prescripciones rituales acobardan o aburren al lector de mejor voluntad. Hay creyentes que comienzan con los mejores deseos a leer la Biblia, y al llegar al Levítico desisten.
Es verdad que este libro puede interesar al etnólogo, porque encuentra en él, cuidadosamente formulados y relativamente organizados, múltiples usos parecidos a los de otros pueblos, menos explícitos y articulados. Sólo que no buscamos satisfacer la curiosidad etnológica. El Levítico es un libro sagrado, recogido entero por la Iglesia y ofrecido a los cristianos para su alimento espiritual como Palabra de Dios.
El Levítico, libro cristiano, ¿no sería mejor decir que es un libro abolido por Cristo? Todos los sacrificios reducidos a uno, y éste renovado en la sencillez de un convite fraterno; todas las distinciones de animales puros e impuros arrolladas por el dinamismo de Cristo, que todo lo asume y santifica. Desde la plenitud y sencillez liberadora de Cristo, el Levítico se nos antoja como un catálogo de prescripciones jurídicas abolidas, como país de prisión que recordamos sin nostalgia. Este sentido dialéctico del libro es interesante, desde luego, y llegará hasta ser necesario para denunciar la presencia reptante del pasado entre nosotros, para sanarmos de la tentación de recaída.
Entonces, ¿aquellas leyes eran malas? ¿Cómo las atribuye la Escritura a Dios? Tenemos que seguir buscando un acceso vivo a estas páginas, y no es poco que desafíen nuestro conformismo y curiosidad. El Levítico nos obliga a buscar, y esto es algo.

Contexto histórico en el que surgió el Levítico. En el s. V a.C. los judíos formaban una provincia bajo el dominio de Persia. No tenían independencia política ni soberanía nacional y dependían económicamente del gobierno imperial. No tenían rey ni tampoco, quizás, profetas, pues la época de las grandes personalidades proféticas había ya pasado. Pero eran libres para practicar su religión, seguir su derecho tradicional y resolver sus pleitos. Muchos judíos vivían y crecían en la diáspora.
En estas circunstancias el Templo y el culto de Jerusalén son la gran fuerza de cohesión, y los sacerdotes sus administradores. La otra fuerza es la Torá, conservada celosamente, interpretada y aplicada con razonable uniformidad en las diversas comunidades. Es así como surgió el enorme cuerpo legislativo conocido posteriormente con el nombre de Levítico -perteneciente al mundo sacerdotal o clerical- con todas las normas referentes al culto, aunque contiene algunas de ámbito civil o laico.
Con cierta lógica, el recopilador insertó este código legal en la narrativa del Éxodo, en el tiempo transcurrido -casi dos años- desde la llegada de los israelitas al Sinaí (Éx 19) y su salida (Nm 10). Es así como el libro del Levítico llegó a formar parte del Pentateuco.

Mensaje religioso. Procuremos trasladarnos al contexto vital del libro, no por curiosidad distante, sino buscando el testimonio humano. Pues bien, en estas páginas se expresa un sentido religioso profundo: el ser humano se enfrenta con Dios en el filo de la vida y la muerte, en la conciencia de pecado e indignidad, en el ansia de liberación y reconciliación. Busca a Dios en el banquete compartido; se preocupa del prójimo tanteando diagnósticos, adivinando y previniendo contagios, ordenando las relaciones sexuales para la defensa de la familia.
El Levítico es en gran parte un libro de ceremonias, sin la interpretación viva y sin los textos recitados. En este sentido, resulta un libro de consulta más que de lectura. Pero, si superando la maraña de pequeñas prescripciones, llegamos a auscultar un latido de vida religiosa, habremos descubierto una realidad humana válida y permanente.
Traslademos el libro al contexto cristiano, y desplegará su energía dialéctica. Ante todo nos hará ver cómo lo complejo se resuelve en la simplicidad de Cristo. Pero al mismo tiempo debemos recordar que la simplicidad de Cristo es concentración, y que esa concentración exige un despliegue para ser comprendida en su pluralidad de aspectos y riqueza de contenido. Cristo concentra en su persona y obra lo sustancial y permanente de las viejas ceremonias; éstas, a su vez, despliegan y explicitan diversos aspectos de la obra de Cristo. Así lo entendió el autor de la carta a los Hebreos, sin perderse en demasiados particulares, pero dándonos un ejemplo de reflexión cristiana.
Contemplando el Levítico como un arco entre las prácticas religiosas de otros pueblos y la obra de Cristo, veremos en él la pedagogía de Dios. Pedagogía paterna y comprensiva y paciente: comprende lo bueno que hay en tantas expresiones humanas del paganismo, lo aprueba y lo recoge, lo traslada a un nuevo contexto para depurarlo y desarrollarlo. Con esos elementos encauza la religiosidad de su pueblo, satisface la necesidad de expresión y práctica religiosa. Pero al mismo tiempo envía la palabra profética para criticar el formalismo, la rutina, el ritualismo, que son peligros inherentes a toda práctica religiosa.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Levítico 26,1-13Bendiciones. Aunque el libro del Levítico no está planteado en términos de una alianza, la forma como concluye hace pensar que todo lo anterior, los preceptos y las normas, forman parte de un pacto con Dios. Toda alianza terminaba siempre con una serie de bendiciones y promesas de prosperidad por el recto cumplimiento de cada una de las cláusulas, y maldiciones y promesas de castigo por su incumplimiento. Ésa es la idea que transmite el Levítico al final de la larga serie de normas rituales y cultuales y de mandatos éticos y morales.
La motivación principal es que si el Señor los hizo salir de Egipto era para que caminaran erguidos (13), esto es, para que vivieran libres en una tierra próspera (4s), en paz (6-8), con un futuro garantizado gracias a la multiplicación de la descendencia (9) que tendría su sustento asegurado (10). Por encima de todo ello se encuentra la promesa de la bendición máxima: la habitación permanente del Señor en medio del pueblo, pues la obediencia hace que Él fije entre ellos su morada (11), para caminar con ellos y para estar pendiente de que no vuelvan a caer en la misma situación de Egipto, situación de la cual él mismo los había liberado (13).


Levítico 26,14-38Maldiciones. Si el cumplimiento de los preceptos del Señor trae consigo la felicidad, la prosperidad y la paz para el pueblo, su incumplimiento acarrea la desgracia absoluta. El compromiso de ser el pueblo de Dios es un deber de cada israelita y de todos en general, de ahí que tanto las bendiciones como las maldiciones afecten a lo individual y a lo social.
Cuando el pueblo se desvió del camino del Señor cayó en situaciones muy trágicas y perjudiciales para la vida personal y nacional; eso es lo que intentan describir cada una de estas maldiciones. Aunque están puestas en futuro, para la época de la composición del libro el pueblo ya sabía lo que implicaba ser infiel al pacto de ser el pueblo del Señor. La clave para entender este pasaje nos la da el versículo 13: el Señor se empeñó en romper el yugo que mantenía sometida a aquella masa de esclavos en Egipto, se enfrentó con el faraón, símbolo del poder opresor, y liberó al pueblo, dándole la oportunidad de que esa masa de esclavos caminara sin coyunda, libres; más aún: los elevó a la categoría de pueblo. Del no ser, los hizo ser, les dio identidad, y para colmo Él mismo se comprometió a ser su Dios, un Dios tierno, amoroso y fiel que sólo puede ofrecer perspectivas de vida, no oprobio ni opresión como Egipto.
Pero cuando el pueblo olvida que sólo en el proyecto de su Dios encuentra la vida y se va detrás de otros dioses, es decir, cuando actúa en forma contraria al querer de Dios, el mismo pueblo se va destruyendo poco a poco. El proyecto de vida y de justicia se convierte para ellos en situaciones de muerte. Ésas son las maldiciones, no actos de venganza divina. El redactor las presenta como tales, pero en realidad son las consecuencias lógicas que sobrevienen cuando se rechaza la libertad, cuando no se practica la justicia, cuando se camina en contravía del querer divino.
Levítico 26,39-46Reconciliación. Estos versículos nos ayudan a caer en la cuenta de que el pueblo ya está viviendo en realidad las funestas consecuencias de su obstinación y desvío del proyecto de Dios. Muchos están viviendo como deportados en Babilonia, pero la mayoría sigue viviendo en su propia tierra, sin ninguna perspectiva de vida, sometidos al poder babilónico. Sin embargo, hay una luz de esperanza; pese a la grave situación que están viviendo, pese al castigo que están soportando, el Dios de los padres, el Dios que un día liberó a los antepasados del poderío egipcio y se manifestó como un Dios de vida y de justicia, hará cosas aún más maravillosas para volver a darles vida y libertad, pues la fidelidad del Señor es eterna (cfr. Sal 107).
Movidos por esta esperanza, los israelitas sueñan con un futuro distinto. Pese a lo duro del castigo, ellos entienden que lo tenían más que merecido, pero sueñan con que de nuevo el Señor los perdonará y ellos podrán reconstruirse en torno a ese plan amoroso y lleno de vida que sólo el Señor les puede ofrecer y respaldar con su presencia permanente.