Levítico 7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 38 versitos |
1

Ésta es la ley
del sacrificio penitencial:

– La víctima de este sacrificio es porción sagrada.
2 Degollarán la víctima del sacrificio penitencial en el matadero de los holocaustos. El sacerdote con la sangre rociará el altar por todos los lados.
3 Ofrecerá toda la grasa: la cola y la grasa que envuelve las vísceras,
4 los dos riñones con su grasa, la grasa junto a los lomos y el lóbulo del hígado junto a los riñones: todo esto lo apartará.
5 Lo dejará quemarse sobre el altar en ofrenda al Señor. Es un sacrificio penitencial.
6 Lo puede comer todo sacerdote varón, se comerá en lugar sagrado. Es porción sagrada.
7 Lo mismo vale para el sacrificio expiatorio y para el penitencial. Le pertenece al sacerdote que realice la expiación.
8 Al sacerdote que ofrece el holocausto le pertenece la piel de la víctima.
9 Toda ofrenda cocida al horno, asada a la parrilla o frita en la sartén le pertenece al sacerdote celebrante.
10 Toda ofrenda amasada con aceite o seca les pertenece a los aaronitas, a todos por igual.
11 Ésta es la ley de los sacrificios
de comunión que se ofrecen al Señor:
12 »Si es un sacrificio de acción de gracias, además de la víctima, se ofrecerán tortas ázimas amasadas con aceite, galletas ázimas untadas de aceite y de harina de la mejor calidad embebida en aceite.
13 Con la víctima del sacrificio de comunión, que se ofrecen en acción de gracias, hará una ofrenda de tortas de pan fermentado.
14 De todas estas oblaciones se ofrecerá una en tributo al Señor. Ella le pertenece al sacerdote que roció con la sangre de la víctima.
15 La carne de este sacrificio de acción de gracias se comerá el día en que se ofrece, sin dejar nada para el día siguiente.
16 Si es un sacrificio voluntario o en cumplimiento de un voto, se comerá la víctima el día en que se ofrece; el resto se comerá al día siguiente.
17 Pero si sobra carne de la víctima, se quemará al tercer día.
18 Y si alguno come carne de este sacrificio de comunión al tercer día, el sacrificio es inválido, no se le tendrá en cuenta. Lo que sobra se considera desecho, y el que lo coma cargará con la culpa.
19 La carne que toque algo impuro no se puede comer. Hay que quemarla. Sólo el que está puro podrá comer la carne.
20 El que estando impuro coma de la carne del sacrificio de comunión ofrecida al Señor, será excluido de su pueblo.
21 El que habiendo tocado algo impuro – de hombre, de ganado impuro o de cualquier animal impuro– coma carne del sacrificio de comunión ofrecido al Señor, será excluido de su pueblo.
22

Prescripciones diversas
Prohibición de comer grasa y sangre

El Señor habló a Moisés:
23 – Di a los israelitas: No comerás grasa de toro, cordero ni cabrito.
24 La grasa de un animal muerto o desgarrado por una bestia servirá para cualquier uso, pero no la pueden comer.
25 Porque todo el que coma grasa del ganado ofrecido en ofrenda al Señor será excluido de su pueblo.
26 No comerán sangre ni de ganado ni de ave, en ninguno de sus poblados.
27 Todo el que coma sangre será excluido de su pueblo.
28

Aranceles sacerdotales

El Señor habló a Moisés:
29 – Di a los israelitas: El que ofrezca un sacrificio de comunión al Señor, llevará de dicho sacrificio su ofrenda al Señor.
30 Él mismo llevará en ofrenda al Señor la grasa y el pecho, y lo agitará ritualmente en presencia del Señor.
31 El sacerdote dejará quemarse la grasa sobre el altar. El pecho le pertenece a Aarón y a sus hijos.
32 De los sacrificios de comunión ustedes darán al sacerdote como tributo la pierna derecha.
33 Al aaronita que ofrezca la sangre y la grasa del sacrificio de comunión le pertenece como arancel la pierna derecha.
34 Porque el pecho agitado ritualmente y la pierna del tributo lo recibo de los israelitas, de sus sacrificios de comunión, y se lo doy a Aarón, sacerdote, y a sus hijos. Es porción perpetua cedida por los israelitas.
35 Ésta es la ración de Aarón y de sus hijos, de las oblaciones al Señor, desde que son promovidos al sacerdocio del Señor.
36 El Señor ha mandado a los israelitas que se lo den a los sacerdotes, desde el día en que éstos son ungidos. Ésta es una ley perpetua para todas las generaciones».
37 Ésta es la ley del holocausto, de la ofrenda, del sacrificio expiatorio, del penitencial, del sacrificio de consagración y del de comunión.
38 El Señor se lo mandó a Moisés en el monte Sinaí, cuando mandó a los israelitas en el desierto Sinaí que le ofrecieran oblaciones.

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Introducción a Levítico

LEVITICO

De todos los libros del Antiguo Testamento, el Levítico es el más extraño, el más erizado e impenetrable. Tabúes de alimentos, normas primitivas de higiene, insignificantes prescripciones rituales acobardan o aburren al lector de mejor voluntad. Hay creyentes que comienzan con los mejores deseos a leer la Biblia, y al llegar al Levítico desisten.
Es verdad que este libro puede interesar al etnólogo, porque encuentra en él, cuidadosamente formulados y relativamente organizados, múltiples usos parecidos a los de otros pueblos, menos explícitos y articulados. Sólo que no buscamos satisfacer la curiosidad etnológica. El Levítico es un libro sagrado, recogido entero por la Iglesia y ofrecido a los cristianos para su alimento espiritual como Palabra de Dios.
El Levítico, libro cristiano, ¿no sería mejor decir que es un libro abolido por Cristo? Todos los sacrificios reducidos a uno, y éste renovado en la sencillez de un convite fraterno; todas las distinciones de animales puros e impuros arrolladas por el dinamismo de Cristo, que todo lo asume y santifica. Desde la plenitud y sencillez liberadora de Cristo, el Levítico se nos antoja como un catálogo de prescripciones jurídicas abolidas, como país de prisión que recordamos sin nostalgia. Este sentido dialéctico del libro es interesante, desde luego, y llegará hasta ser necesario para denunciar la presencia reptante del pasado entre nosotros, para sanarmos de la tentación de recaída.
Entonces, ¿aquellas leyes eran malas? ¿Cómo las atribuye la Escritura a Dios? Tenemos que seguir buscando un acceso vivo a estas páginas, y no es poco que desafíen nuestro conformismo y curiosidad. El Levítico nos obliga a buscar, y esto es algo.

Contexto histórico en el que surgió el Levítico. En el s. V a.C. los judíos formaban una provincia bajo el dominio de Persia. No tenían independencia política ni soberanía nacional y dependían económicamente del gobierno imperial. No tenían rey ni tampoco, quizás, profetas, pues la época de las grandes personalidades proféticas había ya pasado. Pero eran libres para practicar su religión, seguir su derecho tradicional y resolver sus pleitos. Muchos judíos vivían y crecían en la diáspora.
En estas circunstancias el Templo y el culto de Jerusalén son la gran fuerza de cohesión, y los sacerdotes sus administradores. La otra fuerza es la Torá, conservada celosamente, interpretada y aplicada con razonable uniformidad en las diversas comunidades. Es así como surgió el enorme cuerpo legislativo conocido posteriormente con el nombre de Levítico -perteneciente al mundo sacerdotal o clerical- con todas las normas referentes al culto, aunque contiene algunas de ámbito civil o laico.
Con cierta lógica, el recopilador insertó este código legal en la narrativa del Éxodo, en el tiempo transcurrido -casi dos años- desde la llegada de los israelitas al Sinaí (Éx 19) y su salida (Nm 10). Es así como el libro del Levítico llegó a formar parte del Pentateuco.

Mensaje religioso. Procuremos trasladarnos al contexto vital del libro, no por curiosidad distante, sino buscando el testimonio humano. Pues bien, en estas páginas se expresa un sentido religioso profundo: el ser humano se enfrenta con Dios en el filo de la vida y la muerte, en la conciencia de pecado e indignidad, en el ansia de liberación y reconciliación. Busca a Dios en el banquete compartido; se preocupa del prójimo tanteando diagnósticos, adivinando y previniendo contagios, ordenando las relaciones sexuales para la defensa de la familia.
El Levítico es en gran parte un libro de ceremonias, sin la interpretación viva y sin los textos recitados. En este sentido, resulta un libro de consulta más que de lectura. Pero, si superando la maraña de pequeñas prescripciones, llegamos a auscultar un latido de vida religiosa, habremos descubierto una realidad humana válida y permanente.
Traslademos el libro al contexto cristiano, y desplegará su energía dialéctica. Ante todo nos hará ver cómo lo complejo se resuelve en la simplicidad de Cristo. Pero al mismo tiempo debemos recordar que la simplicidad de Cristo es concentración, y que esa concentración exige un despliegue para ser comprendida en su pluralidad de aspectos y riqueza de contenido. Cristo concentra en su persona y obra lo sustancial y permanente de las viejas ceremonias; éstas, a su vez, despliegan y explicitan diversos aspectos de la obra de Cristo. Así lo entendió el autor de la carta a los Hebreos, sin perderse en demasiados particulares, pero dándonos un ejemplo de reflexión cristiana.
Contemplando el Levítico como un arco entre las prácticas religiosas de otros pueblos y la obra de Cristo, veremos en él la pedagogía de Dios. Pedagogía paterna y comprensiva y paciente: comprende lo bueno que hay en tantas expresiones humanas del paganismo, lo aprueba y lo recoge, lo traslada a un nuevo contexto para depurarlo y desarrollarlo. Con esos elementos encauza la religiosidad de su pueblo, satisface la necesidad de expresión y práctica religiosa. Pero al mismo tiempo envía la palabra profética para criticar el formalismo, la rutina, el ritualismo, que son peligros inherentes a toda práctica religiosa.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Levítico 7,1-38Derechos y deberes sacerdotales. Estos dos capítulos cierran la sección sobre el ritual de los sacrificios estipulados en los capítulos 1-5. El tema principal es la comida de la carne ofrecida en sacrificio y las condiciones de pureza para consumirla. Como se ha dicho, estas leyes están siendo redactadas cuando no hay Templo ni culto, y por eso exceden a veces lo real. Pero tienen un trasfondo histórico, ya que en Israel existía cierto régimen sacrificial previo al exilio. Seguramente no sería tan drástico ni meticuloso, pero sí exigente, al punto que los profetas denunciaron repetidas veces la excesiva preocupación por los holocaustos y sacrificios y la despreocupación por lo más importante, el amor y la misericordia hacia el prójimo (cfr. Isa_1:11-17; Ose_6:6; Amó_5:22-25, entre otros).
La escuela sacerdotal (P) sistematiza y regula algo que ya funcionaba, pero buscando el máximo de perfección. Para esta corriente teológico-literaria, la destrucción de Jerusalén y del Templo obedeció a las fallas cultuales; luego la restauración tendrá que tener en cuenta el perfeccionamiento del culto y de todo lo que tenga que ver con él, no sea que atraigan de nuevo el castigo y con consecuencias incluso peores. Desde esta perspectiva hay que entender cada detalle.
Hay muchos aspectos interesantes en esta legislación; algunos incluso recobran actualidad, pero el gran peligro que estuvo siempre latente y el error en que seguramente se incurrió a menudo, fue absolutizar la norma, desubicarla de su función como medio para convertirla en un fin en sí misma, trastocando su sentido. La consecuencia más directa es la grave injusticia en que se incurre al desplazar y alejar cada vez más a un gran número de personas del «círculo» de los buenos, de los que sí pueden contar con la amistad y la presencia de Dios. En este sentido, Dios se vuelve propiedad del pequeño grupo que, según la norma, sí cumple las condiciones legales para el rito, para el culto; los demás, que cada día van en aumento, no; esos son los que la Ley considera malditos.
Ante este panorama podemos imaginar el impacto que tendrá la persona de Jesús y su mensaje entre esta mayoría excluida y alejada de Dios, no por su propia voluntad, sino por voluntad de una norma elevada a la categoría de absoluta. A esta gente maldita, impura, desheredada de Dios, Jesús les dice que Dios los ama; les anuncia que Él es Padre y que así se le debe invocar, «Padre nuestro...»; ¿no es ésa la «Buena Noticia» por excelencia? Conviene que la comunidad cristiana mantenga abierta la reflexión y se autoexamine de aquello que hoy margina y aleja a muchos y muchas del amor de Dios, quizá normas y leyes supuestamente hechas en nombre de Dios y hasta del Evangelio.