Miqueas 4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 13 versitos |
1

Restauración: el monte del templo
Is 2,2-4

[M]– Al final de los tiempos
estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cima de los montes,
encumbrado sobre las montañas.
2 Hacia él confluirán las naciones,
caminarán pueblos numerosos;
dirán: Vengan,
subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob;
él nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley,
de Jerusalén la Palabra del Señor.
3 Será el árbitro de muchas naciones,
el juez de numerosos pueblos.
De las espadas forjarán arados;
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada
pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.
4 Se sentará cada uno
bajo su parra y su higuera,
sin sobresaltos
– lo ha dicho el Señor Todopoderoso– .
5 [F]– Todos los pueblos caminan
invocando a su dios,
nosotros caminamos
invocando siempre
al Señor, nuestro Dios.
6

El resto y el Señor rey

[M]– Aquel día – oráculo del Señor–
reuniré a los inválidos,
congregaré los dispersos
a los que maltraté:
7 haré de los inválidos el resto,
los desterrados serán
un pueblo numeroso.
Sobre ellos reinará el Señor
en el monte Sión
desde ahora y por siempre.
8 [F]– Y tú, Torre del Rebaño,
colina de Sión,
recibirás el poder antiguo,
el reino de la capital, Jerusalén.
9 Y ahora, ¿por qué gritas quejándote?
¿No tienes rey,
te falta el consejero?
¿Por qué te retuerces
como parturienta?
10 [M]– Retuércete como parturienta,
expulsa, Sión,
porque ahora saldrás de la ciudad
para vivir en descampado;
irás a Babilonia y de allí te sacarán,
te rescatará el Señor
de manos enemigas.
11 [F]– Ahora se alían contra ti
muchas naciones diciendo:
Estás profanada,
gocemos del espectáculo de Sión;
12 pero no entienden los planes del Señor,
no comprenden sus designios:
que los junta
como gavillas en el campo.
13 Arriba, trilla, Sión:
te daré cuernos de hierro
y pezuñas de bronce,
para que tritures a muchos pueblos;
consagrarás al Señor sus ganancias,
su riqueza al Dueño de la tierra.

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Introducción a Miqueas

MIQUEAS

Miqueas y su época. Miqueas, que en hebreo significa «¿Quién como Dios?», nació en Moréset Gat, una aldea de Judá, donde las montañas centrales comienzan a descender hacia el mar, pueblo fronterizo a unos 45 kilómetros de Jerusalén.
La época de Miqueas en el tablero internacional contempla la subida y afirmación de Asiria, a la que Israel, como reino vasallo, comienza a pagar tributo hacia el año 743 a.C. Después vendrá la sublevación de Oseas (713-722 a.C.), último rey del norte, y la destrucción del reino. Nuestro profeta conoció la agonía de Samaría y la deportación en masa de habitantes a Nínive. Probablemente también conoció la invasión de Judá por Senaquerib (701 a.C.), que resuena en 1,8-16. Colaboraría seguramente, junto a Isaías, en la reforma esperanzadora que trajo el rey Ezequías (727-692 a.C.).
Los peligros de aquella época turbulenta no venían solamente del exterior. Dentro, la corrupción era rampante, sobre todo por la ambición de los gobernantes apoyados por los falsos profetas, la rapacidad de la clase sacerdotal, la avaricia de mercaderes y comerciantes. Los cultos idolátricos de los vecinos cananeos se habían infiltrado también en el pueblo.
Esta situación es la que recoge nuestro profeta en su obra, y también los otros escritores anónimos que intercalaron sus profecías en el libro bajo el nombre de Miqueas. Actualmente hay comentaristas que atribuyen el libro a dos o más autores, de épocas diversas.

Mensaje religioso.
Este profeta, venido de la aldea, encontró en la corte a otro profeta extraordinario, llamado Isaías, y al parecer recibió su influjo literario. Miqueas, no obstante, descuella por su estilo incisivo, a veces brutal, sus frases lapidarias y también por el modo como apura una imagen, en vez de solo apuntarla.
Aunque su actividad profética se mueve en la línea de Isaías, Oseas y Amós, Miqueas descuella por la valentía de una denuncia sin paliativos, que le valió el título de «profeta de mal agüero». Nadie mejor que un campesino pobre, sin conexiones con el templo o con la corte, para sentirse libre en desenmascarar y poner en evidencia los vicios de una ciudad como Jerusalén que vivía ajena al peligro que se asechaba contra ella, en una ilusoria sensación de seguridad.
Afirma que el culto y los sacrificios del templo, si no se traducen en justicia social, están vacíos de sentido. Arremete contra los políticos y sus sobornos; contra los falsos profetas que predican a sueldo y adivinan por dinero; contra la rapacidad de los administradores de justicia; contra la avaricia y la acumulación injusta de riqueza de los mercaderes, a base de robar con balanzas trucadas y bolsas de pesas falsas.
Miqueas emplaza a toda una ciudad pecadora y corrompida ante el juicio y el inminente castigo de Dios. Sin embargo, y también en la línea de los grandes profetas de su tiempo, ve en lontananza la esperanza de la restauración del pueblo, gracias al poder y la misericordia de Dios. El Señor será el rey de un nuevo pueblo, «no mantendrá siempre la ira, porque ama la misericordia; volverá a compadecerse, destruirá nuestras culpas, arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados» (7,18s).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Miqueas 4,1-13Los capítulos 4s contrastan abiertamente con los tres capítulos anteriores. El esquema juicio-sentencia-castigo desaparece aquí para dar paso a una serie de promesas sobre la liberación.
Estos dos capítulos son problemáticos, porque no parecen palabras de una misma persona; da la impresión de que, a cada mensaje, alguien refuta a Miqueas. Véase, por ejemplo, 4,1-4: la idea es que todos los pueblos vendrán un día a Jerusalén, y allí, sin tensiones ni actitudes bélicas, estarán todos bajo el amparo y la protección de un mismo Dios y Señor. Pero en 4,5 alguien dice: «Todos los pueblos caminan invocando a su dios, nosotros caminamos invocando siempre al Señor, nuestro Dios». ¿Disputa con los falsos profetas? ¿Adición posterior de la corriente contraria al universalismo de Dios? Las opiniones se dividen aquí. El hecho es que este fenómeno se repite varias veces en el par de capítulos. En los lugares donde se sigue el esquema de «lectura comunitaria de la Biblia» sería bueno leer estos capítulos en clave de un diálogo implícito: alguien puede leer los pasajes marcados en esta Biblia, con la letra M (Miqueas) y otro, los pasajes marcados con la letra F (Falsos profetas), para ver si se puede concluir dónde puede estar más clara la fidelidad al mensaje de Dios, en Miqueas o en sus interlocutores.


Miqueas 4,8-94:6-5:14 El resto y el Señor rey. Promesa de reunir a las ovejas dispersas. La imagen implícita del pastor bueno que reúne su redil presenta dos categorías de ovejas: las cojas y las extraviadas. Se maneja el concepto de la dispersión como un castigo purificador, el mismo Señor habría golpeado las ovejas (6). Esta imagen del rebaño disperso que el Señor volverá a reunir aparece muchas veces en la literatura profética (cfr. Isa_40:11; Isa_56:8; Jer_23:3; Jer_29:14; Jer_31:8-10; Eze_11:17; Eze_34:11-16).

4:8-9 La idea de la reunificación del rebaño suscita este comentario que refleja la nostalgia del período de David y con mayor fuerza la ideología de la primacía de la descendencia davídica (8). La pregunta del versículo 9 es retórica; se trata de un llamado a la confianza: Jerusalén tiene su rey, tiene su Dios, tiene todos los privilegios, ¡no hay por qué preocuparse!
Miqueas 4,10Miqueas insiste que sí hay razón para la preocupación y para la zozobra. Jerusalén tendrá que pasar por la dura experiencia del destierro, pero eso sí, de allí la liberará el Señor.
Miqueas 4,11-13Quien hace de contrapunto al profeta presenta otra lectura de la realidad. Sí, sobre Jerusalén se cierne un grave peligro de asedio; no sólo uno, sino «muchos» pueblos están en camino para asediarla. Pero es el plan de Dios, los ha hecho venir para agarrarlos en la red, para azotarlos a todos juntos. Jerusalén se dará el gusto de acabar con todos. La lectura de la realidad es adormecedora y no invita para nada a ponerse en actitud de resistencia. Se mantiene la idea de que el Señor tendrá que defender su ciudad.