Miqueas 6 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 16 versitos |
1

Llamada a juicio
Sal 50

Escuchen lo que dice el Señor:
Levántate,
llama a juicio a los montes,
que las colinas escuchen tu voz.
2 Escuchen, montes, el juicio del Señor,
firmes cimientos de la tierra:
el Señor entabla juicio con su pueblo,
pleitea con Israel.
3 Pueblo mío,
¿qué te hice, en qué te molesté?
Respóndeme.
4 Te saqué de Egipto,
te redimí de la esclavitud,
enviando por delante
a Moisés, Aarón y María.
5 Pueblo mío, recuerda
lo que planeaba Balac, rey de Moab,
y cómo respondió Balaán,
hijo de Beor;
recuerda desde Sittim a Guilgal,
para que comprendas
que el Señor tiene razón.
6

Compensación cúltica

–¿Con qué me presentaré al Señor,
inclinándome al Dios del cielo?
¿Me presentaré con holocaustos,
con terneros de un año?
7 ¿Aceptará el Señor
un millar de carneros
o diez mil arroyos de aceite?
¿Le ofreceré mi primogénito
por mi culpa
o el fruto de mi vientre
por mi pecado?
8 – Hombre, ya te he explicado
lo que está bien,
lo que el Señor desea de ti:
que defiendas el derecho
y ames la lealtad,
y que seas humilde con tu Dios.
9 ¡Qué acierto es respetarte a ti!

Denuncias y amenazas
Sal 140


¡Oigan! El Señor llama a la ciudad,
escuchen, tribus y sus asambleas:
10 –¿Voy a tolerar la casa del malvado
con sus tesoros mal adquiridos,
con sus medidas
rebajadas e indignantes?,
11 ¿voy a absolver
las balanzas con trampa
y una bolsa de pesas falsas?
12 Los ricos están llenos de violencias,
la población miente,
tienen en la boca
una lengua embustera.
13 Por eso yo voy
a comenzar a golpearte
y a devastarte por tus pecados:
14 comerás sin saciarte,
te retorcerás por dentro;
si apartas algo, se echará a perder;
si se conserva,
lo entregaré a los guerreros;
15 sembrarás y no cosecharás,
pisarás la aceituna y no te ungirás,
pisarás la uva y no beberás vino.
16 Ustedes observan los decretos de Omrí
y las prácticas de Ajab;
siguen sus consejos;
así que los devastaré,
entregaré la población a la burla
y tendrán que soportar
la afrenta de mi pueblo.

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Introducción a Miqueas

MIQUEAS

Miqueas y su época. Miqueas, que en hebreo significa «¿Quién como Dios?», nació en Moréset Gat, una aldea de Judá, donde las montañas centrales comienzan a descender hacia el mar, pueblo fronterizo a unos 45 kilómetros de Jerusalén.
La época de Miqueas en el tablero internacional contempla la subida y afirmación de Asiria, a la que Israel, como reino vasallo, comienza a pagar tributo hacia el año 743 a.C. Después vendrá la sublevación de Oseas (713-722 a.C.), último rey del norte, y la destrucción del reino. Nuestro profeta conoció la agonía de Samaría y la deportación en masa de habitantes a Nínive. Probablemente también conoció la invasión de Judá por Senaquerib (701 a.C.), que resuena en 1,8-16. Colaboraría seguramente, junto a Isaías, en la reforma esperanzadora que trajo el rey Ezequías (727-692 a.C.).
Los peligros de aquella época turbulenta no venían solamente del exterior. Dentro, la corrupción era rampante, sobre todo por la ambición de los gobernantes apoyados por los falsos profetas, la rapacidad de la clase sacerdotal, la avaricia de mercaderes y comerciantes. Los cultos idolátricos de los vecinos cananeos se habían infiltrado también en el pueblo.
Esta situación es la que recoge nuestro profeta en su obra, y también los otros escritores anónimos que intercalaron sus profecías en el libro bajo el nombre de Miqueas. Actualmente hay comentaristas que atribuyen el libro a dos o más autores, de épocas diversas.

Mensaje religioso.
Este profeta, venido de la aldea, encontró en la corte a otro profeta extraordinario, llamado Isaías, y al parecer recibió su influjo literario. Miqueas, no obstante, descuella por su estilo incisivo, a veces brutal, sus frases lapidarias y también por el modo como apura una imagen, en vez de solo apuntarla.
Aunque su actividad profética se mueve en la línea de Isaías, Oseas y Amós, Miqueas descuella por la valentía de una denuncia sin paliativos, que le valió el título de «profeta de mal agüero». Nadie mejor que un campesino pobre, sin conexiones con el templo o con la corte, para sentirse libre en desenmascarar y poner en evidencia los vicios de una ciudad como Jerusalén que vivía ajena al peligro que se asechaba contra ella, en una ilusoria sensación de seguridad.
Afirma que el culto y los sacrificios del templo, si no se traducen en justicia social, están vacíos de sentido. Arremete contra los políticos y sus sobornos; contra los falsos profetas que predican a sueldo y adivinan por dinero; contra la rapacidad de los administradores de justicia; contra la avaricia y la acumulación injusta de riqueza de los mercaderes, a base de robar con balanzas trucadas y bolsas de pesas falsas.
Miqueas emplaza a toda una ciudad pecadora y corrompida ante el juicio y el inminente castigo de Dios. Sin embargo, y también en la línea de los grandes profetas de su tiempo, ve en lontananza la esperanza de la restauración del pueblo, gracias al poder y la misericordia de Dios. El Señor será el rey de un nuevo pueblo, «no mantendrá siempre la ira, porque ama la misericordia; volverá a compadecerse, destruirá nuestras culpas, arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados» (7,18s).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Miqueas 6,1-16Llamada a juicio - Compensación cúltica - Denuncias y amenazas. Dios llama a juicio a su pueblo; Él es el juez y el acusador, el acusado es el pueblo y los testigos son las montañas y las colinas del país (1s). El juez, Dios, comienza pidiendo al acusado, Israel, que haga memoria, que recuerde bien cuáles fueron las acciones de Dios contra el pueblo, para que ahora se comporte como un enemigo que cobra venganza (3-5). Israel sólo puede recordar las intervenciones amorosas de Dios en el pasado, que graciosamente optó por una masa de esclavos para darles la libertad y la vida y para que vivieran como humanos en una tierra dada por Él (3-5).
Mediante este recurso a la memoria, Israel reconoce que no ha correspondido en nada a las expectativas de Dios, admite su pecado y quiere resarcirlo, pero de una manera torpe y equivocada: ¿con cuál de los posibles sacrificios de expiación podré «aplacar» al Señor? (6s). Con ninguno, porque no es eso lo que el Señor pide. ¿De qué le sirven al Señor tantos sacrificios y holocaustos, si la perversión del corazón sigue intacta? Todo lo que el Señor espera es la práctica de la justicia y fidelidad a sus mandatos; lo que ya le había dado a conocer era lo que tenía que hacer (8). El versículo 9a es la respuesta del que ha estado equivocado y reconoce su error.
La segunda parte del capítulo (9b-12) explicita con más detalle las acciones contrarias a la justicia que el pueblo ha practicado. Es una manera de decirle al pueblo: «Cuando Dios esperaba de Israel unos frutos acordes con los beneficios de la salvación y de la libertad, miren lo que ha hecho». De ahí que el destino de Israel sea cosechar lo que él mismo sembró; sembró injusticia y pecado, ahora tendrá más injusticia y muerte para sí mismo (13-16). Se ve, entonces, que no se trata de una «venganza» de Dios, es el mismo hombre, el mismo pueblo que se autodestruye con obras contrarias al proyecto de Dios. Como quiera que todo el capítulo gira en torno a la idea de juicio, éste es el castigo, su propio castigo.