Miqueas 7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 20 versitos |
1

Discurso del profeta

¡Ay de mí!
Me sucede como al que rebusca
terminada la vendimia:
no quedan racimos que comer
ni brevas, que tanto me gustan;
2 han desaparecido del país
los hombres leales,
no queda un hombre honrado;
todos acechan para matar,
se tienden redes unos a otros;
3 sus manos
son buenas para la maldad:
el príncipe exige, el juez se soborna,
el poderoso declara sus ambiciones;
4 se retuerce la bondad como espinos
y la rectitud como zarzales.
El día de la cuenta
que anuncia el centinela
llegará: pronto llegará la desgracia.
5 No se fíen del prójimo,
no confíen en el amigo,
guarda la puerta de tu boca
de la que duerme en tus brazos;
6 porque el hijo deshonra al padre,
se levantan la hija contra la madre,
la nuera contra la suegra
y los enemigos de uno
son los de su casa.
7 Pero yo estoy alerta
aguardando al Señor,
mi Dios y salvador:
mi Dios me escuchará.
8

Restauración
Eclo 36,1-22

– No cantes victoria, mi enemiga:
si caí, me levantaré;
si me siento en tinieblas,
el Señor es mi luz.
9 Soportaré la cólera del Señor,
porque pequé contra él,
hasta que juzgue mi causa
y me haga justicia;
me sacará a la luz
y gozaré de su justicia.
10 Mi enemiga al verlo
se cubrirá de vergüenza,
la que me decía:
¿Dónde está tu Dios?
Mis ojos gozarán pronto viéndola
pisoteada como barro de la calle.
11 – Es el día de reconstruir tu muralla,
es el día de ensanchar tus fronteras.
12 el día en que vendrán a ti
desde Asiria hasta Egipto,
del Nilo al Éufrates,
de mar a mar, de monte a monte.
13 El país con sus habitantes
quedará desolado
en pago de sus malas acciones.
14 – Pastorea a tu pueblo con tu bastón,
a las ovejas de tu propiedad,
vecino solitario
de los bosques del Carmelo;
que pasten como antiguamente
en Basán y Galaad;
15 como cuando saliste de Egipto,
muéstranos tus prodigios.
16 Que los pueblos
al verlo se avergüencen,
a pesar de su valentía;
que se lleven la mano a la boca
y se tapen los oídos;
17 que muerdan el polvo
como culebras, o como insectos;
que salgan temblando
de sus guaridas,
que teman y se asusten ante ti,
Señor, Dios nuestro.
18 –¿Qué Dios como tú
perdona el pecado
y absuelve la culpa
al resto de su herencia?
No mantendrá siempre la ira,
porque ama la misericordia;
19 volverá a compadecerse,
destruirá nuestras culpas,
arrojará al fondo del mar
todos nuestros pecados.
20 Así serás fiel a Jacob
y leal a Abrahán,
como lo prometiste en el pasado
a nuestros padres.

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Introducción a Miqueas

MIQUEAS

Miqueas y su época. Miqueas, que en hebreo significa «¿Quién como Dios?», nació en Moréset Gat, una aldea de Judá, donde las montañas centrales comienzan a descender hacia el mar, pueblo fronterizo a unos 45 kilómetros de Jerusalén.
La época de Miqueas en el tablero internacional contempla la subida y afirmación de Asiria, a la que Israel, como reino vasallo, comienza a pagar tributo hacia el año 743 a.C. Después vendrá la sublevación de Oseas (713-722 a.C.), último rey del norte, y la destrucción del reino. Nuestro profeta conoció la agonía de Samaría y la deportación en masa de habitantes a Nínive. Probablemente también conoció la invasión de Judá por Senaquerib (701 a.C.), que resuena en 1,8-16. Colaboraría seguramente, junto a Isaías, en la reforma esperanzadora que trajo el rey Ezequías (727-692 a.C.).
Los peligros de aquella época turbulenta no venían solamente del exterior. Dentro, la corrupción era rampante, sobre todo por la ambición de los gobernantes apoyados por los falsos profetas, la rapacidad de la clase sacerdotal, la avaricia de mercaderes y comerciantes. Los cultos idolátricos de los vecinos cananeos se habían infiltrado también en el pueblo.
Esta situación es la que recoge nuestro profeta en su obra, y también los otros escritores anónimos que intercalaron sus profecías en el libro bajo el nombre de Miqueas. Actualmente hay comentaristas que atribuyen el libro a dos o más autores, de épocas diversas.

Mensaje religioso.
Este profeta, venido de la aldea, encontró en la corte a otro profeta extraordinario, llamado Isaías, y al parecer recibió su influjo literario. Miqueas, no obstante, descuella por su estilo incisivo, a veces brutal, sus frases lapidarias y también por el modo como apura una imagen, en vez de solo apuntarla.
Aunque su actividad profética se mueve en la línea de Isaías, Oseas y Amós, Miqueas descuella por la valentía de una denuncia sin paliativos, que le valió el título de «profeta de mal agüero». Nadie mejor que un campesino pobre, sin conexiones con el templo o con la corte, para sentirse libre en desenmascarar y poner en evidencia los vicios de una ciudad como Jerusalén que vivía ajena al peligro que se asechaba contra ella, en una ilusoria sensación de seguridad.
Afirma que el culto y los sacrificios del templo, si no se traducen en justicia social, están vacíos de sentido. Arremete contra los políticos y sus sobornos; contra los falsos profetas que predican a sueldo y adivinan por dinero; contra la rapacidad de los administradores de justicia; contra la avaricia y la acumulación injusta de riqueza de los mercaderes, a base de robar con balanzas trucadas y bolsas de pesas falsas.
Miqueas emplaza a toda una ciudad pecadora y corrompida ante el juicio y el inminente castigo de Dios. Sin embargo, y también en la línea de los grandes profetas de su tiempo, ve en lontananza la esperanza de la restauración del pueblo, gracias al poder y la misericordia de Dios. El Señor será el rey de un nuevo pueblo, «no mantendrá siempre la ira, porque ama la misericordia; volverá a compadecerse, destruirá nuestras culpas, arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados» (7,18s).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Miqueas 7,1-7Discurso del profeta. El panorama descrito aquí no puede ser más sombrío y desesperanzador. No hay ni un solo justo. Desde las más altas esferas de la sociedad, príncipes, dirigentes, jueces, administradores de los bienes, todos se han corrompido, lo más selecto de la sociedad es comparable a la zarza y al espino que no sirven para nada (4). Con la corrupción vino la inseguridad: no hay tranquilidad ni sosiego, ni siquiera en el espacio más reducido del hombre, su familia (6), ni con la persona con quien se comparte la propia intimidad, la esposa (5). Corrupción, inseguridad, descomposición social y moral es lo que rodea al profeta, y es por eso que el juicio anunciado vendrá pronto. Ante la impotencia del profeta para cambiar esta situación, sólo le queda esperar confiado la llegada del Señor su salvador.


Miqueas 7,8-20Restauración. Un redactor posterior hizo con el final de Miqueas lo mismo que encontramos en los libros de Amós y de Oseas, a los que se añade una sección que arroja luz y esperanza a sus finales cargados de sombras. En esta sección se percibe que Jerusalén ya ha caído en manos enemigas que la han destruido y han dispersado a sus habitantes, lo cual ha sido motivo de mofas y burlas para el enemigo, y de dolor y vergüenza para Jerusalén (8).
Se reconoce que todo ha sido motivado por sus propios pecados, pero que la destrucción y el abandono no son su destino definitivo, pues de nuevo el Señor la salvará y le hará ver la luz (9), produciéndose un cambio de suerte. Así, quienes se burlaban y se mofaban de Jerusalén serán ahora objeto de burla por parte de la rescatada (10). Se evidencia que el rescate implica el retorno a la tierra, una tierra nueva donde Dios volverá a actuar sus maravillosos portentos (14s). En este cambio de suerte, las naciones, estupefactas, reconocerán la grandeza y el poder únicos de Dios, y con temblor acudirán a Él (16s); se darán cuenta de que la grandeza y el poderío de Dios no están en su fuerza omnipotente, sino en que es misericordioso, capaz de perdonar y olvidar. Esa actitud de Dios la esperan confiados todos los que han sido azotados por sus delitos, porque Dios cumple sus promesas eternamente (18-20).