Numeros  11 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 35 versitos |
1

Quejas del pueblo y de Moisés
Taberá

El pueblo se quejaba al Señor de sus desgracias. Al oírlo él, se encendió su ira, estalló contra ellos el fuego del Señor y empezó a quemar el extremo del campamento.
2 El pueblo gritó a Moisés; éste rezó al Señor por ellos, y el incendio se apagó.
3 Y llamaron a aquel lugar Taberá, porque allí había estallado contra ellos el fuego del Señor.
4

Quejas
Éx 5,22s; 16

Entre los israelitas se había mezclado gente de toda clase que sólo pensaba en comer. Y los israelitas, dejándose llevar por ellos se pusieron a llorar diciendo:
–¡Quién nos diera carne!
5 Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos, y melones, y puerros, y cebollas, y ajos.
6 Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná.
7 El maná se parecía a semilla de coriandro, con color amarillento como el de la resina;
8 el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el mortero, lo cocían en la olla y hacían con ello tortas que sabían a pan de aceite.
9 Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él el maná.
10 Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor, y disgustado
11 dijo al Señor:
–¿Por qué maltratas a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo?
12 ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz para que me digas: Toma en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres?
13 ¿De dónde sacaré carne para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mí llorando: Danos de comer carne.
14 Yo sólo no puedo cargar con todo este pueblo, porque supera mis fuerzas.
15 Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.
16

Anuncio y cumplimiento
Éx 18,21-26

El Señor respondió a Moisés:
– Tráeme setenta dirigentes que te conste que dirigen y gobiernan al pueblo, llévalos a la tienda del encuentro y que esperen allí contigo.
17 Yo bajaré y hablaré allí contigo. Apartaré una parte del espíritu que posees y se lo pasaré a ellos, para que se repartan contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo.
18 Al pueblo le dirás: Purifíquense para mañana, porque comerán carne. Han llorado pidiendo al Señor: ¡Quién nos diera carne! Nos iba mejor en Egipto. El Señor les dará de comer carne.
19 No un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte,
20 sino un mes entero, hasta que les produzca náusea y la vomiten. Porque han rechazado al Señor, que va en medio de ustedes y han llorado ante él diciendo: ¿Por qué salimos de Egipto?
21 Replicó Moisés:
– El pueblo que va conmigo cuenta seiscientos mil de a pie, y tú dices que les darás carne para que coman un mes entero.
22 Aunque se maten las vacas y las ovejas, no les bastará, y aunque se reúnan todos los peces del mar, no les bastaría.
23 El Señor dijo a Moisés:
–¿Tan mezquina es la mano de Dios? Ahora verás si mi palabra se cumple o no.
24 Moisés salió y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Después reunió a los setenta dirigentes del pueblo y los colocó alrededor de la tienda.
25 El Señor bajó en la nube, habló con él, y apartando parte del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta dirigentes del pueblo. Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar, una sola vez.
26

Eldad y Medad

Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque estaban en la lista, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento.
27 Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:
– Eldad y Medad están profetizando en el campamento.
28 Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:
– Prohíbeselo tú, Moisés, señor mío.
29 Moisés le respondió:
–¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!
30 Moisés volvió al campamento con los dirigentes israelitas.
31
Tumbas de Quibrot Hatavá
El Señor levantó un viento del mar, que trajo bandadas de codornices y las arrojó junto al campamento, aleteando a un metro del suelo en una extensión de una jornada de camino.
32 El pueblo se pasó todo el día, la noche y el día siguiente recogiendo codornices, y el que menos, recogió diez cargas, y las tendían alrededor del campamento.
33 Con la carne aún entre los dientes, sin masticar, la ira del Señor hirvió contra ellos y los hirió con una grave mortandad.
34 El lugar se llamó Quibrot Hatavá, porque allí enterraron a los glotones.
35 Desde allí se marcharon a Jaserot, donde se quedaron.

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Introducción a Numeros 

NUMEROS

A este libro que nosotros llamamos «Números», por la referencia a los dos censos que contiene y por la minuciosidad aritmética que ofrece en cuestiones relacionadas con el culto, la tradición judía, según su costumbre, lo llaman «En el desierto», pues es una de las primeras palabras con las que comienza el relato. El desierto es el marco geográfico y también teológico, en el que se llevan a cabo todas las acciones.

Contexto del libro. El pueblo sigue en el desierto: sale del Sinaí (1-10) y se acerca a la tierra prometida después de un largo rodeo (21,10-33,49). A lo largo del peregrinaje va enriqueciendo su caudal de leyes o disposiciones.
El autor sacerdotal (P) ha convertido las andanzas de grupos seminómadas durante varios años en la marcha procesional de todo Israel, perfectamente dividido por tribus y clanes, perfectamente organizado y dispuesto como para un desfile militar o una procesión sacra. Las tribus son «los escuadrones» del Señor, cada una con su banderín o estandarte, que avanzan en rigurosa formación: en el centro, el Arca y la tienda; alrededor, los aaronitas y levitas y las doce tribus, tres por lado.
El viaje se realiza en cuarenta etapas (33), a toque de trompeta (10). El término del viaje es tierra sagrada y también es sagrada la organización; los israelitas son peregrinos hacia la tierra de Dios.
En contraste con este movimiento regular, se lee una serie poco trabada de episodios; entre ellos sobresalen el de los exploradores (13s) y el de Balaán (22-24). El primero narra la resistencia del pueblo, que provoca una dilación y un largo rodeo. El segundo muestra el poder del Señor sobre los poderes ocultos de la magia y la adivinación: el adivino extranjero se ve transformado en profeta de la gloria de Israel. Vemos a Moisés en su tarea de jefe y legislador, en sus debilidades y desánimos, en su gran intercesión a favor del pueblo.

Mensaje religioso. Sobre el sobrecogedor escenario del «desierto», imagen de nuestro peregrinar por la tierra, se va desarrollando la relación continua entre Dios y su pueblo Israel (símbolo de todos los pueblos). Dios es el guía de la peregrinación hacia la tierra prometida; a veces, lo hace con intervenciones de una presencia fulgurante; otras, silenciosamente, a través de la mediación de los profetas y hombres sabios que Él se ha escogido de entre el mismo pueblo.
El pueblo no es siempre dócil y fiel. Desobedece, se revela, pierde la meta de su peregrinación, añora otros caminos más fáciles y placenteros. Dios se irrita, reprende, castiga, pero siempre es el Dios que salva.
El libro de los Números nos ha dejado el ideal del «desierto», de las tentaciones y de la lucha, como el lugar privilegiado del encuentro del ser humano con su Dios. Tan gravado quedó en la conciencia colectiva de Israel, que toda reforma posterior será una llamada profética al ideal «desierto».
Es también el «desierto» a donde Jesús se retira antes de iniciar su vida pública para profundizar en su identidad de Hijo de Dios y vencer las tentaciones del maligno. Y serán también los Padres y las Madres del desierto, en la primera gran reforma del cristianismo, los que dejarán ya para toda la historia de la Iglesia la impronta indeleble del «desierto» como camino de conversión y reencuentro con Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Numeros  11,1-35Quejas del pueblo y de Moisés. Ya antes del Sinaí teníamos conocimiento de las quejas y rebeldías del pueblo al iniciar su marcha después de haber salido del lugar de la esclavitud (cfr. ,7), y de cómo el Señor les había respondido. Ahora sucede lo mismo; el pueblo comienza a experimentar la tentación más grave: la nostalgia de Egipto y el deseo de regresar. El comportamiento del pueblo conlleva la ira divina y, al mismo tiempo, el lamento y la súplica de Moisés, quien consigue la compasión del Señor hacia el pueblo.
En este capítulo se entrelazan dos tradiciones sobre las marchas por el desierto: la primera es el alimento que consumió el pueblo aprovechando la presencia de las codornices y del maná, lo cual es leído como una intervención providente de Dios. No hay ninguna indicación -a diferencia de Éx 16- sobre la ración autorizada por persona o por familia, ni sobre el ciclo diario de recolección del alimento; sólo se indica cómo el consumo exagerado por muchos termina con una gran mortandad. Se trata de una crítica, no tanto a la glotonería o a la gula, sino más bien a la avaricia, al afán desmedido por poseer más y más, en fin, a los que acaparan los bienes olvidándose de los demás.
La segunda tradición es la designación de setenta ancianos que comparten la guía y dirección del pueblo con Moisés. En Éxo_18:14-27, esta solución es propuesta a Moisés por su suegro; aquí es el Señor quien decide hacerlo. La expresión «Apartaré una parte del espíritu que posees y se lo pasaré a ellos» (17.25) indica que cada uno tendría frente al pueblo la misma responsabilidad que Moisés: guiar, instruir, interceder.
Los versículos 26-30 subrayan las dificultades que a veces surgen también en nuestras comunidades: no dar crédito a quien obra el bien en favor del pueblo y en nombre de Dios, pero no pertenece a la institución o a «nuestro grupo». La corrección que hace Moisés a Josué (28s) la tiene que hacer también Jesús a sus discípulos (cfr. Mar_9:38-40); muchos retrocesos en nuestras comunidades se podrían evitar si la hiciéramos nuestra. Los versículos 31-35 concluyen la narración.