Numeros  19 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 22 versitos |
1

La vaca de pelo rojizo

El Señor habló a Moisés y a Aarón:
2 –Ésta es la ley que ha dado el Señor: Di a los israelitas que te traigan una vaca de pelo rojizo sin tara ni defecto y que nunca haya llevado el yugo,
3 y que se la entreguen al sacerdote Eleazar. Él la sacará fuera del campamento, donde la degollarán en su presencia.
4 El sacerdote Eleazar untará un dedo en su sangre y salpicará siete veces hacia la tienda del encuentro.
5 Y mandará quemar la vaca en su presencia: se quemará la piel, la carne y la sangre con los intestinos.
6 Después el sacerdote tomará ramas de cedro, hisopo y púrpura escarlata y los echará al fuego, donde arde la vaca.
7 El sacerdote lavará sus vestidos, se bañará y después volverá al campamento. Quedará impuro hasta la tarde.
8 El que la quemó, lavará sus vestidos, se bañará y quedará impuro hasta la tarde.
9 Un hombre puro se encargará de recoger las cenizas de la vaca y las depositará en un lugar puro fuera del campamento. La comunidad israelita las conservará para preparar el agua, que se usará en el rito de purificación.
10 El que recogió las cenizas de la vaca lavará sus vestidos y quedará impuro hasta la tarde.
Leyes de pureza ritual
Ésta es una ley perpetua para los israelitas y para los emigrantes que viven con ellos.
11 El que toque un muerto, un cadáver humano, quedará impuro por siete días.
12 Se purificará con dicha agua al tercero y al séptimo día, y quedará puro; si no lo hace, no quedará puro.
13 El que toque un muerto, un cadáver humano, y no se purifique, contamina la morada del Señor y será excluido de Israel, porque no ha sido rociado con agua de purificación. Sigue impuro y la impureza sigue en él.
14 Ésta es la ley para cuando un hombre muere dentro de una tienda: El que entre en la tienda y todo lo que hay en ella quedan impuros por siete días.
15 Todo recipiente abierto que no estaba tapado queda impuro.
16 El que toque en el campo el cadáver de un hombre apuñalado o cualquier muerto o huesos humanos, o una sepultura, quedará impuro por siete días.
17 Para el hombre impuro tomarán un poco de ceniza de la víctima quemada y echarán agua de manantial en un vaso sobre la ceniza.
18 Un hombre puro tomará un hisopo, lo mojará en el agua y rociará la tienda, los utensilios, todas las personas que estén allí y al que haya tocado huesos, o un cadáver, o un muerto, o una sepultura.
19 El hombre puro rociará al impuro los días tercero y séptimo. El séptimo día quedará libre de su pecado, lavará sus vestidos, se bañará y a la tarde quedará puro.
20 El hombre impuro que no se haya purificado será excluido de la asamblea, por haber contaminado el santuario del Señor. No ha sido rociado con agua de purificación: él sigue impuro.
21 Ésta es una ley perpetua: El que ha hecho la aspersión con las aguas de purificación lavará sus vestidos. El que toque las aguas de purificación quedará impuro hasta la tarde.
22 Todo lo que toque el impuro quedará impuro. La persona que toque al impuro quedará impuro hasta la tarde.

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Introducción a Numeros 

NUMEROS

A este libro que nosotros llamamos «Números», por la referencia a los dos censos que contiene y por la minuciosidad aritmética que ofrece en cuestiones relacionadas con el culto, la tradición judía, según su costumbre, lo llaman «En el desierto», pues es una de las primeras palabras con las que comienza el relato. El desierto es el marco geográfico y también teológico, en el que se llevan a cabo todas las acciones.

Contexto del libro. El pueblo sigue en el desierto: sale del Sinaí (1-10) y se acerca a la tierra prometida después de un largo rodeo (21,10-33,49). A lo largo del peregrinaje va enriqueciendo su caudal de leyes o disposiciones.
El autor sacerdotal (P) ha convertido las andanzas de grupos seminómadas durante varios años en la marcha procesional de todo Israel, perfectamente dividido por tribus y clanes, perfectamente organizado y dispuesto como para un desfile militar o una procesión sacra. Las tribus son «los escuadrones» del Señor, cada una con su banderín o estandarte, que avanzan en rigurosa formación: en el centro, el Arca y la tienda; alrededor, los aaronitas y levitas y las doce tribus, tres por lado.
El viaje se realiza en cuarenta etapas (33), a toque de trompeta (10). El término del viaje es tierra sagrada y también es sagrada la organización; los israelitas son peregrinos hacia la tierra de Dios.
En contraste con este movimiento regular, se lee una serie poco trabada de episodios; entre ellos sobresalen el de los exploradores (13s) y el de Balaán (22-24). El primero narra la resistencia del pueblo, que provoca una dilación y un largo rodeo. El segundo muestra el poder del Señor sobre los poderes ocultos de la magia y la adivinación: el adivino extranjero se ve transformado en profeta de la gloria de Israel. Vemos a Moisés en su tarea de jefe y legislador, en sus debilidades y desánimos, en su gran intercesión a favor del pueblo.

Mensaje religioso. Sobre el sobrecogedor escenario del «desierto», imagen de nuestro peregrinar por la tierra, se va desarrollando la relación continua entre Dios y su pueblo Israel (símbolo de todos los pueblos). Dios es el guía de la peregrinación hacia la tierra prometida; a veces, lo hace con intervenciones de una presencia fulgurante; otras, silenciosamente, a través de la mediación de los profetas y hombres sabios que Él se ha escogido de entre el mismo pueblo.
El pueblo no es siempre dócil y fiel. Desobedece, se revela, pierde la meta de su peregrinación, añora otros caminos más fáciles y placenteros. Dios se irrita, reprende, castiga, pero siempre es el Dios que salva.
El libro de los Números nos ha dejado el ideal del «desierto», de las tentaciones y de la lucha, como el lugar privilegiado del encuentro del ser humano con su Dios. Tan gravado quedó en la conciencia colectiva de Israel, que toda reforma posterior será una llamada profética al ideal «desierto».
Es también el «desierto» a donde Jesús se retira antes de iniciar su vida pública para profundizar en su identidad de Hijo de Dios y vencer las tentaciones del maligno. Y serán también los Padres y las Madres del desierto, en la primera gran reforma del cristianismo, los que dejarán ya para toda la historia de la Iglesia la impronta indeleble del «desierto» como camino de conversión y reencuentro con Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Numeros  19,1-10La vaca de pelo rojizo. No se conoce aún el sentido de esta prescripción. El mismo texto indica la finalidad de las cenizas de este animal, pero no se sabe por qué debía ser roja.
Hoy por hoy, las corrientes más ortodoxas del judaísmo esperan el momento de obtener un ejemplar que reúna estas condiciones; sería la señal para dar inicio al proceso de restauración del judaísmo y sus instituciones, que quedaron destrozadas después del año 70. Este proceso de restauración incluiría la reconstrucción del Templo, cuyo lugar está hoy ocupado por la segunda mezquita más importante del credo islámico. Es obvio, entonces, que un proyecto de tal magnitud no beneficiaría a nadie. De mejor proceder sería entablar un diálogo interreligioso entre estas comunidades -judías y musulmanas- que, aunque creen en el mismo Dios, no lo conciben de la misma manera.


Numeros  19,11-22Leyes de pureza ritual. La concepción de un Dios absolutamente puro y santo lleva a la preocupación por la pureza y dignidad con que los fieles pueden relacionarse con Dios. De ahí que la teología sacerdotal (P) se empeñe de una manera tan reiterativa, casi obsesiva, por separar lo puro de lo impuro, lo profano de lo santo, y de fijar las condiciones por medio de las cuales se puede adquirir de nuevo la condición de pureza en caso de haberla perdido.
Como puede verse, estamos en una etapa de concepción teológica en la que no se conoce aún el concepto de la gracia divina, que ciertamente no se alcanza por medio de ritos, ni ofrendas, ni sacrificios, sino que es puro don del Padre.
Este exceso de preocupación por no caer en impureza o en contaminación, que llega hasta volver al creyente insensible por el prójimo, queda perfectamente ilustrado y desenmascarado por Jesús en el relato lucano del buen samaritano (cfr. Luc_10:25-37).