Numeros  25 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 18 versitos |
1

Baal-Fegor
Sal 106,28-31

Estando Israel en Sittim, el pueblo comenzó a prostituirse con las muchachas de Moab,
2 que los invitaban a comer de los sacrificios a sus dioses y a postrarse ante ellos.
3 Israel se dejó arrastrar al culto de Baal-Fegor, y la ira del Señor se encendió contra Israel.
4 El Señor dijo a Moisés:
– Toma a los responsables del pueblo y cuélgalos delante del Señor, a la luz del sol, y la ira del Señor se apartará de Israel.
5 Moisés dijo a los jueces de Israel:
– Que cada cual dé muerte a los suyos que se hayan dejado arrastrar al culto de Baal-Fegor.
6 Un israelita fue y trajo a su tienda de campaña a una madianita, a la vista de Moisés y de toda la comunidad israelita, mientras ellos lloraban a la entrada de la tienda del encuentro.
7 Al verlo, el sacerdote Fineés, hijo de Eleazar, hijo de Aarón, se levantó en medio de la asamblea, empuñó su lanza,
8 y entrando detrás del israelita en la alcoba, atravesó a los dos, al israelita y a la mujer, y cesó la matanza de israelitas.
9 Los que murieron en la matanza fueron veinticuatro mil.
10 El Señor dijo a Moisés:
11 – El sacerdote Fineés, hijo de Eleazar, hijo de Aarón, celoso de mis derechos ante el pueblo, ha apartado mi cólera de los israelitas y mi celo no los ha consumido;
12 por eso prometo: Le ofrezco una alianza de paz:
13 el sacerdocio será para él y para sus descendientes, en pacto perpetuo, en pago de su celo por Dios y de haber expiado por los israelitas.
14 El israelita muerto con la madianita se llamaba Zimrí, hijo de Salu, jefe de familia en la tribu de Simeón.
15 La madianita muerta se llamaba Cosbí, hija de Sur, jefe de familia en Madián.
16 El Señor dijo a Moisés:
17 – Ataca a los madianitas y derrótalos,
18 porque ellos te atacaron con sus seducciones, con los ritos de Fegor y con su hermana Cosbí, la hija del príncipe madianita, muerta el día de la matanza, cuando sucedió lo de Fegor.

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Introducción a Numeros 

NUMEROS

A este libro que nosotros llamamos «Números», por la referencia a los dos censos que contiene y por la minuciosidad aritmética que ofrece en cuestiones relacionadas con el culto, la tradición judía, según su costumbre, lo llaman «En el desierto», pues es una de las primeras palabras con las que comienza el relato. El desierto es el marco geográfico y también teológico, en el que se llevan a cabo todas las acciones.

Contexto del libro. El pueblo sigue en el desierto: sale del Sinaí (1-10) y se acerca a la tierra prometida después de un largo rodeo (21,10-33,49). A lo largo del peregrinaje va enriqueciendo su caudal de leyes o disposiciones.
El autor sacerdotal (P) ha convertido las andanzas de grupos seminómadas durante varios años en la marcha procesional de todo Israel, perfectamente dividido por tribus y clanes, perfectamente organizado y dispuesto como para un desfile militar o una procesión sacra. Las tribus son «los escuadrones» del Señor, cada una con su banderín o estandarte, que avanzan en rigurosa formación: en el centro, el Arca y la tienda; alrededor, los aaronitas y levitas y las doce tribus, tres por lado.
El viaje se realiza en cuarenta etapas (33), a toque de trompeta (10). El término del viaje es tierra sagrada y también es sagrada la organización; los israelitas son peregrinos hacia la tierra de Dios.
En contraste con este movimiento regular, se lee una serie poco trabada de episodios; entre ellos sobresalen el de los exploradores (13s) y el de Balaán (22-24). El primero narra la resistencia del pueblo, que provoca una dilación y un largo rodeo. El segundo muestra el poder del Señor sobre los poderes ocultos de la magia y la adivinación: el adivino extranjero se ve transformado en profeta de la gloria de Israel. Vemos a Moisés en su tarea de jefe y legislador, en sus debilidades y desánimos, en su gran intercesión a favor del pueblo.

Mensaje religioso. Sobre el sobrecogedor escenario del «desierto», imagen de nuestro peregrinar por la tierra, se va desarrollando la relación continua entre Dios y su pueblo Israel (símbolo de todos los pueblos). Dios es el guía de la peregrinación hacia la tierra prometida; a veces, lo hace con intervenciones de una presencia fulgurante; otras, silenciosamente, a través de la mediación de los profetas y hombres sabios que Él se ha escogido de entre el mismo pueblo.
El pueblo no es siempre dócil y fiel. Desobedece, se revela, pierde la meta de su peregrinación, añora otros caminos más fáciles y placenteros. Dios se irrita, reprende, castiga, pero siempre es el Dios que salva.
El libro de los Números nos ha dejado el ideal del «desierto», de las tentaciones y de la lucha, como el lugar privilegiado del encuentro del ser humano con su Dios. Tan gravado quedó en la conciencia colectiva de Israel, que toda reforma posterior será una llamada profética al ideal «desierto».
Es también el «desierto» a donde Jesús se retira antes de iniciar su vida pública para profundizar en su identidad de Hijo de Dios y vencer las tentaciones del maligno. Y serán también los Padres y las Madres del desierto, en la primera gran reforma del cristianismo, los que dejarán ya para toda la historia de la Iglesia la impronta indeleble del «desierto» como camino de conversión y reencuentro con Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Numeros  25,1-18Baal Fegor. La relectura del pasado de Israel no olvida nada de lo que constituyó la experiencia de sus antepasados en su marcha por el desierto hacia la tierra prometida: rebeliones, protestas, desánimo, tentación de volver a Egipto, codicia y avaricia; situaciones todas que forman parte de la vida humana y que situadas en el desierto adquieren el valor simbólico de la conciencia que se va formando, que avanza pero que también retrocede.
En esta misma línea de relectura de los antepasados, especialmente de los pecados en que cayeron, encontramos este relato de idolatría que resulta ser novedoso en el contexto narrativo de las marchas por el desierto. Acampados en Sittim, el pueblo empezó a corromperse y terminó dando culto a Baal-Fegor, dios de la fertilidad de aquel lugar cuyo culto incluía la prostitución sagrada.
Este nuevo pecado de Israel trae la ira y el castigo de Dios. El relato nos habla de una matanza sumamente exagerada y de una actitud divina que, podríamos decir, promueve la violencia: sólo calma su ira cuando parece que ya hay suficiente sangre derramada. Hemos de tener mucho cuidado con la interpretación de pasajes como éste. No podemos dar valor real a lo que a todas luces posee un valor simbólico. La gran preocupación de los redactores del texto era rescatar la fe del pueblo, su identidad y, sobre todo, inculcar la idea de la absoluta obediencia al Señor y el total rechazo a cualquier otra propuesta religiosa. El mismo pueblo sabe por experiencia que cuando se ha ido detrás de otros dioses, es decir, cuando ha desobedecido y sido infiel al proyecto de la vida y de la justicia propuesto por Dios, lo único que ha conseguido han sido fracasos y caídas que los autores bíblicos asimilan con la muerte. De todos modos, pasajes como éste inducirían al creyente actual a la intransigencia y a la intolerancia religiosa, y hasta podrían alimentar y justificar desde aquí actitudes violentas que con gran facilidad se acuñarían con la autoridad divina.