Numeros  30 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 16 versitos |
1

Ley sobre los votos
Dt 23,22-24

Moisés habló a los jefes de las tribus de Israel:
– Esto es lo que ordena el Señor:
2 Cuando un hombre haga un voto al Señor o se comprometa a algo bajo juramento, no faltará a su palabra: tal como lo dijo lo hará.
3 Cuando una mujer en su juventud, mientras vive con su padre, haga un voto o adquiera un compromiso,
4 si su padre, al enterarse del voto o del compromiso, no dice nada, entonces sus votos son válidos y quedan en pie los compromisos.
5 Pero si su padre, al enterarse, lo desaprueba, entonces no quedan en pie sus votos ni el compromiso. El Señor la dispensa, porque su padre lo ha desaprobado.
6 Y si se casa, estando ligada por el voto o por el compromiso que salió de sus labios por irreflexión,
7 y al enterarse el marido no le dice nada, entonces los votos son válidos y quedan en pie los compromisos;
8 pero si al enterarse el marido lo desaprueba, entonces anula el voto que la ligaba y los compromisos salidos de sus labios. El Señor la dispensa.
9 El voto de la viuda y de la repudiada y los compromisos que adquiere son válidos.
10 Cuando una mujer hace un voto en casa de su marido o se compromete a algo bajo juramento,
11 si su marido, al enterarse, no dice nada y no lo desaprueba, entonces sus votos son válidos y quedan en pie los compromisos;
12 pero si su marido, al enterarse, lo anula, entonces todo lo que salió de sus labios, votos y compromisos, es inválido. Su marido lo ha anulado y Dios la dispensa.
13 El marido puede confirmar o anular todo voto o juramento de hacer una penitencia.
14 Pero si a los dos días el marido no le ha dicho nada, entonces confirma todos los votos y compromisos que la ligan: los confirma con el silencio que guardó al enterarse;
15 y si los anula más tarde, cargará él con la culpa de ella.
16 Éstas son las órdenes que dio el Señor a Moisés para marido y mujer, para padre e hija cuando aún joven vive con su padre.

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Introducción a Numeros 

NUMEROS

A este libro que nosotros llamamos «Números», por la referencia a los dos censos que contiene y por la minuciosidad aritmética que ofrece en cuestiones relacionadas con el culto, la tradición judía, según su costumbre, lo llaman «En el desierto», pues es una de las primeras palabras con las que comienza el relato. El desierto es el marco geográfico y también teológico, en el que se llevan a cabo todas las acciones.

Contexto del libro. El pueblo sigue en el desierto: sale del Sinaí (1-10) y se acerca a la tierra prometida después de un largo rodeo (21,10-33,49). A lo largo del peregrinaje va enriqueciendo su caudal de leyes o disposiciones.
El autor sacerdotal (P) ha convertido las andanzas de grupos seminómadas durante varios años en la marcha procesional de todo Israel, perfectamente dividido por tribus y clanes, perfectamente organizado y dispuesto como para un desfile militar o una procesión sacra. Las tribus son «los escuadrones» del Señor, cada una con su banderín o estandarte, que avanzan en rigurosa formación: en el centro, el Arca y la tienda; alrededor, los aaronitas y levitas y las doce tribus, tres por lado.
El viaje se realiza en cuarenta etapas (33), a toque de trompeta (10). El término del viaje es tierra sagrada y también es sagrada la organización; los israelitas son peregrinos hacia la tierra de Dios.
En contraste con este movimiento regular, se lee una serie poco trabada de episodios; entre ellos sobresalen el de los exploradores (13s) y el de Balaán (22-24). El primero narra la resistencia del pueblo, que provoca una dilación y un largo rodeo. El segundo muestra el poder del Señor sobre los poderes ocultos de la magia y la adivinación: el adivino extranjero se ve transformado en profeta de la gloria de Israel. Vemos a Moisés en su tarea de jefe y legislador, en sus debilidades y desánimos, en su gran intercesión a favor del pueblo.

Mensaje religioso. Sobre el sobrecogedor escenario del «desierto», imagen de nuestro peregrinar por la tierra, se va desarrollando la relación continua entre Dios y su pueblo Israel (símbolo de todos los pueblos). Dios es el guía de la peregrinación hacia la tierra prometida; a veces, lo hace con intervenciones de una presencia fulgurante; otras, silenciosamente, a través de la mediación de los profetas y hombres sabios que Él se ha escogido de entre el mismo pueblo.
El pueblo no es siempre dócil y fiel. Desobedece, se revela, pierde la meta de su peregrinación, añora otros caminos más fáciles y placenteros. Dios se irrita, reprende, castiga, pero siempre es el Dios que salva.
El libro de los Números nos ha dejado el ideal del «desierto», de las tentaciones y de la lucha, como el lugar privilegiado del encuentro del ser humano con su Dios. Tan gravado quedó en la conciencia colectiva de Israel, que toda reforma posterior será una llamada profética al ideal «desierto».
Es también el «desierto» a donde Jesús se retira antes de iniciar su vida pública para profundizar en su identidad de Hijo de Dios y vencer las tentaciones del maligno. Y serán también los Padres y las Madres del desierto, en la primera gran reforma del cristianismo, los que dejarán ya para toda la historia de la Iglesia la impronta indeleble del «desierto» como camino de conversión y reencuentro con Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Numeros  30,2-17Ley sobre los votos. Es probable que esta ley responda a una cierta relajación sobre los votos y promesas hechos al Señor. Al varón se le exige que cumpla su palabra sin más; su palabra bastaba para dar solemnidad al compromiso y le acompañaba la obligación moral de cumplirla. No así en el caso de la mujer, lo que demuestra con toda claridad el grado de subordinación al que estaba sometida: su palabra sólo tenía validez si su padre -en el caso de una joven soltera- o su marido -si estaba casada- daba el consentimiento. Únicamente el voto y los compromisos de la viuda o de la repudiada eran válidos sin necesidad de que interviniera un hombre, por tratarse de mujeres que no disponían de un varón que las representara.
Este testimonio bíblico que hoy nos sorprende todavía no está superado en muchos de nuestros países y comunidades de origen. Aún falta la madurez humana y de fe tanto del hombre como de la misma mujer para vivir y aceptar esa paridad de derechos y responsabilidades queridos por Dios desde la creación (cfr. Gén_1:26).