Numeros  35 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 34 versitos |
1

Ciudades levíticas
Jos 21; Ez 48,13s

El Señor habló a Moisés en la estepa de Moab, junto al Jordán, a la altura de Jericó:
2 – Ordena a los israelitas que cedan a los levitas, de su propiedad hereditaria, algunos pueblos con sus territorios circundantes para vivir;
3 tendrán pueblos para vivir y campos para sus animales, ganados y bestias.
4 Los campos de pastoreo de los pueblos que asignen a los levitas se extenderán en un radio de un kilómetro fuera de los muros.
5 Es decir, medirán un kilómetro desde el muro del pueblo al este, sur, oeste y norte; el pueblo quedará en medio, y ésos serán sus campos de pastoreo.
6 Asignarán a los levitas los seis pueblos de refugio que hayan separado para asilo del homicida y otros cuarenta y dos pueblos.
7 En total, asignarán a los levitas cuarenta y ocho pueblos con sus alrededores.
8 Esos pueblos se tomarán de la herencia de los israelitas en proporción a los que tenga cada tribu. Cada una cederá a los levitas pueblos en proporción a la herencia que haya recibido.
9

Ciudades de refugio
Dt 19,1-13; Jos 20

El Señor habló a Moisés:
10 – Di a los israelitas: Cuando atraviesen el Jordán para entrar en Canaán,
11 elegirán varias ciudades de refugio, donde pueda buscar asilo el que haya matado a alguien sin intención.
12 Les servirán de refugio contra el vengador, y así el homicida no morirá antes de comparecer a juicio ante la asamblea.
13 Elegirán seis ciudades de refugio:
14 tres al otro lado del Jordán y tres en Canaán. Serán ciudades de asilo.
15 Esas ciudades servirán de refugio a los israelitas, a los emigrantes y a los criados que vivan con ellos. Allí podrá buscar asilo el que haya matado a alguien sin intención.
16 Si lo ha herido con un objeto de hierro y lo ha matado, es homicida. El homicida será castigado con la muerte.
17 Si lo ha herido empuñando una piedra capaz de causar la muerte y lo ha matado, es homicida. El homicida será castigado con la muerte.
18 Si lo ha herido manejando un objeto de madera capaz de causar la muerte y lo ha matado, es homicida. El homicida será castigado con la muerte.
19 Toca al vengador de la sangre matar al homicida: cuando lo encuentre, lo matará.
20 Si lo ha derribado por odio o ha arrojado contra él algo con toda intención y lo ha matado,
21 o lo ha golpeado a puñetazos por enemistad y lo ha matado, entonces el agresor será castigado con la muerte: es homicida. El vengador de la sangre matará al homicida cuando lo encuentre.
22 Si lo ha derribado casualmente, sin odio, o ha arrojado algo contra él sin intención,
23 o le ha dado una pedrada mortal sin haberlo visto, y lo mata, sin que le tuviera rencor ni intentase hacerle daño,
24 entonces la comunidad juzgará al que hirió y al vengador de la sangre, conforme a estas leyes,
25 y salvará al homicida de las manos del vengador de la sangre. La comunidad le dejará volver a la ciudad donde se había refugiado buscando asilo, y allí vivirá hasta que muera el sumo sacerdote ungido con óleo sagrado.
26 Si el homicida sale fuera de los límites de la ciudad donde se había refugiado buscando asilo,
27 y el vengador de la sangre lo encuentra fuera de los límites de la ciudad donde se había refugiado, y lo mata, no hay delito.
28 Porque el homicida debe vivir en la ciudad donde se había refugiado, hasta que muera el sumo sacerdote. Y cuando el sumo sacerdote muera, el homicida podrá volver a la tierra donde se encuentra su herencia.
29 Éstas son normas de justicia para ustedes, para todos sus descendientes y en cualquier lugar donde se encuentren.
30 En casos de homicidio, se dará muerte al homicida después de oír a los testigos. Pero un testigo no basta para dictar pena de muerte.
31 No aceptarán rescate por la vida del homicida condenado a muerte, porque debe morir.
32 Tampoco aceptarán rescate del que buscó asilo en una ciudad de refugio, para dejarle volver a vivir en su tierra, antes de que muera el sumo sacerdote.
33 No profanarán la tierra donde viven: con la sangre se profana la tierra, y por la sangre derramada en tierra no hay más expiación que la sangre del que la derramó.
34 No contaminen la tierra en que viven y en la que yo habito. Porque yo, el Señor, habito en medio de los israelitas.

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Introducción a Numeros 

NUMEROS

A este libro que nosotros llamamos «Números», por la referencia a los dos censos que contiene y por la minuciosidad aritmética que ofrece en cuestiones relacionadas con el culto, la tradición judía, según su costumbre, lo llaman «En el desierto», pues es una de las primeras palabras con las que comienza el relato. El desierto es el marco geográfico y también teológico, en el que se llevan a cabo todas las acciones.

Contexto del libro. El pueblo sigue en el desierto: sale del Sinaí (1-10) y se acerca a la tierra prometida después de un largo rodeo (21,10-33,49). A lo largo del peregrinaje va enriqueciendo su caudal de leyes o disposiciones.
El autor sacerdotal (P) ha convertido las andanzas de grupos seminómadas durante varios años en la marcha procesional de todo Israel, perfectamente dividido por tribus y clanes, perfectamente organizado y dispuesto como para un desfile militar o una procesión sacra. Las tribus son «los escuadrones» del Señor, cada una con su banderín o estandarte, que avanzan en rigurosa formación: en el centro, el Arca y la tienda; alrededor, los aaronitas y levitas y las doce tribus, tres por lado.
El viaje se realiza en cuarenta etapas (33), a toque de trompeta (10). El término del viaje es tierra sagrada y también es sagrada la organización; los israelitas son peregrinos hacia la tierra de Dios.
En contraste con este movimiento regular, se lee una serie poco trabada de episodios; entre ellos sobresalen el de los exploradores (13s) y el de Balaán (22-24). El primero narra la resistencia del pueblo, que provoca una dilación y un largo rodeo. El segundo muestra el poder del Señor sobre los poderes ocultos de la magia y la adivinación: el adivino extranjero se ve transformado en profeta de la gloria de Israel. Vemos a Moisés en su tarea de jefe y legislador, en sus debilidades y desánimos, en su gran intercesión a favor del pueblo.

Mensaje religioso. Sobre el sobrecogedor escenario del «desierto», imagen de nuestro peregrinar por la tierra, se va desarrollando la relación continua entre Dios y su pueblo Israel (símbolo de todos los pueblos). Dios es el guía de la peregrinación hacia la tierra prometida; a veces, lo hace con intervenciones de una presencia fulgurante; otras, silenciosamente, a través de la mediación de los profetas y hombres sabios que Él se ha escogido de entre el mismo pueblo.
El pueblo no es siempre dócil y fiel. Desobedece, se revela, pierde la meta de su peregrinación, añora otros caminos más fáciles y placenteros. Dios se irrita, reprende, castiga, pero siempre es el Dios que salva.
El libro de los Números nos ha dejado el ideal del «desierto», de las tentaciones y de la lucha, como el lugar privilegiado del encuentro del ser humano con su Dios. Tan gravado quedó en la conciencia colectiva de Israel, que toda reforma posterior será una llamada profética al ideal «desierto».
Es también el «desierto» a donde Jesús se retira antes de iniciar su vida pública para profundizar en su identidad de Hijo de Dios y vencer las tentaciones del maligno. Y serán también los Padres y las Madres del desierto, en la primera gran reforma del cristianismo, los que dejarán ya para toda la historia de la Iglesia la impronta indeleble del «desierto» como camino de conversión y reencuentro con Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Numeros  35,1-8Ciudades levíticas. La única tribu que nunca tuvo territorio fue la de Leví. La explicación religiosa es que su heredad era el mismo Señor, pues su oficio era exclusivamente religioso. Sin embargo, en previsión del espacio físico que los levitas debían ocupar encontramos esta ley que ordena a cada israelita ceder parte de su heredad para los levitas. El servicio al Señor no excluye la necesidad de poseer un espacio propio para sí y para la familia.


Numeros  35,9-34Ciudades de refugio. El versículo 35,6 exigía la entrega de seis ciudades a los levitas de entre las cuarenta y ocho que toda la comunidad israelita debía donar a esta tribu; aquí se amplía y regula la cuestión. De por medio está la ley del Talión: quitar la vida a quien la haya quitado. La normativa busca favorecer a quien sin intención ni culpa alguna había dado muerte a otra persona. Lo llamativo es que el homicida debía permanecer refugiado en una de aquellas ciudades hasta la muerte del sumo sacerdote (25.28). Esta figura llegó a ser tan venerada, que cuando un condenado a muerte era llevado al lugar de la ejecución, si por fortuna se cruzaba por su camino el sumo sacerdote, inmediatamente era indultado. Lo mismo sucedía el día en que moría el sumo sacerdote: se promulgaban indultos, rebaja de penas, expiación de culpas, etc. Los versículos 30-34 dejan entrever que era posible rescatar la vida de un homicida, una antigua costumbre hitita.
Israel conoce desde antiguo esta ley de la sangre: matar a quien hubiese matado, tarea que correspondía al pariente más próximo del asesinado. Esta legislación tardía suaviza un poco esa costumbre y establece además un juicio formal que podía determinar la condena a muerte del agresor, o bien su huida a una ciudad de refugio sin posibilidad de rescate. ¿Por qué no podía ser rescatado? Porque había derramado sangre, y la sangre sólo era posible expiarla con sangre. El refugio era una gracia concedida al agresor, quien debía confinarse allí, pero podía ser asesinado por el vengador si lo encontraba fuera de la ciudad refugio, en cuyo caso no se consideraba un crimen (27).