Numeros  36 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 13 versitos |
1

Herencia de las mujeres
27,1-11

Los jefes de familia del clan de los galaaditas, descendientes de Maquir, hijo de Manasés, uno de los clanes de la casa de José, se presentaron a Moisés, a los príncipes y jefes de familia israelita,
2 y declararon:
– Dios ha ordenado a mi señor que reparta la tierra por suerte a los israelitas. También ha ordenado a mi señor que haga pasar la herencia de Salfajad, nuestro hermano, a sus hijas.
3 Pero si se casan con uno de otra tribu israelita, su herencia se sustraerá de la herencia de nuestros padres; la herencia de la tribu a la que ellas pasen aumentará y la que nos tocó a nosotros disminuirá.
4 Y cuando llegue el jubileo de los israelitas, la herencia de ellas se sumará a la herencia de la tribu a la que hayan pasado y se sustraerá de la herencia de nuestros padres.
5 Entonces Moisés, por mandato del Señor, ordenó a los israelitas:
– La tribu de los hijos de José tiene razón.
6 El Señor ordena a las hijas de Salfajad: Podrán casarse con quien ellas quieran, pero siempre dentro de algún clan de su tribu.
7 La herencia de los israelitas no pasará de tribu a tribu, sino que todo israelita queda ligado a la herencia de la tribu paterna.
8 Las hijas que posean alguna herencia en cualquiera de las tribus israelitas, se casarán dentro de uno de los clanes de la tribu paterna. Así, cada israelita conservará la herencia de su padre;
9 y no pasará una herencia de una tribu a otra, sino que cada tribu estará ligada a su herencia.
10 Las hijas de Salfajad hicieron lo que el Señor había ordenado a Moisés,
11 Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá, hijas de Salfajad, se casaron con primos suyos.
12 Se casaron en clanes de los manasitas, tribu de José, conservando su herencia dentro de la tribu a la que pertenecía el clan paterno.
13 Éstas son las órdenes y las leyes que dio el Señor por medio de Moisés a los israelitas en la estepa de Moab, junto al Jordán, frente a Jericó.

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Introducción a Numeros 

NUMEROS

A este libro que nosotros llamamos «Números», por la referencia a los dos censos que contiene y por la minuciosidad aritmética que ofrece en cuestiones relacionadas con el culto, la tradición judía, según su costumbre, lo llaman «En el desierto», pues es una de las primeras palabras con las que comienza el relato. El desierto es el marco geográfico y también teológico, en el que se llevan a cabo todas las acciones.

Contexto del libro. El pueblo sigue en el desierto: sale del Sinaí (1-10) y se acerca a la tierra prometida después de un largo rodeo (21,10-33,49). A lo largo del peregrinaje va enriqueciendo su caudal de leyes o disposiciones.
El autor sacerdotal (P) ha convertido las andanzas de grupos seminómadas durante varios años en la marcha procesional de todo Israel, perfectamente dividido por tribus y clanes, perfectamente organizado y dispuesto como para un desfile militar o una procesión sacra. Las tribus son «los escuadrones» del Señor, cada una con su banderín o estandarte, que avanzan en rigurosa formación: en el centro, el Arca y la tienda; alrededor, los aaronitas y levitas y las doce tribus, tres por lado.
El viaje se realiza en cuarenta etapas (33), a toque de trompeta (10). El término del viaje es tierra sagrada y también es sagrada la organización; los israelitas son peregrinos hacia la tierra de Dios.
En contraste con este movimiento regular, se lee una serie poco trabada de episodios; entre ellos sobresalen el de los exploradores (13s) y el de Balaán (22-24). El primero narra la resistencia del pueblo, que provoca una dilación y un largo rodeo. El segundo muestra el poder del Señor sobre los poderes ocultos de la magia y la adivinación: el adivino extranjero se ve transformado en profeta de la gloria de Israel. Vemos a Moisés en su tarea de jefe y legislador, en sus debilidades y desánimos, en su gran intercesión a favor del pueblo.

Mensaje religioso. Sobre el sobrecogedor escenario del «desierto», imagen de nuestro peregrinar por la tierra, se va desarrollando la relación continua entre Dios y su pueblo Israel (símbolo de todos los pueblos). Dios es el guía de la peregrinación hacia la tierra prometida; a veces, lo hace con intervenciones de una presencia fulgurante; otras, silenciosamente, a través de la mediación de los profetas y hombres sabios que Él se ha escogido de entre el mismo pueblo.
El pueblo no es siempre dócil y fiel. Desobedece, se revela, pierde la meta de su peregrinación, añora otros caminos más fáciles y placenteros. Dios se irrita, reprende, castiga, pero siempre es el Dios que salva.
El libro de los Números nos ha dejado el ideal del «desierto», de las tentaciones y de la lucha, como el lugar privilegiado del encuentro del ser humano con su Dios. Tan gravado quedó en la conciencia colectiva de Israel, que toda reforma posterior será una llamada profética al ideal «desierto».
Es también el «desierto» a donde Jesús se retira antes de iniciar su vida pública para profundizar en su identidad de Hijo de Dios y vencer las tentaciones del maligno. Y serán también los Padres y las Madres del desierto, en la primera gran reforma del cristianismo, los que dejarán ya para toda la historia de la Iglesia la impronta indeleble del «desierto» como camino de conversión y reencuentro con Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Numeros  36,1-13Herencia de las mujeres. Esta ley debe ser leída en continuidad con 27,1-11, donde estas mismas mujeres, que no tienen hermanos varones ni maridos, reclaman por derecho una porción de tierra. El asunto del capítulo 27 es el derecho a recibir herencia; aquí, la transmisión de la herencia en el momento de casarse. Este caso responde al riesgo de la acumulación de tierra en pocas tribus por vía del matrimonio. Tal abuso es cortado de raíz al exigir como norma de derecho divino que los matrimonios se realicen entre parejas de clanes de una misma tribu; así, la tierra u otras posesiones no pasan a ser propiedad de tribus diferentes.
El versículo 13 concluye todo el libro, poniendo bajo la autoridad divina todo lo dicho y legislado en el período del desierto, y especialmente aquí, «en las estepas de Moab, junto al Jordán, frente a Jericó», a las puertas ya de la tierra prometida.
La continuación narrativa de este libro tenemos que buscarla en Josué, donde se nos relata el paso del río Jordán y las campañas conquistadoras del país cananeo.