Mateo 16 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 28 versitos |
1

Una señal celeste
12,38s; Mc 8,11s; Lc 12,54-56

Se acercaron los fariseos y saduceos y, para tentarlo, le pidieron que les mostrara una señal del cielo.
2 Él les contestó:
[– Al atardecer ustedes dicen: va a hacer buen tiempo porque el cielo está rojo.
3 Por la mañana dicen: hoy seguro llueve porque el cielo está rojo oscuro. Saben distinguir el aspecto del cielo y no distinguen las señales de los tiempos.]
4 Esta generación perversa y adúltera reclama una señal; y no se le dará más señal que la de Jonás.
Los dejó y se fue.
5

Mc 8,13-21

Al atravesar a la otra orilla, los discípulos se olvidaron de llevar pan.
6 Jesús les dijo:
–¡Pongan atención y cuídense de la levadura de los fariseos y saduceos!
7 Ellos comentaban:
– Se refiere a que no hemos traído pan.
8 Cayendo en la cuenta, Jesús les dijo:
–¿Qué comentan, hombres de poca fe? ¿Acaso no tienen pan?
9 ¿Todavía no entienden? ¿No se acuerdan de los cinco panes para los cinco mil y cuántos canastos sobraron?
10 ¿O de los siete panes para los cuatro mil y cuántas canastas sobraron?
11 ¿No se dan cuenta que no me refería a los panes? ¡Aléjense de la levadura de los fariseos y saduceos!
12 Entonces entendieron que no hablaba de cuidarse de la levadura del pan, sino de la enseñanza de los fariseos y saduceos.
13

Confesión de Pedro
Mc 8,27-30; Lc 9,18-21; cfr. Jn 6,67-71

Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe, preguntó a los discípulos:
–¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?
14 Ellos contestaron:
– Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, que es Elías; otros, Jeremías o algún otro profeta.
15 Él les dijo:
– Y ustedes, ¿quién dicen que soy?
16 Simón Pedro respondió:
– Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
17 Jesús le dijo:
–¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo!
18 Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá.
19 A ti te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.
20 Entonces les ordenó que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
21

Primer anuncio
de la pasión y resurrección
Mc 8,31– 9,1; Lc 9,22-27

A partir de entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, padecer mucho por causa de los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte y al tercer día resucitar.
22 Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderlo:
–¡Dios no lo permita, Señor! No te sucederá tal cosa.
23 Él se volvió y dijo a Pedro:
–¡Aléjate, Satanás! Quieres hacerme caer. Piensas como los hombres, no como Dios.
24 Entonces Jesús dijo a los discípulos:
– El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.
25 El que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda la vida por mi causa la conservará.
26 ¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?, ¿qué precio pagará por su vida?
27 El Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles. Entonces pagará a cada uno según su conducta.
28 Les aseguro: hay algunos de los que están aquí que no morirán antes de ver al Hijo del Hombre venir en su reino.

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Introducción a Mateo

Mateo

Contexto histórico. La obra de Mateo nos sitúa en la segunda generación cristiana. Durante varias décadas, después de la muerte y resurrección de Jesús, sus seguidores forman un grupo más -los «nazarenos»- dentro de la gran familia religiosa judía de fariseos, saduceos, zelotas, esenios y otros. Conviven con los demás grupos entre tensiones, tolerancia, indiferencia o sospecha. No faltan amagos y brotes de persecución. Así, hasta el año 70 en que sobreviene la catástrofe de Judea y Jerusalén, con la destrucción del Templo, en la guerra judeo-romana. De las ruinas materiales y la crisis espiritual emerge un grupo fariseo que unifica poderosamente la religiosidad bajo un férreo y normativo judaísmo, excluyendo cualquier tipo de pluralidad religiosa. De este modo, el rechazo a los cristianos o nazarenos cobra más intensidad hasta hacerse oficial en el sínodo judío de Yamnia (entre el año 85 y 90). Los judíos cristianos son excluidos formalmente de la sinagoga y deben comenzar a caminar solos.

Destinatarios
. Mateo parece escribir principalmente para estas comunidades, conscientes ya de su propia identidad. Y afirma, como «el dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (13,52), la continuidad y la novedad del mensaje de Jesús respecto a sus raíces judías. Continuidad, porque en Él, que es el Mesías, se cumplen las profecías y alcanza su perfección la Ley. Novedad, porque la «Buena Noticia», el «Evangelio», desborda todas las expectativas: «el vino nuevo se echa en odres nuevos» (9,17). Por eso, entre otras cosas, cita con frecuencia textos del Antiguo Testamento que se cumplen en muchos acontecimientos de la vida de Jesús, además de entroncarlo en la genealogía de David y de Abrahán (1,1). Jesús, superior a Moisés, aprueba los mandatos de la ley judía, pero también los corrige y los lleva a plenitud proponiendo sus bienaventuranzas (5,3-10). Después del momento escatológico de su muerte, investido de plenos poderes con la resurrección, lega su enseñanza como mandamientos a sus discípulos (28,16-20): en vez de la convergencia de las naciones hacia Israel, anunciada por los profetas, promueve la propagación de la Buena Noticia para todo el mundo. En vez de la circuncisión, instaura el bautismo como signo y realidad de pertenencia al nuevo pueblo de Dios.

Autor, fecha y lugar de composición.
Una tradición muy antigua atribuyó este evangelio a Mateo, el apóstol publicano (9,9). Hoy en día, sin embargo, una serie de razones convincentes hace pensar que su autor fue un cristiano de la segunda generación, proveniente del judaísmo de la diáspora. Compuso su obra en griego, utilizando los materiales de Marcos -el primer evangelio que se escribió-, e inspirándose también en otra tradición escrita, hoy perdida, conocida como «documento Q». En cuanto a su fecha de composición, el autor tiene conocimiento de la destrucción de Jerusalén (año 70) y experimenta muy de cerca la separación de los cristianos de la sinagoga judía (85-90); por eso, muchos biblistas sugieren como fecha probable la década de los 80. En cuanto a su lugar de origen: Antioquía, la capital de Siria, es la hipótesis más aceptada.

Un evangelio para una Iglesia que comienza a caminar.
Mateo es el evangelio más conocido, preferido y citado por la tradición antigua de la Iglesia, hasta llegar a ser, incluso en nuestros días, algo así como el «evangelio eclesiástico» por excelencia. Entre las razones que avalan esta afirmación, encontramos:
Su estilo literario.
Sobrio y didáctico. Claridad de composición y del desarrollo de los acontecimientos. Los relatos están cuidadosamente elaborados. Todo ello hace que sea un evangelio para ser proclamado en una asamblea eclesial.
Su carácter doctrinal. Aunque no es un tratado doctrinal o un catecismo, Mateo relata los hechos y milagros de la vida de Jesús teniendo presente a una comunidad cristiana de la segunda generación que comienza ya a organizarse y necesita ser instruida en la «nueva ley» que ha traído el Señor.
El Jesús que presenta. No es el Jesús visto con la espontaneidad del evangelio de Marcos, sino el Jesús que la fe de la comunidad vive y expresa en sus celebraciones litúrgicas: lleno de dignidad, majestuoso, y lleno de citas proféticas que se cumplen en su persona.
Los apóstoles. A diferencia del grupo asustadizo, duro de cabeza y tardo en comprender que nos presenta Marcos sin paliativos, el retrato que nos brinda Mateo de los apóstoles es el que conviene a una comunidad que comienza a organizarse y que necesita del ejemplo, prestigio y la autoridad de sus responsables. Reconociendo sus defectos, pero limando sus asperezas, los apóstoles, según Mateo, terminan comprendiendo las enseñanzas y las parábolas del Maestro (16,12); lo reconocen como Hijo de Dios (14,33). Cuando les habla del reinado de Dios y les pregunta si han entendido todo, ellos responden que sí, y a continuación los compara como a letrados expertos (13,51s). Más adelante los equipara a profetas, doctores y letrados (23,34). Es Mateo, también, el único de los evangelios sinópticos que nos relata el pasaje de la investidura de poder a Pedro, base y fundamento de la Iglesia (16,18).
El reino de Dios. Las comunidades de la segunda generación ya han comprendido que la instauración definitiva del reinado de Dios no es una realidad tan inminente, sino que les espera un largo camino por recorrer.
La Iglesia. Este reinado de Dios, en camino hacia su manifestación definitiva, ha tomado cuerpo en la comunidad cristiana, a la que Mateo llama «Iglesia», continuadora legítima del Israel histórico. Es el Israel auténtico que ha entrado ya en la etapa final. La comunidad no tiene que añorar el pasado ni renegar de él. Ahora se aglutina en su lealtad a Jesús, Mesías y Maestro, nuevo Moisés e Hijo de David. Es una comunidad consciente y organizada, en la que van cuajando normas de conducta, prácticas sacramentales y litúrgicas, y hasta una institución judicial. Una comunidad que se abre para anunciar su mensaje a judíos y paganos.

Sinopsis. La gran introducción de la infancia tiene valor de relato programático sobre la falsilla de Moisés en Egipto y de ciertos anuncios proféticos (1s). Tras el bautismo (3), el cuerpo de la obra se reparte geográficamente entre el ministerio en Galilea (4-13) y en Jerusalén (14-25), donde Jesús va pronunciando sus famosos cinco discursos -como un nuevo Pentateuco-: El sermón del monte (5-7), como contrafigura de la ley de Moisés; la misión presente de los apóstoles (10) que prefigura la futura; las parábolas (13) que explican cómo es el reinado de Dios; las instrucciones a la comunidad (18) y el discurso escatológico (24s). Sigue como desenlace la pasión, muerte y resurrección (26-28) sobre la falsilla de Sal 22 y otros textos del Antiguo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Mateo 16,1-12Una señal celeste. Esta vez acompañan a los fariseos los saduceos, los cuales exigen un signo del cielo como legitimación de quien se presenta como Mesías. Jesús responde con un juego ingenioso. Los signos naturales del cielo los interpretan sin dificultad; los signos terrestres, las coyunturas decisivas de la historia, no las saben interpretar. Después de poner al descubierto la ceguera espiritual de sus adversarios, Jesús se refiere una vez más a la «señal de Jonás», es decir, a su muerte y resurrección (4). Ante la incapacidad de los líderes del pueblo para descubrir en sus signos la presencia del reinado de Dios, Jesús se desentiende de ellos y concentra su actividad desde ahora y hasta el final del capítulo 18 en el grupo de discípulos para ir formando la comunidad. La lentitud de éstos en entender a Jesús muestra la necesidad que tienen de un conocimiento y una experiencia cada vez más intensos sobre su persona, su proyecto y las exigencias del seguimiento. Deben pasar de la preocupación a la confianza; de la comprensión material, a una más espiritual y a una actitud de vigilancia.
La levadura hace fermentar (13,33), pero también echa a perder y está excluida durante la Pascua (Éxo_12:15; 1Co_5:7s). La advertencia del Maestro es una invitación a estar precavidos para discernir todo lo que entra en contradicción con sus enseñanzas. Las palabras finales de Jesús invitan a desvelar el significado simbólico del pan en estos capítulos: el pan que Jesús reparte es el reinado de Dios, nacido de la levadura nueva de su enseñanza. Éste es el pan que los discípulos deben conservar sin contaminación y además, repartir a todos.


Mateo 16,13-20Confesión de Pedro. Éste es un texto denso y elaborado. Recoge un hecho tal como lo ha entendido y vivido la comunidad. Se trata de identificar el ser de la persona de Jesús. Jesús pregunta qué opinión tiene la gente de Él. El interrogante abierto en tiempos de Jesús sigue igualmente abierto en nuestros días. La respuesta puede darse desde el punto de vista de la gente, de la apreciación humana de este personaje histórico o desde el punto de vista de Dios, el de la revelación.
La gente buena, que ha presenciado la actividad de Jesús, lo considera un enviado especialísimo de Dios para preparar la era mesiánica. Simón declara que Jesús es el Mesías esperado y Jesús lo ratifica declarando que la confesión procede de una revelación del Padre (cfr. 11,27), por la cual Pedro (nuevo nombre que le da Jesús) tiene una bienaventuranza particular. Después prosigue estableciendo y declarando la función específica de Simón Pedro. Jesús se propone construir un «templo», una comunidad nueva, en la cual Pedro será una «piedra» fundamental. «Petra» en griego designa un sillar o la peña o roca donde se asienta un edificio. El edificio o comunidad es obra y pertenencia de Jesús, «mi Iglesia»; Pedro tendrá en ella una función mediadora central. Contra la Iglesia de Jesús nada podrá el poder de la muerte.
Este texto ha suscitado numerosas discusiones entre católicos y protestantes sobre la figura del Papa como sucesor de Pedro. La tradición católica sostiene que estas palabras se aplican a Pedro y también a todos los que le suceden en la tarea de presidir en la fe y el amor. La tradición protestante, sin embargo, ha visto en las palabras de Jesús una alabanza y una promesa referidas, no a la persona de Pedro, sino a su actitud de fe.
Mateo 16,21-28Primer anuncio de la pasión y resurrección. Hay un corte narrativo y un nuevo comienzo: se inicia el camino hacia la pasión y muerte. La primera predicación de la pasión desvanece cualquier duda sobre qué clase de Mesías es Jesús. Proclama sin ambigüedades que tendrá que sufrir y morir como consecuencia de su mesianismo, de acuerdo con el plan del Padre.
Pedro, que poco antes había confesado su fe en Jesús, ahora rechaza la posibilidad de sufrimiento y muerte del Mesías. Jesús reacciona muy bruscamente llamándole Satanás (23), es decir, se comporta como una piedra de tropiezo, con una manera de pensar solamente humana. Jesús reprende a Pedro, que insiste en encajar a Jesús en una de las imágenes tradicionales del Mesías. Pedro no espera un Siervo sufriente (Isa_42:1), sino que le impone a Jesús su propia imagen triunfante. La respuesta tajante de Jesús echa por tierra todas estas pretensiones que no se ajustan a lo que Él había obrado durante su misión.
Al anuncio de la pasión sigue el precio y la recompensa del discipulado. Así como antes los discípulos habían participado del poder de Jesús (Isa_10:1), ahora tendrán que correr la misma suerte que el Maestro. Las sentencias sobre la necesidad de cargar la cruz y entregar la vida lo ponen de relieve. La fidelidad total en el seguimiento implica frecuentemente dificultades y hasta persecuciones. Aceptar el discipulado cristiano sin condiciones, con todas las implicaciones que lleva consigo, es cargar con la cruz. Somos los discípulos de un hombre ajusticiado en la cruz.
Durante mucho tiempo, ciertas corrientes ascéticas han entendido la negación de sí mismo como una especie de combate contra los deseos del individuo. La negación de sí mismo debe leerse en la clave iluminadora de la cruz. Pero la cruz de la que habló Jesús tiene una dimensión más redentora y solidaria: se trata de la cruz de la injusticia, de la miseria y de la exclusión que los sistemas sociales de todos los tiempos les imponen a las personas más débiles. Si Jesús nos invita hoy a negarnos a nosotros mismos y a cargar con la cruz, no nos invita a un ejercicio piadoso, sino a una opción serena y responsable por aquéllos a los que el sistema les impone la cruz de la intolerancia, la exclusión y la miseria. No nos inventemos más cruces para no aceptar la verdadera cruz del Maestro.
El discípulo de Jesús no se pertenece, pertenece a la familia de Jesús (véase el comentario a 10,16-33). Está siempre disponible para las urgencias del reino. «Salvar la vida»/«perder la vida» son la expresión máxima del egoísmo o de la solidaridad: retener la vida para sí mismo, cerrando los ojos y el corazón a las necesidades de los pobres y excluidos, es perderla para la causa del reino; y entregar la vida, «descentrarse» para poner el centro en aquéllos a los que se les niega permanente la vida o su dignidad, es ganarla para la progresiva instauración del reino. Éste será el criterio definitivo de discernimiento en el juicio de las naciones. La libertad y la felicidad cristianas sólo se encuentran en la aceptación gozosa de la voluntad de Dios que nos invita a escuchar a su Hijo y a seguirle por los caminos y sendas que Él recorrió (25s).