Mateo 18 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 35 versitos |
1

Instrucción comunitaria
Mc 9,33-37; Lc 9,46-48

En aquel tiempo los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron:
–¿Quién es el más grande en el reino de los cielos?
2 Él llamó a un niño, lo colocó en medio de ellos
3 y dijo:
– Les aseguro que si no se convierten y se hacen como los niños, no entrarán en el reino de los cielos.
4 El que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.
5 Y el que reciba en mi nombre a uno de estos niños a mí me recibe.
6

Mc 9,42-48; Lc 17,1s

Pero el que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al fondo del mar.
7 ¡Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que sucedan escándalos. Pero, ¡ay del hombre por quien viene el escándalo!
8 Si tu mano o tu pie es para ti ocasión de pecado, córtatelo y tíralo lejos de ti. Más te vale entrar en la vida manco o cojo que con dos manos o dos pies ser arrojado al fuego eterno.
9 Si tu ojo es para ti ocasión de pecado, sácatelo y tíralo lejos de ti. Más te vale entrar en la vida tuerto que con dos ojos ser arrojado al infierno de fuego.
10

La oveja perdida
Lc 15,3-7

Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños. Pues les digo que sus ángeles en el cielo contemplan continuamente el rostro de mi Padre del cielo.
11 [[Porque el Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido.]]
12 ¿Qué les parece? Supongamos que un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una: ¿no dejará las noventa y nueve en el monte para ir a buscar la extraviada?
13 Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve no extraviadas.
14 Del mismo modo, el Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.
15

Sobre el perdón
Lc 17,3s

Si tu hermano te ofende, ve y corrígelo, tú y él a solas. Si te escucha has ganado a tu hermano.
16 Si no te hace caso, hazte acompañar de uno o dos, para que el asunto se resuelva por dos o tres testigos.
17 Si no les hace caso, informa a la comunidad. Y si no hace caso a la comunidad considéralo un pagano o un recaudador de impuestos.
18 Les aseguro que lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.
19 Les digo también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, mi Padre del cielo se la concederá.
20 Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy allí, en medio de ellos.
21 Entonces se acercó Pedro y le preguntó:
– Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarle? ¿Hasta siete veces?
22 Le contestó Jesús:
– No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
23

Los dos deudores

Por eso, el reino de los cielos se parece a un rey que decidió ajustar cuentas con sus sirvientes.
24 Ni bien comenzó, le presentaron uno que le adeudaba diez mil monedas de oro.
25 Como no tenía con qué pagar, mandó el rey que vendieran a su mujer, sus hijos y todas sus posesiones para pagar la deuda.
26 El sirviente se arrodilló ante él suplicándole: ¡Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré!
27 Compadecido de aquel sirviente, el rey lo dejó ir y le perdonó la deuda.
28 Al salir, aquel sirviente tropezó con un compañero que le debía cien monedas. Lo agarró del cuello y mientras lo ahogaba le decía: ¡Págame lo que me debes!
29 Cayendo a sus pies, el compañero le suplicaba: ¡Ten paciencia conmigo y te lo pagaré!
30 Pero el otro se negó y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda.
31 Al ver lo sucedido, los otros sirvientes se sintieron muy mal y fueron a contarle al rey todo lo sucedido.
32 Entonces el rey lo llamó y le dijo: ¡Sirviente malvado, toda aquella deuda te la perdoné porque me lo suplicaste!
33 ¿No tenías tú que tener compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?
34 E indignado, el rey lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
35 Así los tratará mi Padre del cielo si no perdonan de corazón a sus hermanos.

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Introducción a Mateo

Mateo

Contexto histórico. La obra de Mateo nos sitúa en la segunda generación cristiana. Durante varias décadas, después de la muerte y resurrección de Jesús, sus seguidores forman un grupo más -los «nazarenos»- dentro de la gran familia religiosa judía de fariseos, saduceos, zelotas, esenios y otros. Conviven con los demás grupos entre tensiones, tolerancia, indiferencia o sospecha. No faltan amagos y brotes de persecución. Así, hasta el año 70 en que sobreviene la catástrofe de Judea y Jerusalén, con la destrucción del Templo, en la guerra judeo-romana. De las ruinas materiales y la crisis espiritual emerge un grupo fariseo que unifica poderosamente la religiosidad bajo un férreo y normativo judaísmo, excluyendo cualquier tipo de pluralidad religiosa. De este modo, el rechazo a los cristianos o nazarenos cobra más intensidad hasta hacerse oficial en el sínodo judío de Yamnia (entre el año 85 y 90). Los judíos cristianos son excluidos formalmente de la sinagoga y deben comenzar a caminar solos.

Destinatarios
. Mateo parece escribir principalmente para estas comunidades, conscientes ya de su propia identidad. Y afirma, como «el dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (13,52), la continuidad y la novedad del mensaje de Jesús respecto a sus raíces judías. Continuidad, porque en Él, que es el Mesías, se cumplen las profecías y alcanza su perfección la Ley. Novedad, porque la «Buena Noticia», el «Evangelio», desborda todas las expectativas: «el vino nuevo se echa en odres nuevos» (9,17). Por eso, entre otras cosas, cita con frecuencia textos del Antiguo Testamento que se cumplen en muchos acontecimientos de la vida de Jesús, además de entroncarlo en la genealogía de David y de Abrahán (1,1). Jesús, superior a Moisés, aprueba los mandatos de la ley judía, pero también los corrige y los lleva a plenitud proponiendo sus bienaventuranzas (5,3-10). Después del momento escatológico de su muerte, investido de plenos poderes con la resurrección, lega su enseñanza como mandamientos a sus discípulos (28,16-20): en vez de la convergencia de las naciones hacia Israel, anunciada por los profetas, promueve la propagación de la Buena Noticia para todo el mundo. En vez de la circuncisión, instaura el bautismo como signo y realidad de pertenencia al nuevo pueblo de Dios.

Autor, fecha y lugar de composición.
Una tradición muy antigua atribuyó este evangelio a Mateo, el apóstol publicano (9,9). Hoy en día, sin embargo, una serie de razones convincentes hace pensar que su autor fue un cristiano de la segunda generación, proveniente del judaísmo de la diáspora. Compuso su obra en griego, utilizando los materiales de Marcos -el primer evangelio que se escribió-, e inspirándose también en otra tradición escrita, hoy perdida, conocida como «documento Q». En cuanto a su fecha de composición, el autor tiene conocimiento de la destrucción de Jerusalén (año 70) y experimenta muy de cerca la separación de los cristianos de la sinagoga judía (85-90); por eso, muchos biblistas sugieren como fecha probable la década de los 80. En cuanto a su lugar de origen: Antioquía, la capital de Siria, es la hipótesis más aceptada.

Un evangelio para una Iglesia que comienza a caminar.
Mateo es el evangelio más conocido, preferido y citado por la tradición antigua de la Iglesia, hasta llegar a ser, incluso en nuestros días, algo así como el «evangelio eclesiástico» por excelencia. Entre las razones que avalan esta afirmación, encontramos:
Su estilo literario.
Sobrio y didáctico. Claridad de composición y del desarrollo de los acontecimientos. Los relatos están cuidadosamente elaborados. Todo ello hace que sea un evangelio para ser proclamado en una asamblea eclesial.
Su carácter doctrinal. Aunque no es un tratado doctrinal o un catecismo, Mateo relata los hechos y milagros de la vida de Jesús teniendo presente a una comunidad cristiana de la segunda generación que comienza ya a organizarse y necesita ser instruida en la «nueva ley» que ha traído el Señor.
El Jesús que presenta. No es el Jesús visto con la espontaneidad del evangelio de Marcos, sino el Jesús que la fe de la comunidad vive y expresa en sus celebraciones litúrgicas: lleno de dignidad, majestuoso, y lleno de citas proféticas que se cumplen en su persona.
Los apóstoles. A diferencia del grupo asustadizo, duro de cabeza y tardo en comprender que nos presenta Marcos sin paliativos, el retrato que nos brinda Mateo de los apóstoles es el que conviene a una comunidad que comienza a organizarse y que necesita del ejemplo, prestigio y la autoridad de sus responsables. Reconociendo sus defectos, pero limando sus asperezas, los apóstoles, según Mateo, terminan comprendiendo las enseñanzas y las parábolas del Maestro (16,12); lo reconocen como Hijo de Dios (14,33). Cuando les habla del reinado de Dios y les pregunta si han entendido todo, ellos responden que sí, y a continuación los compara como a letrados expertos (13,51s). Más adelante los equipara a profetas, doctores y letrados (23,34). Es Mateo, también, el único de los evangelios sinópticos que nos relata el pasaje de la investidura de poder a Pedro, base y fundamento de la Iglesia (16,18).
El reino de Dios. Las comunidades de la segunda generación ya han comprendido que la instauración definitiva del reinado de Dios no es una realidad tan inminente, sino que les espera un largo camino por recorrer.
La Iglesia. Este reinado de Dios, en camino hacia su manifestación definitiva, ha tomado cuerpo en la comunidad cristiana, a la que Mateo llama «Iglesia», continuadora legítima del Israel histórico. Es el Israel auténtico que ha entrado ya en la etapa final. La comunidad no tiene que añorar el pasado ni renegar de él. Ahora se aglutina en su lealtad a Jesús, Mesías y Maestro, nuevo Moisés e Hijo de David. Es una comunidad consciente y organizada, en la que van cuajando normas de conducta, prácticas sacramentales y litúrgicas, y hasta una institución judicial. Una comunidad que se abre para anunciar su mensaje a judíos y paganos.

Sinopsis. La gran introducción de la infancia tiene valor de relato programático sobre la falsilla de Moisés en Egipto y de ciertos anuncios proféticos (1s). Tras el bautismo (3), el cuerpo de la obra se reparte geográficamente entre el ministerio en Galilea (4-13) y en Jerusalén (14-25), donde Jesús va pronunciando sus famosos cinco discursos -como un nuevo Pentateuco-: El sermón del monte (5-7), como contrafigura de la ley de Moisés; la misión presente de los apóstoles (10) que prefigura la futura; las parábolas (13) que explican cómo es el reinado de Dios; las instrucciones a la comunidad (18) y el discurso escatológico (24s). Sigue como desenlace la pasión, muerte y resurrección (26-28) sobre la falsilla de Sal 22 y otros textos del Antiguo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Mateo 18,1-9Instrucción comunitaria. Este capítulo presenta el cuarto de los cinco grandes discursos de Jesús. Se dirige especialmente a los discípulos y son instrucciones para una comunidad dividida. Se pueden adivinar tensiones entre los distintos grupos y problemas de convivencia. Para iluminar esta situación, Mateo nos exhorta a prestar atención a los pequeños y el perdón como norma básica en la comunidad cristiana; un modelo de comunidad para todos los tiempos. Este cambio de valores se ha inaugurado con la llegada del reino.
La ocasión de este discurso deriva de la pregunta de los discípulos (1). La Iglesia debe organizarse y algunos asumen ciertos servicios y responsabilidades. ¿Son estas personas más importantes? Los discípulos quieren saber, y Mateo les recuerda las enseñanzas de Jesús sobre este tema. Como respuesta, Jesús señala a un niño (2) y pide a los discípulos que se hagan como ellos (3). A diferencia de ahora, en aquella sociedad el niño no tenía derechos legales; todo lo que recibía era para él un regalo. Del mismo modo, el reino de Dios no se adquiere por las propias fuerzas; es un don que se recibe con la sencillez y el agradecimiento de un niño.
En el evangelio de Mateo, la palabra «pequeño» no se refiere únicamente a los niños. Pequeños son todas aquellas personas humildes y sencillas que desde su simplicidad de vida han optado por seguir a Jesús con toda radicalidad. La comunidad cristiana, particularmente sus responsables, han de tener cuidado de no subestimar la función y el aporte de estas personas. Los pequeños encarnan los valores fundamentales de la Buena Noticia y hacen patente la presencia de Jesús entre los más pobres y sencillos.


Mateo 18,10-14La oveja perdida. Quizás sería preferible hablar del pastor que sale en busca de la oveja extraviada. La experiencia de Jesús respecto de su Padre no era la de un Dios excluyente. Él sabía que Dios se definía como Padre, precisamente por salir al encuentro de lo perdido, por hacer una oferta de amor al que estaba en la peor circunstancia. Dejar las noventa y nueve ovejas para ir en busca de la perdida hasta encontrarla, cargarla sobre sus hombros, alegrarse por su encuentro y participar a otros su alegría, ¿no era precisamente la forma más expresiva de anunciar que Dios era verdaderamente Padre? Amar a la persona perdida no era dejar de amar a las otras, sino garantizarles amor si llegaran a perderse.
Mateo aplica la parábola a los discípulos seducidos y engañados que se han apartado de las enseñanzas de Jesús. Es la conducta que hay que asumir ante los caídos o los que se hallan en peligro de caer. La vida extraviada necesita que alguien la valore y no la deje morir. Dios no da a nadie por perdido y siempre espera.
Leída en este contexto, la parábola subraya el valor único de cada persona y descubre a los cristianos que la fraternidad se construye desde la paternidad de Dios: cuando van en busca de la persona extraviada están cumpliendo la voluntad del Padre que «no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños» (14).
Mateo 18,15-22Sobre el perdón. En la comunidad debe reinar la paz, bien porque no hay ofensas o porque se busca la reconciliación (14). Si un miembro de la comunidad cristiana se niega a reconciliarse será como un extraño a la comunidad y los responsables tienen el derecho de excluirlo mientras permanezca en esa actitud (cfr. 1Co_5:5s).
La referencia al perdón y a la reconciliación se completa con una instrucción sobre la oración comunitaria. La comunidad orante es un lugar privilegiado de la presencia de Jesús (cfr. 28,20) siempre que se den las condiciones y actitudes que Jesús señaló en la oración del Padrenuestro.
Mateo 18,23-35Los dos deudores. A la pregunta «aritmética» de Pedro (21) responde el Señor en el mismo terreno, saltando de un número generoso a otro indefinido. Y lo aclara con una parábola que se complace en los contrastes extremos. La venganza era una ley sagrada en todo el Antiguo Oriente y el perdón, humillante; pero, para el cristiano, la contrapartida de la venganza es el perdón ilimitado.
La parábola describe la relación de los seres humanos con Dios y con los demás. La deuda de diez mil monedas de oro, impagable, en todo caso, simboliza la situación de todo persona a quien Dios perdona por pura gracia (24s). La actitud del siervo despiadado retrata la mezquindad del corazón humano. Unos a otros nos debemos «cien monedas» (28), una ridiculez en comparación con lo que se nos ha sido perdonado. ¿Cuál debe ser la reacción nuestra frente al prójimo? Dios nos abre la gracia de su perdón de una manera insospechada, pero la retira ante los corazones ruines que niegan el perdón al prójimo.
Quien haya experimentado la misericordia del Padre no puede andar calculando las fronteras del perdón y la acogida a los hermanos.