Mateo 28 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 20 versitos |
1

Resurrección de Jesús
Mc 16,1-8; Lc 24,1-12; cfr. Jn 20,1-10

Pasado el sábado, al despuntar el alba del primer día de la semana, fue María Magdalena con la otra María a examinar el sepulcro.
2 De repente se produjo un fuerte temblor: Un ángel del Señor bajó del cielo, llegó e hizo rodar la piedra y se sentó encima.
3 Su aspecto era como el de un relámpago y su vestido blanco como la nieve.
4 Los de la guardia se pusieron a temblar de miedo y quedaron como muertos.
5 El ángel dijo a las mujeres:
– Ustedes no teman. Sé que buscan a Jesús, el crucificado.
6 No está aquí; ha resucitado como había dicho. Acérquense a ver el lugar donde yacía.
7 Después vayan corriendo a anunciar a los discípulos que ha resucitado y que irá por delante a Galilea; allí lo verán. Éste es mi mensaje.
8 Se alejaron rápidamente del sepulcro, llenas de miedo y gozo, y corrieron a dar la noticia a los discípulos.
9

cfr. Mc 16,9-13; Lc 24,13-35; Jn 20,11-18

Jesús les salió al encuentro y les dijo:
–¡Alégrense!
Ellas se acercaron, se abrazaron a sus pies y se postraron ante él.
10 Jesús les dijo:
– No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, donde me verán.
11 Mientras ellas caminaban, algunos de la guardia fueron a la ciudad y contaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido.
12 Éstos se reunieron a deliberar con los ancianos y ofrecieron a los soldados una buena suma
13 encargándoles:
– Digan que durante la noche, mientras ustedes dormían, llegaron los discípulos y robaron el cadáver.
14 Si llega la noticia a oídos del gobernador, nosotros lo tranquilizaremos para que no los castigue.
15 Ellos aceptaron el dinero y siguieron las instrucciones recibidas. Así se difundió ese cuento entre los judíos hasta [el día de] hoy.
16

Misión de los discípulos
cfr. Mc 16,14-20; Lc 24,36-49; Jn 20,19-23; Hch 1,7s

Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que les había indicado Jesús.
17 Al verlo, se postraron, pero algunos dudaron.
18 Jesús se acercó y les habló:
– Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra.
19 Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
20 y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.

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Introducción a Mateo

Mateo

Contexto histórico. La obra de Mateo nos sitúa en la segunda generación cristiana. Durante varias décadas, después de la muerte y resurrección de Jesús, sus seguidores forman un grupo más -los «nazarenos»- dentro de la gran familia religiosa judía de fariseos, saduceos, zelotas, esenios y otros. Conviven con los demás grupos entre tensiones, tolerancia, indiferencia o sospecha. No faltan amagos y brotes de persecución. Así, hasta el año 70 en que sobreviene la catástrofe de Judea y Jerusalén, con la destrucción del Templo, en la guerra judeo-romana. De las ruinas materiales y la crisis espiritual emerge un grupo fariseo que unifica poderosamente la religiosidad bajo un férreo y normativo judaísmo, excluyendo cualquier tipo de pluralidad religiosa. De este modo, el rechazo a los cristianos o nazarenos cobra más intensidad hasta hacerse oficial en el sínodo judío de Yamnia (entre el año 85 y 90). Los judíos cristianos son excluidos formalmente de la sinagoga y deben comenzar a caminar solos.

Destinatarios
. Mateo parece escribir principalmente para estas comunidades, conscientes ya de su propia identidad. Y afirma, como «el dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (13,52), la continuidad y la novedad del mensaje de Jesús respecto a sus raíces judías. Continuidad, porque en Él, que es el Mesías, se cumplen las profecías y alcanza su perfección la Ley. Novedad, porque la «Buena Noticia», el «Evangelio», desborda todas las expectativas: «el vino nuevo se echa en odres nuevos» (9,17). Por eso, entre otras cosas, cita con frecuencia textos del Antiguo Testamento que se cumplen en muchos acontecimientos de la vida de Jesús, además de entroncarlo en la genealogía de David y de Abrahán (1,1). Jesús, superior a Moisés, aprueba los mandatos de la ley judía, pero también los corrige y los lleva a plenitud proponiendo sus bienaventuranzas (5,3-10). Después del momento escatológico de su muerte, investido de plenos poderes con la resurrección, lega su enseñanza como mandamientos a sus discípulos (28,16-20): en vez de la convergencia de las naciones hacia Israel, anunciada por los profetas, promueve la propagación de la Buena Noticia para todo el mundo. En vez de la circuncisión, instaura el bautismo como signo y realidad de pertenencia al nuevo pueblo de Dios.

Autor, fecha y lugar de composición.
Una tradición muy antigua atribuyó este evangelio a Mateo, el apóstol publicano (9,9). Hoy en día, sin embargo, una serie de razones convincentes hace pensar que su autor fue un cristiano de la segunda generación, proveniente del judaísmo de la diáspora. Compuso su obra en griego, utilizando los materiales de Marcos -el primer evangelio que se escribió-, e inspirándose también en otra tradición escrita, hoy perdida, conocida como «documento Q». En cuanto a su fecha de composición, el autor tiene conocimiento de la destrucción de Jerusalén (año 70) y experimenta muy de cerca la separación de los cristianos de la sinagoga judía (85-90); por eso, muchos biblistas sugieren como fecha probable la década de los 80. En cuanto a su lugar de origen: Antioquía, la capital de Siria, es la hipótesis más aceptada.

Un evangelio para una Iglesia que comienza a caminar.
Mateo es el evangelio más conocido, preferido y citado por la tradición antigua de la Iglesia, hasta llegar a ser, incluso en nuestros días, algo así como el «evangelio eclesiástico» por excelencia. Entre las razones que avalan esta afirmación, encontramos:
Su estilo literario.
Sobrio y didáctico. Claridad de composición y del desarrollo de los acontecimientos. Los relatos están cuidadosamente elaborados. Todo ello hace que sea un evangelio para ser proclamado en una asamblea eclesial.
Su carácter doctrinal. Aunque no es un tratado doctrinal o un catecismo, Mateo relata los hechos y milagros de la vida de Jesús teniendo presente a una comunidad cristiana de la segunda generación que comienza ya a organizarse y necesita ser instruida en la «nueva ley» que ha traído el Señor.
El Jesús que presenta. No es el Jesús visto con la espontaneidad del evangelio de Marcos, sino el Jesús que la fe de la comunidad vive y expresa en sus celebraciones litúrgicas: lleno de dignidad, majestuoso, y lleno de citas proféticas que se cumplen en su persona.
Los apóstoles. A diferencia del grupo asustadizo, duro de cabeza y tardo en comprender que nos presenta Marcos sin paliativos, el retrato que nos brinda Mateo de los apóstoles es el que conviene a una comunidad que comienza a organizarse y que necesita del ejemplo, prestigio y la autoridad de sus responsables. Reconociendo sus defectos, pero limando sus asperezas, los apóstoles, según Mateo, terminan comprendiendo las enseñanzas y las parábolas del Maestro (16,12); lo reconocen como Hijo de Dios (14,33). Cuando les habla del reinado de Dios y les pregunta si han entendido todo, ellos responden que sí, y a continuación los compara como a letrados expertos (13,51s). Más adelante los equipara a profetas, doctores y letrados (23,34). Es Mateo, también, el único de los evangelios sinópticos que nos relata el pasaje de la investidura de poder a Pedro, base y fundamento de la Iglesia (16,18).
El reino de Dios. Las comunidades de la segunda generación ya han comprendido que la instauración definitiva del reinado de Dios no es una realidad tan inminente, sino que les espera un largo camino por recorrer.
La Iglesia. Este reinado de Dios, en camino hacia su manifestación definitiva, ha tomado cuerpo en la comunidad cristiana, a la que Mateo llama «Iglesia», continuadora legítima del Israel histórico. Es el Israel auténtico que ha entrado ya en la etapa final. La comunidad no tiene que añorar el pasado ni renegar de él. Ahora se aglutina en su lealtad a Jesús, Mesías y Maestro, nuevo Moisés e Hijo de David. Es una comunidad consciente y organizada, en la que van cuajando normas de conducta, prácticas sacramentales y litúrgicas, y hasta una institución judicial. Una comunidad que se abre para anunciar su mensaje a judíos y paganos.

Sinopsis. La gran introducción de la infancia tiene valor de relato programático sobre la falsilla de Moisés en Egipto y de ciertos anuncios proféticos (1s). Tras el bautismo (3), el cuerpo de la obra se reparte geográficamente entre el ministerio en Galilea (4-13) y en Jerusalén (14-25), donde Jesús va pronunciando sus famosos cinco discursos -como un nuevo Pentateuco-: El sermón del monte (5-7), como contrafigura de la ley de Moisés; la misión presente de los apóstoles (10) que prefigura la futura; las parábolas (13) que explican cómo es el reinado de Dios; las instrucciones a la comunidad (18) y el discurso escatológico (24s). Sigue como desenlace la pasión, muerte y resurrección (26-28) sobre la falsilla de Sal 22 y otros textos del Antiguo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Mateo 28,1-15Resurrección. Si en el relato de la pasión los tres sinópticos siguen sendas paralelas, en los relatos de la resurrección presentan divergencias impresionantes. Ninguno intenta describir el momento y modo de la resurrección, ya que trasciende la experimentación sensible. Simplemente afirman triunfalmente el hecho y lo confirman con relatos diversos. En ellos constituyen el núcleo esencial los siguientes elementos: la identificación del aparecido, su identidad con el Jesús histórico, su corporeidad, su manifestación cierta, su trato con los discípulos y la personalidad de diversos testigos.
Saltando el intermedio de 11-15, Mateo estiliza su breve relato en tres momentos: el mensaje del ángel a las mujeres, la aparición de Jesús a las mujeres, la misión de los apóstoles.
Las mujeres van a hacer una visita de afecto o inspección. Un dramatismo consciente en el narrador impregna la escena. Un súbito temblor de tierra anticipa un giro inesperado de los acontecimientos. Para evocar el misterio, Mateo emplea imágenes sorprendentes, como la conmoción producida en los elementos de la naturaleza. Luego se limita a presentar los hechos humanamente accesibles como el temblor de tierra, la tumba vacía y las apariciones del Resucitado a las mujeres y a los discípulos.
Del sepulcro vacío parten dos mensajes: el de las mujeres, convertidas en mensajeras de la resurrección, y el de los guardianes del sepulcro, que se dirigen a los sumos sacerdotes para comunicarles lo ocurrido. El hecho cierto es que el sepulcro está vacío; esto lo admiten todos, pero las explicaciones son diversas. Mateo recoge dos posibilidades y las expone con gran neutralidad, al menos aparentemente: el robo del cadáver o la resurrección. Las apariciones en las que se menciona el paulatino reconocimiento del Resucitado tienden a asegurar la íntima conexión entre los momentos de muerte y resurrección.
Es interesante notar que son dos mujeres las encargadas de realizar el primer anuncio de la resurrección. Teniendo en cuenta que en aquella cultura el testimonio de una mujer no era considerado válido, llama la atención el hecho de que los evangelistas relacionen unánimemente el descubrimiento de la tumba vacía con estas mujeres. En la tradición de la Iglesia se las llegó a conocer como «apóstoles de los apóstoles»; las dos mujeres son las primeras portadoras del mensaje pascual.
Lo que ocurrió en aquel momento sigue ocurriendo hoy. La resurrección de Jesús no es un hecho comprobable, sino un hecho sobrenatural admisible únicamente desde la fe. Cuando se cierra el corazón a la fe, la resurrección pasa automáticamente al terreno de la leyenda. Para un cristiano, la resurrección es el fundamento de su fe. Pablo dice que si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe (1Co_15:14.17).


Mateo 28,16-20Misión de los discípulos. Para concluir, Mateo compone una escena magistral. En el espacio de cinco versículos condensa lo sustancial de su cristología y eclesiología.
Jesús se presenta en Galilea, como volviendo al comienzo y abandonando Jerusalén, adonde fue sólo a morir. Sube al monte, en ascensión simbólica, como cuando proclamó su mensaje del reino (capítulos 5 al 7) o se transfiguró (capítulo 17). Los once discípulos de aquel momento representan a toda la Iglesia; por eso, no falta quien dude. Ven al resucitado y han de ser sus testigos.
Jesús toma la palabra afirmando su plena autoridad recibida de Dios. En virtud de ella envía a sus discípulos a una misión universal, no limitada ya a los judíos. No han de enseñar para ser maestros de muchos discípulos (23,8), sino para «hacer discípulos» de Jesús. Como rito de consagración, administrarán el bautismo, con la invocación trinitaria explícita, inaugurando así el tiempo de la Iglesia. Desde la experiencia pascual, los discípulos van a anunciar la resurrección de Jesús y no el reino de Dios. El cambio, en apariencia notable, no es tal. Anunciar la resurrección de Jesús es anunciar que el reino ha llegado y han comenzado los nuevos tiempos. Los relatos pascuales nos colocan frente a la convicción de la comunidad primitiva de que el reino ha comenzado con la resurrección de Jesús, en quien se ha hecho manifiesto el poder vivificador de Dios.
El evangelio termina como empezó. Al principio nos fue anunciado el nombre de Emanuel, Dios con nosotros, en la historia del pueblo elegido (Isa_7:14). Ahora se nos asegura que la profecía de Isaías se ha hecho permanente realidad: «Yo estaré con ustedes siempre» (20). No es tarea fácil, pero Jesús estará siempre presente con su presencia consoladora y reconfortante en todas las situaciones de la misión evangelizadora, tanto en la predicación, la enseñanza y la celebración, como en la persecución y en la prueba.
La misión de los discípulos es tan amplia como el mundo y como el tiempo que habrá de transcurrir hasta el final de la historia. La comunidad cristiana es, a partir de ahora, memoria del crucificado-resucitado, a pesar del escándalo que significaba para el pueblo judío la muerte infame en la cruz. Es también comunidad de testimonio: han de ser testigos del crucificado-resucitado. Sólo en este seguimiento concreto la comunidad descubre el significado de la misión y la persona de Jesús. Descubre que el reino está ligado indisolublemente a la salvación de los pobres y marginados, y que la forma concreta de su realización no puede prescindir de la actuación histórica de Jesús. Desde la persona y misión de Jesús surgen dos actitudes comunitarias: simpatía del pueblo y libertad frente a los poderes.
La Iglesia de Jesús es esencialmente una comunidad misionera. Las palabras del Señor resucitado «vayan» (19), «pónganse en camino», la invitan a salir constantemente de sí misma, de sus problemas y preocupaciones domésticas, para abrirse a un nuevo horizonte: el de toda persona que no conoce el gozo de sentirse hijo e hija de Dios y hermanos y hermanas entre sí. Para ello cuentan con la presencia constante de Jesús que estará siempre presente: «Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (20).