Juan  4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 54 versitos |
1

Jesús y la samaritana

Los fariseos se enteraron de que Jesús tenía más discípulos y bautizaba más que Juan;
2 si bien eran sus discípulos los que bautizaban, no él personalmente. Cuando Jesús lo supo,
3 abandonó Judea y se dirigió de nuevo a Galilea.
4 Tenía que atravesar Samaría.
5 Llegó a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob dio a su hijo José.
6 Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, se sentó tranquilamente junto al pozo. Era mediodía.
7 Una mujer de Samaría llegó a sacar agua.
Jesús le dice:
– Dame de beber.
8 Los discípulos habían ido al pueblo a comprar comida.
9 Le responde la samaritana:
–¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Los judíos no se tratan con los samaritanos.
10 Jesús le contestó:
– Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva.
11 Le dice [la mujer]:
– Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es profundo, ¿dónde vas a conseguir agua viva?
12 ¿Eres, acaso, más poderoso que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebían él, sus hijos y sus rebaños?
13 Le contestó Jesús:
– El que bebe de esta agua vuelve a tener sed;
14 quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, porque el agua que le daré se convertirá dentro de él en manantial que brota dando vida eterna.
15 Le dice la mujer:
– Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed y no tenga que venir acá a sacarla.
16 Le dice:
– Ve, llama a tu marido y vuelve acá.
17 Le contestó la mujer:
– No tengo marido.
Le dice Jesús:
– Tienes razón al decir que no tienes marido;
18 porque has tenido cinco hombres, y el que tienes ahora tampoco es tu marido. En eso has dicho la verdad.
19 Le dice la mujer:
– Señor, veo que eres profeta.
20 Nuestros padres daban culto en este monte; ustedes en cambio dicen que es en Jerusalén donde hay que dar culto.
21 Le dice Jesús:
– Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén se dará culto al Padre.
22 Ustedes dan culto a lo que no conocen, nosotros damos culto a lo que conocemos; porque la salvación procede de los judíos.
23 Pero llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque esos son los adoradores que busca el Padre.
24 Dios es Espíritu y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad.
25 Le dice la mujer:
– Sé que vendrá el Mesías – es decir, Cristo– . Cuando él venga, nos lo explicará todo.
26 Jesús le dice:
– Yo soy, el que habla contigo.
27 En esto llegaron sus discípulos y se maravillaron de verlo hablar con una mujer. Pero ninguno le preguntó qué buscaba o por qué hablaba con ella.
28 La mujer dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo a los vecinos:
29 – Vengan a ver un hombre que me ha contado todo lo que yo hice: ¿no será el Mesías?
30 Ellos salieron del pueblo y acudieron a él.
31 Entretanto los discípulos le rogaban:
– Come Maestro.
32 Él les dijo:
– Yo tengo un alimento que ustedes no conocen.
33 Los discípulos comentaban:
–¿Le habrá traído alguien de comer?
34 Jesús les dice:
– Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y concluir su obra.
35 ¿No dicen ustedes que faltan cuatro meses para la cosecha? Pero yo les digo: levanten los ojos y observen los campos que ya están madurando para la cosecha.
36 El segador ya está recibiendo su salario y cosechando fruto para la vida eterna; así lo celebran sembrador y segador.
37 De ese modo se cumple el refrán: uno siembra y otro cosecha.
38 Yo los he enviado a cosechar donde no han trabajado. Otros han trabajado y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos.
39 En aquel pueblo muchos creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: Me ha dicho todo lo que hice.
40 Los samaritanos acudieron a él y le rogaban que se quedara con ellos. Se quedó allí dos días,
41 y muchos más creyeron en él, a causa de su palabra;
42 y le decían a la mujer:
– Ya no creemos por lo que nos has contado, porque nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo.
43 Pasados los dos días se trasladó de allí a Galilea.
44 Jesús mismo había declarado que un profeta no recibe honores en su patria.
45 Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien porque habían visto todo lo que hizo en Jerusalén durante las fiestas; ya que también ellos habían estado allá.
46

Sana al hijo del funcionario
cfr. Mt 8,5-13; Lc 7,1-10

Fue de nuevo a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaún.
47 Al oír que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a visitarlo y le suplicaba que bajase a sanar a su hijo moribundo.
48 Jesús le dijo:
– Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen.
49 Le dice el funcionario real:
– Señor, baja antes de que muera mi muchacho.
50 Jesús le dice:
– Regresa tranquilo, que tu hijo sigue vivo.
El hombre creyó lo que le decía Jesús y se puso en camino.
51 Iba ya bajando, cuando sus sirvientes le salieron al encuentro para anunciarle que su muchacho estaba sano.
52 Les preguntó a qué hora se había puesto bien, y le dijeron que el día anterior a la una se le había pasado la fiebre.
53 Comprobó el padre que era la hora en que Jesús le había dicho que su hijo seguía vivo. Y creyó en él con toda su familia.
54 Ésta fue la segunda señal que hizo Jesús cuando se trasladó de Judea a Galilea.

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Introducción a Juan 

Juan

El más puro y radical de los evangelios. También el originalísimo libro de Juan es un evangelio. Y si Evangelio es proclamar la fe en Jesús para provocar la fe del oyente, éste es el más puro y radical. Si en el Antiguo Testamento la existencia humana se decidía frente a la ley de Dios (cfr. Dt 29), en Juan ésta se decide frente a Jesús: por Él o contra Él, fe o incredulidad.

Jesús, camino que conduce al Padre. La persona de Jesús ocupa el centro del mensaje de Juan. Su estilo descriptivo es intencionadamente realista, quizás como reacción contra los que negaban la realidad humana del Hijo de Dios -docetismo-. Juan nos lleva a «ver y palpar» a su protagonista. Pero su realismo es simbólico, cargado de sentido, que la fe descubre y la contemplación asimila. El evangelista se propone desvelar el misterio de Jesús como camino para descubrir el rostro de Dios. Si en Marcos Jesús se revela como Hijo de Dios a partir del bautismo, y en Mateo y Lucas a partir de su concepción, Juan se remonta a su preexistencia en el seno de la Trinidad. Desde allí, desciende y entra en la historia humana con la misión primaria de revelar al Padre.

El camino de Jesús. Para captar el alcance de la misión histórica del Jesús que nos presenta Juan, hay que sumergirse en el mundo simbólico de las Escrituras: luz, tinieblas, agua, vino, boda, camino, paloma, palabra. O en sus personajes: Abrahán, Moisés, Jacob-Israel, la mujer infiel de Os 2, David, la esposa del Cantar de los Cantares, mencionados explícitamente o aludidos en filigrana para quien sepa adivinarlos. Pero, por encima de todo, resuena en su evangelio el «Yo soy» del Dios del Antiguo Testamento, que Jesús se apropia reiteradamente.
Juan utiliza sus materiales y sus recursos con libertad y dominio. Su patria es la Escritura, que hace presente en unas cuantas citas formales -lejos de la abundancia de Mateo-, en frases alusivas que se adaptan a otra situación, en un tejido sutil de símbolos apenas insinuados, como invitando a un juego de enigmas y desafíos. Sobre este trasfondo, Juan hace emerger con dramatismo la progresiva revelación del misterio de la persona de Jesús, luz y vida de los hombres, hasta su «hora» suprema en que se manifestará con toda su grandeza. Simultáneamente, junto a la adhesión de fe, titubeante a veces, de unos pocos seguidores, surge y crece en intensidad la incredulidad que provoca esta revelación. La luz y las tinieblas se ven así confrontadas hasta esa «hora», la muerte, en la que la aparente victoria de las tinieblas se desvanece ante la luz gloriosa de la resurrección. Entonces, Padre e Hijo, por medio del Espíritu, abren su intimidad a la contemplación del creyente.

Destinatarios. La comunidad de Juan muestra conocer familiarmente el Antiguo Testamento y el judaísmo. Pero está separada de él, no por cuestiones de observancia, sino por la fe en Jesús. Es una comunidad preparada ya para caminar en la historia entre dificultades y persecuciones esperando la definitiva venida del Señor, de la que ya participa en esperanza por la experiencia mística y por la acción del Espíritu. El evangelista deja entrever a unos cristianos y cristianas que viven la presencia de Jesús en los sacramentos: el bautismo en el diálogo con Nicodemo y los símbolos del agua (3); la eucaristía en el milagro y discurso de los panes (6,1-58) y en el lavatorio de los pies -acto humilde de solidaridad ejemplar- (13,1-17); el perdón de los pecados en el don del Espíritu, después de la resurrección (20,22s). Pero los destinatarios de Juan son los hombres y las mujeres de todos los tiempos para quienes Jesús se hizo hombre a fin de revelarles el verdadero rostro de Dios. O como lo dice el mismo evangelista al final de su narración: estas señales «quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él» (20,31).

Autor, fecha y lugar de composición. Una tradición antigua ha identificado al autor con el apóstol Juan. Hoy día es muy difícil mantener esta opinión. La mayoría de los biblistas atribuye el evangelio a un discípulo suyo de la segunda generación. Por su familiaridad con el Antiguo Testamento y el sabor semítico de su prosa, debió ser judío. En cuanto a la fecha de su composición se propone la última década del s. I; y respecto al lugar, Éfeso.

Plan del evangelio: la «hora» de Jesús. Es esta «hora» la que aglutina y estructura todo el evangelio de Juan, marcando el ritmo de la vida de Jesús como un movimiento de descenso y de retorno.
El evangelista comienza con un prólogo (1,1-18) en que presenta a su protagonista, la Palabra eterna de Dios, que desciende a la historia humana haciéndose carne en Jesús de Nazaret con la misión de revelar a los hombres el misterio salvador de Dios. Esta «misión» es su «hora».
A este prólogo sigue la primera parte de la obra, el llamado «libro de los signos» (2-12), que describe el comienzo de la misión de Jesús. A través de siete milagros a los que el evangelista llama «signos» y otros relatos va apareciendo la novedad radical de su presencia en medio de los hombres: el vino de la nueva alianza (2,1-11); el nuevo templo de su cuerpo sacrificado (2,13-22); el nuevo renacer (3,1-21); el agua viva (4,1-42); el pan de vida (6,35); la luz del mundo (8,12), la resurrección y la vida (11,25).
A continuación viene la segunda parte de la obra, el llamado «libro de la pasión o de la gloria» (13-21). Ante la inminencia de su «hora», provocada por la hostilidad creciente de sus enemigos, Jesús prepara el acontecimiento con el gesto de lavar los pies a sus discípulos (13,1-11), gesto preñado de significado: purificación bautismal, eucaristía, anuncio simbólico de la humillación en la pasión. Luego realiza una gran despedida a los suyos en la última cena (13,12-17,26) en la que retoma y ahonda los principales temas de su predicación. Por fin, el cumplimiento de su «hora» y el retorno al Padre a través de la pasión, muerte y resurrección (18-21).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Juan  4,1-45Jesús y la samaritana. Teniendo en cuenta que en la biblia una mujer es símbolo y encarnación de su pueblo, esta narración debe enfocarse en el pueblo samaritano (39-42). Según datos del Antiguo Testamento, éste se había formado con cinco tribus que repoblaron Samaría después de ser conquistada por Asiria. Cada tribu trajo sus propios dioses, aunque después aceptaron el culto a Yahvé (2Re_17:24-34). La narración es una historia de la conversión de este pueblo más que de la mujer. Al comienzo, la mujer se pone al mismo nivel que Jesús: Tú judío; yo samaritana (9). Jesús le recuerda su doble ignorancia (10), sugiriéndole el don del agua viva. Dos veces la mujer llama a Jesús «Señor» (11.15), conforme aumenta su respeto hacia Él; acaba invirtiendo los papeles cuando ella le pide de esa agua viva. La petición de la mujer buscaba que Jesús le hiciera la vida más fácil. Cuando Jesús le habla de sus cinco maridos -los cinco dioses originales de los samaritanos-, la mujer se reconoce pecadora al reconocer a Jesús como verdadero profeta (19); sin embargo, a nivel religioso, la mujer insiste en que Yahvé es el marido de su pueblo, ya que sus antepasados, los patriarcas, habían adorado en tierras de Samaría. Jesús le anuncia a la mujer que en el futuro la adoración no estará ligada a lugares sino a una persona, a Él mismo, el nuevo Templo de Dios, y será un culto en espíritu y verdad, algo que proviene del corazón movido por Dios y que se revelará en acciones concretas de vida. La samaritana sabe que Jesús es el Mesías porque Él personalmente se lo revela. Éste es el único caso en que Jesús revela directamente su identidad; lo hace a una mujer de raza despreciada y no de raza judía; lo hace a una mujer y no a un hombre; escoge a una pecadora y no a una santa, porque Dios suele escoger a los últimos. Al enterarse de que Jesús era el Mesías, la mujer se convirtió en apóstol y mensajera de la Buena Noticia para su gente. Cuando los samaritanos conviven dos días con Jesús, llegan a reconocer que Jesús no es un simple Mesías salvador de los judíos; Jesús es un «supermesías», salvador de todo el mundo (42). La mujer tendrá que acabar convirtiéndose en condiscípula de los que ella providencialmente había llevado a la fe en Jesús.


Juan  4,46-54Sana al hijo del funcionario. La narración comienza y concluye con referencias al primer milagro de Caná. En este segundo milagro también se va a dar una conversión maravillosa. Juan sugiere este cambio y conversión al cambiar los títulos con los que designa al padre del niño: El funcionario real, que obra como los que no creen (48), pasa a ser un hombre que cree provisionalmente (50), y al constatar la hora de la sanación de su hijo acaba siendo un padre que lleva a toda su familia a la fe (53). Jesús obra el milagro también en Caná, aunque la sanación tiene lugar en Cafarnaún. Para el evangelista, la verdadera sanación no fue física sino espiritual; fue la del funcionario-hombre-padre a través de su fe. Probablemente tenemos aquí la versión joánica del milagro del centurión de los evangelios sinópticos, donde también se trata de un militar, modelo de fe, que obtiene una sanación a distancia.